Vivimos en un laberinto ilusorio, y el secreto para salir es ayudar a los demás
August 23, 2020 El Mundo , NoticiasUna reflexión sobre cómo escapar de “la matrix”, a partir del pensamiento de Philip K. Dick y Simone Weill.
Aunque en primera instancia asociar a Philip K. Dick con Simone Weil no es una intuición muy común, existen interesantes paralelos entre estos dos escritores. Por una parte, ambos fueron “místicos” que encontraron en la figura de Cristo el eje de su vida espiritual, aunque su relación con el cristianismo fue compleja. Dick se interesó obsesivamente por el gnosticismo –la herejía cristiana por antonomasia– y Weil se negó a ser bautizada y criticó a la Iglesia como institución, sintiéndose atraída también por otras tradiciones religiosas.
Por otra parte, ambos llevaron vidas de gran sufrimiento y alienación, si bien Weil demostró tener una fuerza y una convicción difíciles de comparar y voluntariamente se sometió al sufrimiento y a la soledad. Dick se internó hondo al “agujero del conejo”, a un mundo de especulación cósmica, paranoia y duda paralizante. Escribió relatos de ciencia ficción que parecían estar inspirados por visiones místicas, casi proféticas. Weil hizo teoría política y con su ejemplo sentó la pauta para el más radical y congruente activismo. Ambos escribieron furiosamente en sus diarios, dejando miles de páginas de asociaciones místicas y comentarios sobre la Biblia y la espiritualidad occidental y oriental.
Existe otro punto de unión que es el que queremos explorar aquí. Tanto Weil como Dick concibieron el mundo de una forma en la que no era totalmente real, cercana a la noción que explora Platón en la alegoría de la caverna. Weil fue marcadamente platónica en todo su pensamiento y entendió que el mundo convencional dirigido hacia la sociedad (la “Gran Bestia”, la objetivización del mundo como ente) o hacia los deseos de poder de riqueza y fama era ilusorio y hacía que el alma se mantuviera sujeta a la pesadumbre o gravedad de la existencia. Igualmente, para Weil (uniendo el pensamiento de místicos cristianos y el misticismo de la India) el yo o ego, el cual describe como una “falsa divinidad”, era una entidad ilusoria que era necesario “descrear” para poder unirse a Dios. Sin embargo, para Weil el mundo es en última instancia real en tanto que es maleable y responsivo a la divinidad. La materia misma es como un mar movido por la estrella magnética de Dios. Y en la belleza del mundo hay una seducción, pero hacia la verdad. Es necesaria una radical reorientación de la atención, que significa un desapego a lo creado, para permitir que lo real se haga presencia continua.
Dick es mucho más enfático en este punto. Buena parte de su obra es una meditación especulativa sobre la naturaleza de la realidad y la posibilidad de que estemos viviendo en un simulacro. Incluso la misma divinidad de la Biblia, según su especulación gnóstica, podría ser una falsa divinidad. Dick anticipa de manera genial la forma en la que virtualidad y las realidades tecnológicamente programadas son fuerzas deshumanizantes. Tanto para Weil como para Dick la compasión son los rasgos de realidad que penetran la membrana ilusoria del mundo y revelan lo divino en lo humano.
Después de esta introducción, veamos ahora cómo ambos pensadores hablan de que la forma de acceder a lo real tiene que ver con un ejercicio de la compasión frente al mundo. Es como si para salir del laberinto de la mente y el deseo egoísta, fuera necesario sacrificarse y ayudar a los otros.
En el voluminoso The Exegesis, el libro que reúne los escritos de Dick en torno a un evento psíquico que trastorno su perspectiva del mundo, Dick escribe sobre el protagonista de un texto que pensaba titular The Owl:
Sólo escapa verdaderamente del laberinto cuando decide regresar voluntariamente (volverse a someter al poder del laberinto) para beneficiar a aquellos que siguen atrapados dentro de él. Esto es, nunca puedes irte tú solo, para salir debes elegir llevar a los demás… esta es la paradoja última del laberinto, la ingenuidad quintaesencial de su construcción, que la única vía de salida es una vía de regreso voluntaria (al interior de su poder), que es lo que constituye el sendero del bodhisattva.
