Más de 800 años para saber de qué murió Saladino, el gran sultán del mundo islámico
May 19, 2018 El Mundo , NoticiasUn experto en enfermedades infecciosas y parasitarias desvela que la fiebre tifoidea pudo acabar con la vida de Saladino.
La comunidad científica trata de resolver los misterios del pasado aplicando el conocimiento actual.
Figura clave en la Historia de Oriente Medio, a día de hoy la muerte del sultán Saladino continúa siendo un misterio. En marzo de 1193, menos de un año después de firmar el Tratado de Ramla con el rey Ricardo Corazón de León, cayó enfermo en su palacio de Damasco y moriría sólo dos semanas después. Salah al-Din tenía entonces 55 o 56 años y su repentina desaparición marcaba el inicio de un largo conflicto sucesorio en la dinastía ayubí. Ahora, un profesor de medicina norteamericano ha intentado recomponer el historial médico de Saladino y, con él, el último capítulo de la biografía del gran sultán.
Después de analizar los testimonios de la época y el material disponible sobre la enfermedad que afectó al soberano, Stephen Gluckman, investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pensilvania, aventura que la culpable podría haber sido la fiebre tifoidea, una enfermedad bacteriana muy común en la región siria en aquel momento. “Practicar la medicina siglos después de los hechos requiere gran cantidad de paciencia, reflexión e imaginación”, explica el profesor, experto en desórdenes parasitarios. “En este tipo de misterios médicos, se estudian todas las posibilidades, se descartan las imposibles (o muy improbables) y se jerarquizan las posibles causas”, añade. Así, el hecho de que la fiebre tifoidea fuese una de las causas prevalentes de mortalidad en el sultanato hace que, a ojos del investigador, esta hipótesis sea más plausible que la tuberculosis, el tifus o la malaria.
La fiebre tifoidea es una enfermedad potencialmente mortal producida por la bacteria Salmonella enterica. Transmitida por alimentos o agua contaminados, hoy en día es común en la mayor parte de las regiones mundiales no industrializadas. El mayor riesgo aparece en las comunidades pobres y en los colectivos más vulnerables, como niños y ancianos. Sus síntomas incluyen fiebre alta, debilidad, dolor de estómago, dolor de cabeza y pérdida del apetito, lo quecoincide con los testimonios en relación a la convalecencia del sultán. La Organización Mundial de la Salud estima que cada año la contraen entre 11 y 20 millones de personas y que es fatal para unas 150.000.
Precisamente hace sólo unos meses, en diciembre de 2017, la OMS daba luz verde a la primera vacuna conjugada contra este mal, un remedio que se comenzará a utilizar de forma prioritaria en aquellos países que presentan la mayor carga de casos. Con este remedio, la OMS espera poder reducir el uso de antibióticos para tratar la enfermedad, lo que a su vez debe frenar el ritmo al que la bacteria adquiere resistencia a los fármacos. Según explica Gluckman, de haber existido entonces, un simple tratamiento con antibióticos podría haber salvado la vida de Saladino.
Resolviendo los misterios de la Historia
Gluckman ha presentado su investigación y diagnóstico en la 25ª Conferencia Anual de Historia Clínico-Patológica celebrada recientemente en la Escuela de Medicina de Maryland. La cita está dedicada al diagnóstico de trastornos que afectaron a figuras históricas y, en pasadas ediciones, los expertos han discutido y analizado las enfermedades de personajes como Lenin, Darwin, Eleanor Roosevelt y Lincoln. En este caso se ha tratado el caso del sultán Saladino, cuya figura ha trascendido no sólo como la némesis de los cristianos en la Tercera Cruzada, sino también como un ideal de prudencia y caballerosidad. No en vano, Dante lo sitúa en el castillo de los “espíritus magnos” en su Divina Comedia.
Por otro lado, los enigmas de la Historia atraen con frecuencia a la comunidad científica. Tal vez uno de los casos más notables sea el de Alejandro Magno, cuya muerte continúa hoy envuelta en un halo misterio. En el caso del soberano macedonio, también se ha apuntado la posibilidad de que una fiebre tifoidea, una infección o incluso malaria acabasen con su vida. Sin embargo, en 2014 un equipo de toxicólogos del Centro Nacional de Nueva Zelanda señalaba el envenenamiento como causa de su muerte en la revista Clinical Toxicology. Concretamente se apostaba por una hierba llamada Veratrum album, también conocida como ballestera o eléboro blanco.