¿Por qué vemos caras donde no las hay?

Una carita sonriente en la superficie del café con leche, un rostro inquietante al mirar a la Luna, un señor narigudo en la grifería del baño o el perfil de un presidente de los Estados Unidos en un bistec crudo. Los humanos tenemos la capacidad de percibir caras, objetos cotidianos o animales donde no los hay. Este fenómeno se denomina pareidolia. Nos pasa a todos y, lejos de ser patológico, es muestra del buen funcionamiento del cerebro.

La pareidolia (la palabra viene del griego eidolon -imagen, figura, aparición- y el prefijo para -parecido a, junto a-) es un fenómeno que ocurre en el campo de la percepción. / Florencio Horcajo Alvarez / iStockphoto

La pareidolia (la palabra viene del griego eidolon -imagen, figura, aparición- y el prefijo para -parecido a, junto a-) es un fenómeno que ocurre en el campo de la percepción. El cerebro humano detecta de forma ilusoria imágenes que le son familiares. El ingeniero informático y especialista en neurociencia Jeff Hawkins le dio nombre y lo explicó a través de su teoría memoria-predicción, según la cual el cerebro humano realiza predicciones en base a patrones almacenados en su memoria.

Esto supone que, cuando el cerebro recibe imágenes, trata de codificarlas en formatos de información que sean comprensibles para el hombre, y lo hace siguiendo patrones familiares: caras, animales, objetos cotidianos…

“La percepción es un proceso mental de tipo constructivo, debido a que las personas interpretamos activamente los datos sensoriales que nos llegan a través de los sentidos, por lo que lo que percibimos no es una mera copia de la realidad. Es un proceso complejo que abarca diferentes categorías de fenómenos, encontrando la pareidolia como una modalidad de ilusión, que se incluiría en la categoría de las llamadas distorsiones perceptivas”, detalla Teresa Paredes Cortés, facultativo especialista en Psicología Clínica del Hospital Universitari i Politècnic La Fe de Valencia.

La pareidolia se podría definir, por lo tanto, como una modalidad de ilusión que consiste en la reconstrucción voluntaria y activa de un estímulo ambiguo o poco estructurado con el fin de proporcionarle un significado o forma específicos, agrega la experta.

Aunque desde el punto de vista de la psicología formal la pareidolia constituiría una distorsión perceptiva, al percibirse los estímulos como en realidad no son, esto no significa que esa búsqueda de patrones sea un en sí misma un proceso anómalo en el ser humano. “La respuesta al porqué de su experimentación la hallaríamos en la tendencia de los seres humanos a organizar en un todo significativo, elementos que se encuentran más o menos aislados entre sí o con respecto a un fondo”, dice Paredes Cortés. Por eso, cuando observamos un cielo con nubes, podemos construir mediante la libre interpretación y la búsqueda de un significado, una organización o estructura física específica, como podría ser una oveja, un ángel o un coche.

Herramienta de defensa

Pero, ¿qué utilidad tiene la pareidolia para el ser humano? Hay varias teorías que explican el fenómeno. El hecho de manifestar una pareidolia como, por ejemplo, ver la forma de un animal en el poso de un café, no tiene más utilidad en sí misma que la de entretenernos. Sin embargo, el mecanismo que está en la base de tal capacidad, es decir reconocer patrones en estímulos poco estructurados o ambiguos, sí puede tenerla, sostiene la psicóloga clínica del Hospital La Fe. “Desde algunas ramas de la Psicología se han realizado estudios sobre la pareidolia facial que han arrojado interesantes hallazgos. Desde la psicología evolutiva, se apuntaría a que esta capacidad podría constituir un mecanismo evolutivo para la supervivencia de la especie humana, resultando útil como señal de alerta en el reconocimiento y discriminación de rostros familiares en contraposición a otros desconocidos u hostiles, como sería el caso de los rostros de los depredadores en la época de nuestros antepasados”. Más allá de la supervivencia, añade Paredes Cortes, “existen otros estudios, como los realizados con bebés en relación a su reconocimiento de caras familiares o desconocidas y su reacción diferencial a ellas, cuyos resultados podrían apuntar a esta naturaleza adaptativa del fenómeno, aunque de momento, son hipótesis no confirmadas científicamente”.

Por su parte, puede que detrás de la pareidolia haya un mecanismo adaptativo cerebral para desarrollar de manera efectiva sus funciones diarias. “Nuestra percepción trata de simplificar la información para que el cerebro a la hora de procesar toda la información que asumimos a lo largo del día tenga menos carga de trabajo y pueda dedicarse a multitud de tareas”, detalla Laura Gómez Gómez, directora de psicología y terapias multidisciplinares de la Clínica Universitaria de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC). Según esta especialista, la pareidolia “permite dar sentido a las imágenes, agrupa los elementos en algo reconocible para nuestro cerebro; dándolo forma y, por lo tanto, sentido para nosotros”.