Dick concibe la realidad de manera similar a como la película The Matrix la imagina y sugiere que el secreto para escapar de la construcción artificial es la compasión: “Si existe la felicidad, debe de surgir de voluntariamente entregar el propio ser en intercambio por participar conscientemente en el destino de la unidad total”.
Aquí se conjugan los ideales de tres de los sistemas de pensamiento más importante en la historia de la humanidad: el cristianismo, el platonismo y el budismo. Dick habla de un sacrificio y por lo tanto de una “imitación de Cristo”. Al mismo tiempo enfatiza la noción del bodhisattva, el gran ser que en el budismo promete no alcanzar la total liberación hasta liberar a todos los demás, consciente de la interdependencia de todos los seres. Y, por último, la conclusión de la alegoría de la caverna, según la expuso Platón en La república, pues quien ha logrado salir de la cueva a la luz de sol debe regresar a la cueva y “descubrir” la realidad a sus compañeros de prisión.
Ahora veamos lo que dice Simone Weil en este hermoso pasaje:
La belleza del mundo es la entrada al laberinto. El imprudente que, habiendo penetrado, da por él algunos pasos, se encuentra al punto imposibilitado de encontrar otra vez la salida… Pues si no pierde el valor y continúa caminando, es seguro que llegará al centro del laberinto. Y allí Dios le espera para devorarle. Luego volverá a salir pero transformado, convertido en otro ser, tras haber sido comido y digerido por Dios. Se quedará entonces junto a la entrada para, desde allí, empujar suavemente a quienes se acerquen.
Aquí vemos cómo Weil reinterpreta el mito del laberinto de Creta desde una perspectiva platónica y cristiana. El ser que entra al laberinto debe enfrentar una “noche del alma” y continuar en la oscuridad, dispuesto a ser devorado por la divinidad. Al final su labor será ayudar a los demás a enfrentar este proceso de transformación.
En otro pasaje de sus cuadernos, Weil escribe:
Las almas absortas en Dios que no experimentan la compasión por la miseria humana están aún en un estado ascendente no descendente (incluso si se dedican a las buenas obras). Un solo pedazo de pan dado a quien sea que tenga hambre es suficiente para salvar un alma —si se le da de la manera correcta.
De nuevo, aquí el paralelo con la idea bodhisattva es sorprendente. Para el budismo, incluso los más grandes adeptos a la meditación y a la contemplación no logran alcanzar el nivel más alto si no son capaces de cultivar la compasión. El estado más alto es aquel que desciende al mundo y no el que meramente quiere escapar. Simone Weil, quien heroicamente y quizá un tanto ingenuamente quería crear una orden de enfermeras que descendieran en paracaídas durante la Segunda Guerra, en pleno combate, a asistir a los heridos, imaginó también una orden de “hombres y mujeres que irían como prisioneros a las prisiones”. Hombres y mujeres que se infiltrarían a las prisiones a vivir la vida de prisioneros, como ella misma lo hizo en una fábrica de Renault por un año, con el fin de ayudar a los prisioneros. Fundamentalmente, ponerle atención a su miseria y tenderles la mano.
El mundo quizá sea un laberinto, una construcción artificial o un alucinación consensual, pero existen en sus pliegues hilos de sabiduría que nos permiten escapar. Una de las frases más memorables de Borges se lee así:
El mayor hechicero (escribe memorablemente Novalis) sería el que se hechizara hasta el punto de tomar sus propias fantasmagorías por apariciones autónomas. ¿No sería ese nuestro caso? Yo conjeturo que así es. Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sin razón para saber que es falso.
Quizá la compasión sea ese tenue intersticio, ese glitch en la Matrix, por el cual logramos escapar del laberinto y dejamos de sostener nuestros propios hechizos como reales. Pues el hechizo fundamental, nos diría Simone Weil, es el ego, la importancia personal, que se disuelve a través de la atención compasiva.