Ralph Waldo Emerson, el padre de la espiritualidad moderna (la espiritualidad no religiosa)

Emerson pensó una espiritualidad libre de las instituciones, en la que la naturaleza era el templo viviente del espíritu.

Ralph Waldo Emerson

Ralph Waldo Emerson es, sin duda, uno de los pensadores estadounidenses más brillantes de la historia. Su influencia pasa a veces desapercibida pero, para dimensionarse, debe decirse que la obra de Emerson fue una de las principales influencias de autores como Friedrich Nietzsche, Franz Kafka y Jorge Luis Borges.

En su etapa creativa más importante, Emerson de alguna manera fundó o encaminó lo que sería la espiritualidad moderna en Estados Unidos, sobre todo aquella que se asocia con California y los movimientos del desarrollo del potencial humano y que podría sintetizarse en la fórmula “espiritual pero no religiosa”.

Actualmente cada vez más personas se identifican con esta idea de practicar cierta forma de espiritualidad que, sin embargo, está exenta de cualquier tipo de religión. Considerado que este fenómeno es, por supuesto, resultado de un proceso histórico y de una plétora de influencias (entre ellas la del mismo Nietzsche), hay que decir que fue Emerson quien, en su discurso “Divinity School Address” (que dirigió a estudiantes graduados de la Harvard Divinity School en 1838), introdujo una especie de “humanismo espiritual” en el país que se convertiría después en el principal exportador de ideologías.

En ese importante mensaje, Emerson exhortó a buscar a la divinidad “sin mediador o velo”, a eliminar “las vendas sobre los ojos” que son “la moda, la costumbre, el placer, el dinero” y a acceder “al privilegio de la mente inconmensurable”. Emerson anticipó el tedio que generaba la Iglesia y notó con preocupación su incapacidad para propiciar experiencias espirituales. De hecho, diagnosticó, como un médico del alma colectiva, la futura muerte de Dios, varias décadas antes de que Nietzsche lo hiciera: “Los hombres han comenzado a hablar de la revelación como si fuera algo dado y ocurrido hace mucho tiempo, como si Dios estuviera muerto”.

El espíritu, detectó Emerson, ya no reside en la Iglesia, ni los templos religiosos de las masas propician un vínculo íntimo con la divinidad: “Hemos contrastado a la Iglesia con el alma. En el alma, entonces, está la redención buscada”, dijo. Pero todo esto significa un riesgo, puesto que conlleva la posibilidad de que “los hombres difícilmente se convenzan de que hay en ellos algo divino”.

El lector avisado notará en esto una línea discursiva muy similar a la del Zaratustra de Nietzsche, donde el filósofo no sólo anunció la muerte de Dios, sino que vaticinó además la problemática derivada de dicha ausencia: las multitudes adorarían entonces a la sombra del dios, a las invenciones del colectivo (por ejemplo, la felicidad) y, en última instancia, a la sociedad misma.

Emerson quiso romper el dualismo cartesiano que oponía al alma y a la naturaleza como dos irreconciliables extraños, lo íntimo y lo ajeno. Por el contrario, entendió que la naturaleza era espíritu, la vitalidad misma de la expresión divina. Pero el dios de Emerson no fue el dios cristiano. Emerson había bebido del vino universal de la espiritualidad india, de las Upanishad y de la Bhagavad Gita, y había bebido del vino neoplatónico, de la divinidad que trasciende formas y nombres… Por todo esto, Emerson no podía creer en un dios personal. Su dios era el universo mismo, un universo atravesado por la inteligencia  y la luz de la belleza. Emerson fue sobre todo un poeta y basó su espiritualidad en el asombro y en la experiencia de comunión que la belleza de la naturaleza provee. De Emerson surgen ideas que son esenciales para la espiritualidad moderna, por ejemplo, que en lugar de acudir a un templo, el ser humano puede entablar una relación con algo espiritual y eterno con tan sólo salir a ver las estrellas, o al caminar por un bosque en silencio, pues estas actividades cultivan el alma y producen una reverencia natural; o que a través del arte el ser humano se vuelve expresión pura de este espíritu, como él mismo señala, se vuelve transparente, se convierte en puro ojo que es atravesado por la luz divina del universo. Que el sentido de la existencia es participar en esta realidad cósmica a través del arte y la contemplación de la naturaleza, pues de esta manera el ser humano supera la soledad cósmica, entabla una íntima relación con algo infinito. Para Emerson, el arte era una forma de alquimia: lo mismo que el ser humano conseguía con la religión, lo podía conseguir a través del arte, sometiéndose a los principios de la creación artística, en la armonía y en el orden moral que el propio cosmos (palabra que, como Emerson recuerda, significa belleza) establece.