Un elemento curioso de este fenómeno es que el cerebro humano no solo percibe ilusoriamente caras en objetos inanimados, sino que también los asocia a sentimientos o expresiones humanas. “Muchas veces esas formas o caras que visualizamos están asociadas a un recuerdo y nuestros recuerdos están a su vez asociados a diferentes emociones, agradables o desagradables”, apunta Gómez Gómez.

Nos pasa a todos

Todos nosotros o la gran mayoría hemos experimentado pareidolia en algún momento y hemos encontrado el perfil de una mujer muerta observando de lejos una cordillera, un elefante en una roca o una cara que grita en el tronco de un árbol. “Podríamos decir que sería un fenómeno prácticamente universal o, dicho de manera más precisa, casi todas las personas podrían experimentarla en potencia. Es cierto, como en todos los aspectos del ser humano, que pueden existir diferencias entre unos y otros en cuanto a la facilidad para percibir estos patrones “escondidos”, en función de características personales. Por ejemplo, es destacable el papel que la flexibilidad cognitiva y capacidad imaginativa podrían tener en ello. Asimismo, determinadas condiciones físicas o psicológicas podrían afectar al rendimiento en una tarea de búsqueda de patrones, como podría ser los estados de fatiga”, manifiesta Paredes Cortés.

Respecto al género, y atendiendo a los estudios realizados al respecto, se ha encontrado una mayor frecuencia de pareidolia en hombres que en mujeres.

Sin embargo, si un adulto juega a encontrar formas y caras en las nubes o en las gotas sobre el cristal con un niño, seguramente el pequeño nos gane por goleada. ¿Supone esto que perdemos esta capacidad de percepción ilusoria con la edad?. “Cuando vamos envejeciendo, el rendimiento en algunos de nuestros procesos cognitivos puede ir disminuyendo de manera natural, sin que ello haya de interferir de manera significativa en nuestro funcionamiento cotidiano. Dado que en la percepción es un proceso mental complejo donde intervienen varias funciones cognitivas, la capacidad de encontrar estas figuras entre lo ambiguo puede ser menor con el paso de los años, pero de igual manera que ocurriría con nuestra memoria, concentración, etc. Por lo tanto, no perderíamos la capacidad como tal, sino que esta podría ser menos eficiente. Lo que sí solemos perder es la gran curiosidad y capacidad imaginativa tan características de la infancia. Esta habitual predisposición del niño a echar a volar su imaginación y a jugar a encontrar figuras y formas cuando la situación lo propicia, es lo que probablemente facilite que las encuentre en mayor cantidad que un adulto” responde la psicóloga clínica del hospital La Fe de Valencia.

Además, los humanos no somos los únicos que experimentan pareidolia. Hay estudios que han observado el fenómeno entre los monos (lo que llevaría a sugerir que la función cerebral se ha heredado de los primates) y un experimento realizado en 2017 en la Universidad de Cambridge en Reino Unido y publicado en la revista Royal Society Open Science constató que las ovejas podían distinguir el rostro de la actriz Emma Watson y del ex presidente estadounidense Barack Obama.

Área fusiforme facial

El hecho de que podamos percibir rostros se debe a que hay zona concreta del cerebro encargada de esta tarea: el área fusiforme facial (AFF). Está situada en el hemisferio derecho, en la corteza cerebral temporal inferior, y es fundamental en el procesamiento exclusivo de los rostros, pero no de otros objetos o formas. Se ha descrito tanto en humanos como en otras especies del reino animal.

En un experimento realizado por el profesor Kang Lee, de la Universidad de Toronto, experto en pareidolia, se mostraron imágenes ambiguas (aparecían puntos en distintas tonalidades de gris) a un grupo de 20 jóvenes. Se les dijo que en la mitad de estas imágenes podían percibirse caras o letras, aunque esto no era cierto. Sin embargo, el 34 % de los participantes vieron caras y el 38 % vieron letras.

El estudio, elocuentemente titulado “Ver a Jesús en una tostada: correlatos neurales y conductuales de la pareidolia facial” y publicado en la revista Cortex, tenía como objetivo averiguar si ese área específica del cerebro para el reconocimiento de caras (AFF) se activaba cuando los participantes decían ver rostros en las imágenes de puntos. Esto se comprobó mediante una resonancia magnética. Y la respuesta fue sí. No solo se activaba la AFF sin también la corteza prefrontal, la zona más evolucionada del cerebro, que tiene una gran influencia en el procesamiento visual.

