Tu salud mental no es una mercancía: es un compromiso contigo mismo

Celebramos que cada vez más se hable del cuidado de nuestra salud mental, pero es importante preguntarnos siempre de qué manera estamos atendiendo nuestra psique.

@Ilaria Urbinati

Hace aproximadamente 1 año surgió en Inglaterra una propuesta para la promoción y el cuidado de la salud mental, Self Space (“Espacio propio”), en la cual, a través de una aplicación digital, cualquier persona tiene acceso a un catálogo de al menos 11 psicólogos y life coaches, entre los cuales puede elegir al que crea que se adapta mejor a sus necesidades, escoger después un horario y, como consecuencia, agendar una sesión de terapia. De estas, el servicio ofrece dos opciones: sesiones de 30 o de 50 minutos. Así, además de que los usuarios tienen la libertad de elegir cuándo y con quién ir, pueden decidir también si desean ir sólo una vez por semana, o si quieren hacerlo con más frecuencia. Finalmente, tienen la opción de ir sólo con un especialista o con más.

Por sus cualidades, esta app ofrece un gran pretexto para compartir algunas reflexiones en torno al cuidado de la salud mental. Una de las primeras preguntas que pueden plantearse al respecto es si esta opción de “cuidado” y otras parecidas no nacen en el fondo de la intención propia del sistema capitalista, de sacar provecho de una preocupación totalmente humana, la cual en los últimos años ha cobrado gran relevancia. Todo esto con el propósito de obtener ganancias a como dé lugar. Dicho de otro modo: como si el bienestar mental fuera un nuevo objeto cuyo consumo se nos presenta necesario y urgente, bajo la promesa de que al obtenerlo, nuestros problemas cesarán y seremos entonces felices.

Históricamente, uno de los grandes problemas con el tratamiento subjetivo de las emociones ha sido la dificultad de nombrar lo que sentimos. Lo más común es que o pretendamos ignorar nuestras emociones o limitemos nuestro umbral de percepción a tan sólo unas cuantas. Como si “felicidad”, “tristeza”, “enojo”, por nombrar las más comunes, fuera lo único que pudiéramos sentir.

A esto es posible sumar una tendencia contemporánea: la búsqueda imperativa de la felicidad. A diferencia de otras épocas, ahora estamos genuina y continuamente preocupados por sentirnos felices, como si otros estados emocionales estuvieran prohibidos y por lo tanto no pudieran tener cabida en nuestra vida. Vivimos en un ambiente en que ser felices, estar bien, deshacernos de lo tóxico, buscar nuestro bienestar, se ha vuelto la norma, es decir, una conducta que es necesario obedecer.

Ese ambiente normativo que nos dice qué sentir, qué hacer para “estar bien” y cómo hacerlo es uno de los varios factores que permite que cierto tipo de opciones de terapia o de acompañamiento psicológico se vuelvan cada vez más populares. El life coaching, al cual muchísima gente se ha volcado en los últimos años, es un buen ejemplo de ello: una asistencia que funciona bajo el principio de la obediencia al dictado de una autoridad para vivir a través de una serie de recetas que prometen el éxito y el bienestar. Por lo mismo, este tipo de opciones suelen tener como punto de partida preguntas que no nos hacemos nosotros mismos, que no pensamos nosotros, que no hablan de nuestra singularidad, sino que están atravesadas por los intereses, las miradas y las demandas de otros.

Nadie disfruta de su malestar, y es normal buscar algún tipo de ayuda cuando ese malestar alcanza niveles que nos son difíciles de sostener. La mayoría de las terapias psicológicas tienen el objetivo de que el paciente se deshaga de malos hábitos o cambie o elimine las conductas que le hacen daño, para que finalmente pueda alcanzar su bienestar, tranquilidad y felicidad. Del lado del “paciente”, una de las expectativas más comunes que se tienen respecto a cualquier tipo de atención psicológica es que esta nos ayudará a ser felices y estar bien con nosotros mismos.

¿Pero qué pasa cuando esta expectativa se confronta al hecho de que a las sesiones se acude de manera intermitente o esporádica, no de manera constante? Y más aún, ¿qué pensar de una plataforma como la que mencionamos anteriormente, Self Space, en donde pareciera que, si bien es cierto que no se fomenta esa irregularidad, tampoco se hace nada por evitarla? ¿Y que además se hace pasar por la libertad del paciente?

En ese sentido, una de las observaciones que pueden hacerse a ese tipo de dinámicas es que no promueven del todo el compromiso de la persona consigo misma. Fomentar el compromiso con uno mismo implicaría aclarar desde el inicio que la solución a nuestras dificultades subjetivas no puede ser inmediata, sin dolor y tampoco a través de procedimientos establecidos de antemano y válidos para todas las personas, sin distinción alguna de circunstancias (aunque, paradójicamente, estas mismas terapias repitan hasta el cansancio que cada persona es diferente). En general no muchas personas –pacientes pero a veces incluso terapeutas– están dispuestas a aceptar que el cuidado de la psique es en principio un trabajo difícil, duro, no exento de dolor y que además toma su tiempo. De ahí que la constancia y el compromiso sean requisitos verdaderamente importantes para, primero, sostener un tratamiento y, segundo, alcanzar cierta forma de bienestar.

Esto no quiere decir que “el cambio está en uno mismo”, como suele afirmarse en este tipo de alternativas más bien cómodas. Tampoco significa que es mejor no relacionarnos con aquello que nos lastima o nos hace daño, que debemos cortar actitudes y personas que no nos hacen bien, o que debemos buscar una vida y relaciones con poco dolor.

A pesar de la aparente flexibilidad que ofrecen este tipo de servicios, cabe preguntarnos qué tanto ayuda esta alternativa y con qué fin se acude a ella. Si sólo es para sentirse bien, si tiene una función catártica, si el objetivo es resolver los problemas, o si más bien el propósito es aprender a vivir con toda la gama y complejidad de emociones de la existencia humana.

En nuestras vidas puede haber muchos tipos de problemas, sin duda, y probablemente algunos de ellos tengan solución, probablemente en algunos casos la solución dependa sólo de nosotros, pero es importante tener claro que hay situaciones y problemas que nos trascienden como personas y que no podemos tener el control de absolutamente todo lo que nos sucede.

Si bien cada persona puede tener un “objetivo” al momento de acudir a alguna forma de terapia psicológica, desde cierta perspectiva podría decirse que el fin de cualquiera tendría que ser aprender a lidiar con la angustia propia de la existencia, con la frustración de no poderlo todo, con la pérdida y con todas aquellas sensaciones (“malas” o “buenas”) que nos ocurren y a veces nos abruman. Aprender a lidiar, a vivir, a dejar sentir, no sólo a pretender “eliminar” lo “negativo” de nuestras vidas.

En pocas palabras: aprender a sentir y a actuar con angustia, con frustración, aunque también con alegría y entusiasmo, con dolor y felicidad, sabiendo siempre, en cualquiera de estas u otras circunstancias, que es posible vivir, y que todo esto forma parte de la vida.

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