Emerson escribió sobre cultivar una cierta sensibilidad, una pureza que permitía al ser humano sintonizarse con flujo mismo de la existencia y ver la luz de la naturaleza en toda su radiante plenitud. Esta y muchas otras ideas influyeron en Nietzsche, quien también propuso una espiritualidad no religiosa basada en la naturaleza, en el instinto y en el arte. La influencia de Nietzsche ha sido mucho mayor que la de Emerson, quizá sobre todo porque el pensamiento del filósofo se extendió a áreas como la política y la teoría del arte. Emerson fue anterior y, además, fue el vínculo directo con el surgimiento de la espiritualidad estadounidense, la cual actualmente parece ser inseparable del consumismo y el individualismo.

Por otro lado, las ideas Emerson de ver lo divino en la naturaleza y dedicarse a la contemplación de esta dieron a luz al movimiento trascendentalista, que tuvo en Henry David Thoreau, el más famoso escritor naturalista de Estados Unidos, a uno de sus principales convidados. Se trataba ya no de aprender de los libros y de las revelaciones de las tradiciones religiosas (aunque el mismo Emerson claramente encontró muchas de sus ideas en el misticismo griego e indio) sino de aprender de la naturaleza misma y vivir la vida. “Feliz es el hombre que aprende de la naturaleza la lección de la reverencia”, escribió en uno de sus ensayos más famosos, dedicado a la naturaleza.

La sociedad moderna, en su espiritualidad, se define a sí misma con el vocabulario de Emerson. Su dios es la naturaleza y la labor espiritual es la contemplación de esta y la expresión artística. El hombre moderno difícilmente se arrodilla con auténtica fe y reverencia ante el altar de un dios, y tampoco se somete a la disciplina de la adoración o al cultivo de la mente dentro de una tradición religiosa (aunque claro que hay excepciones). Su espiritualidad está libre de estos “dogmas”, pero quizá también está limitada por su propia libérrima concepción de la realidad, por su rampante individualismo, por su frivolidad contemplativa. Sin duda Emerson fue un gran poeta y un pensador que por momentos deslumbra con sus aforismos filosóficos, pero cabe preguntarnos, como en el caso de Nietzsche, sobre la forma en la que sus ideas han sido transformadas en una espiritualidad lite, o en una suerte de materialismo espiritual.

La ruptura con la tradición ofrece un vasto panorama, en primera instancia sumamente atractivo y radiante y, sin embargo, el ser humano no parece estar listo para brincar al abismo de la creación divina sirviéndose de sus propios medios. La religión sin religión, sin los fundamentos morales y la disciplina que proveen las instituciones, fácilmente deviene en el nihilismo o en una espiritualidad hedonista, basada en el deseo. Las nobles ideas de Emerson de reverenciar a la naturaleza no han logrado crear, pese a convertir a millones, una relación verdaderamente sagrada entre el ser humano y el mundo natural; la naturaleza sigue siendo un “otro” que se explota.

En cierta manera la religión, con sus ideas de trascendencia de la vida terrestre –y, por lo tanto, de renuncia y pobreza–, había sido el factor que detenía el progreso tecnológico y económico a ultranza, que ahora se extiende sin ningún reparo moral, apoyado en la visión materialista de la existencia.  La espiritualidad no religiosa, pese a ser casi una respuesta natural a los eventos de la historia moderna, conlleva también el peligro de la ligereza, de no estar sostenida sobre las raíces de la tradición. Y, por supuesto, la noción de que la religión y una espiritualidad basada en la naturaleza son posturas opuestas es errónea, como puede observarse por ejemplo en el taoísmo y en el budismo zen.

Emerson acertó seguramente en ver en la naturaleza el más fresco e invulnerable rescoldo del espíritu y en detectar la decadencia de las instituciones religiosas. Pero lo que no fue resuelto, ni por Emerson ni por Nietzsche, es la necesidad del ser humano de la colectividad, de la estructura y organización moral que proveen las instituciones. Esta es la idea de la familia extendida, de la orden, de la fraternidad, de la sangha. Whitehead notó que la religión era ya lo que se hacía en privado, y esa parece ser la contradicción con la religiosidad moderna: que la vida espiritual, para cultivarse y enraizarse, debe practicarse también socialmente.

Esto es por supuesto un problema mayúsculo, puesto que la mayoría de las instituciones religiosas en el mundo occidental han perdido credibilidad y vitalidad. Algunos por supuesto creerían que lo mejor que le puede pasar al ser humano es abandonar la religiosidad en todos sentidos; pero lo que hemos visto después de la llamada “muerte de Dios” es que el ser humano sustituye por todas partes a los dioses perdidos, crea nuevas teologías, adora a nuevos ídolos.

En este sentido, la sociedad (que se ha convertido en la religión moderna por default, cumpliendo el más terrible temor de Nietzsche) debe ser capaz de incluir a la religión y reimaginarla, no como algo que se tolera dentro del discurso de la corrección política, sino como parte de su propio fuego creativo.

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