Área fusiforme facial / Capuski / iStock

Si hay pareidolia, todo va bien

Dado que el cerebro es capaz de reconocer caras donde no las hay, cabe la pregunta de si este fenómeno es un síntoma del buen funcionamiento del cerebro o, por el contrario, puede ser indicativo de la existencia de alguna alteración. Los expertos son concluyentes.

“Es un síntoma de buen funcionamiento. La percepción es un proceso básico que tiene nuestro cerebro para procesar la información y simplificar las tareas. No es patológico, sino que es adaptativo para el ser humano”, detalla la directora de psicología y terapias multidisciplinares de la Clínica Universitaria de la URJC.

La pareidolia es consecuencia de la sensibilización de nuestro sistema visual a las caras humanas. Pero no hay nada patológico o mórbido en ello. De hecho, a lo largo de la evolución, el cerebro ha desarrollado estrategias para percibir caras a su alrededor. Y esto tiene un importante valor para la supervivencia de la especie. En milésimas de segundo, el cerebro distingue la imagen de un potencial enemigo y eso le otorga capacidad de intentar ponerse a salvo. Si luego solo era una cara en un árbol, no se habrá perdido nada.

Ver caras, pero solo de hombre

Esos rostros imaginarios que creemos ver en el enchufe o la fachada de una casa son mayoritariamente masculinos. Así lo ha constatado un estudio de la neurocientífica Susan Wardle. Como los rostros ilusorios en realidad no tienen un sexo biológico, este sesgo es significativo al revelar una asimetría en el sistema de evaluación de caras con una información mínima.

Wardle y su equipo realizaron un experimento con cerca de 3.815 sujetos de prueba. Se les pidió que clasificaran 256 rostros ilusorios según el sexo, la edad y la emoción. En un porcentaje superior al 80 % se percibieron rostros masculinos en las imágenes.

El estudio, titulado ‘Illusory faces are more likely to be perceived as male than female’ y publicado en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences, concluyó que las características visuales que son suficientes para la detección de rostros generalmente no son suficientes para la percepción de una mujer. En cambio, la percepción de un rostro no humano como femenino requiere características adicionales más allá de las requeridas para la detección de rostros.

“Las explicaciones que se barajan giran en torno a la idea de que el rostro femenino se define en relación con el masculino, es decir, el rostro masculino, así como su figura, constituiría una especie de plantilla base a partir de la cual se añadirían los elementos femeninos. Otra cuestión para dilucidar es si esta tendencia a ver más rostros o figuras masculinas es innata o es aprendida socialmente”, apunta Teresa Paredes Cortés, facultativo especialista en Psicología Clínica del Hospital Universitari i Politècnic La Fe de Valencia.

El test de Rorschach

La pareidolia es un fenómeno del que los profesionales se valen en sus terapias. Un ejemplo es el popular test de Rorschach, que se utiliza en ciertas terapias psicológicas. Consiste en un experimento en el que se le muestran al paciente diez láminas con manchas de tinta (siete negras y tres policromáticas) que no tienen una estructura fija y son ambiguas, aunque presentan una simetría bilateral. Se utiliza en evaluaciones psicológicas y se le pide al paciente que describa qué ve en esas imágenes. Según sus respuestas, emitidas en base al fenómeno de la pareidolia, que es capaz de ver rostros e imágenes donde no las hay, el especialista puede formular hipótesis sobre la personalidad y el funcionamiento psíquico de la persona examinada.

El creador de este test fue el psiquiatra suizo Hermann Rorschach, que lo publicó en 1921, solo un año antes de su muerte, por lo que no llegó a conocer su alcance. Para desarrollar este test que lleva su nombre, el especialista en psicoanálisis analizó el impacto que tenía la vida y la personalidad de los individuos en su propia percepción visual.

El análisis del test se basa en las respuestas que da el individuo pero no solo tiene en cuenta la contestación en sí sino que también analiza otros elementos tales como el tiempo que el individuo tarda en responder, en qué posición coloca la lámina, qué detalles da sobre la imagen que cree ver, si detecta en ella movilidad o no etc.

Denostado por muchos, debido a su escasa validez estadística y escaso rigor científico (en un 75 % de los casos los sujetos entrevistados ven cosas totalmente diferentes), el test de Rorschach se sigue utilizando en muchas consultas de psicoanálisis. No es útil para diagnosticar patologías pero sí para conocer la personalidad del paciente.

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