La radio en la Argentina: 100 años de un amor que nació en una terraza
August 27, 2020 El Mundo , NoticiasSi pudiéramos volver a 1920 y contarle a Don Enrique Telémaco Susini cómo es la radio argentina en el año 100, deberíamos advertirle primero que celebramos con una radio pandémica, desprolijamente sonora, “confeccionada” desde las trincheras y el aislamiento, con interferencias, crujidos, cortes, el ladrido del perro, el timbrazo del muchacho “Rappi/Glovo”, la vibración de la multiprocesadora o el grito de fondo contenido por un barbijo.
Así nos toca festejar el hito, bañando los micrófonos en alcohol, separando conductores con acrílico, sometiéndonos al “revólver” infrarrojo que marca la frontera entre entrar o no a una emisora. Cuando creíamos que la radio era una llanura, la peste nos pateó el rancho. Austeridad y reinvención. Distanciarnos, apartarnos corporalmente para unirnos desde el oído.
Fue el 27 de agosto de 1920 que cuatro señores transmitieron desde la terraza del Teatro Coliseo la ópera Parsifal, de Wagner. Hasta allí, el cuento conocido de Susini, César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica. Pero hay secretos y perlitas que agrandan el hecho y lo vuelven épico, narrado hoy en boca de sus herederos.
Gonzalo Susini, sobrino nieto del otorrinolaringólogo autor mayor de la proeza, considera que ese patriota que hablaba ocho idiomas y pensaba en compartir los adelantos traídos desde Europa, no tuvo “el marketing” del que gozaron otros personajes históricos. “No tuvo hijos, estaba despreocupado por la promoción de su hazaña y hoy se lo emparenta con la radio solamente sin que se conozca su rol de investigador científico, réggiseur, empresario de la naciente industria del cine, fundador del estudio Lumiton”.
“Enrique murió en 1972, yo nací en 1966. Recuerdo bien sus cuentos, y las anécdotas contadas por mi abuelo Hernán, su hermano. Eran 11 hijos. Enrique fue el primer otorrinolaringólogo argentino, hijo del médico Telémaco. De una inteligencia superior, estudió en Viena. Contaba que operó a María Calas, a Enrico Caruso, atendió a Carlos Gardel”, resume Gonzalo un mar de datos desesperante.
“Ya en 1910, Marconi, ganador del Premio Nobel de Física, había viajado a la Argentina e instaló una estación radiotelegráfica en Bernal. Pero lo que hizo Enrique, que para 1920 tenía 29 años, fue unirse a su joven sobrino Miguel Mugica y los amigos de él, César Guerrico y Luis Romero Carranza, para cambiar la historia”.
Un transmisor de 5W, válvulas francesas, una antena conectada a una cúpula cercana. Las primeras palabras radiales fueron poco más de 20 y en boca del propio Susini. La grabación quedó registrada: “Señoras y señores, la Sociedad Radio Argentina les presenta hoy el Festival Sacro de Ricardo Wagner, Parsifal, con la actuación del tenor Maestri…”. Pero la labor de Susini fue más titánica que eso y pocos saben cómo continuó más allá de esa azotea.
“Después de aquel día, Enrique mandaba a sus hermanos a las ferreterías y casas de electricidad a comprar lo necesario para armar los aparatos receptores. Registró la primera broadcasting del mundo”, suma Gonzalo Susini. “Como todo genio, iniciaba algo, se aburría y seguía con otra cosa. Se interesó por traer la televisión a la Argentina mucho antes de los ’50, escribió teatro y dirigió Los tres berretines, la segunda película sonora argentina, pero la primera con guión”.
Aquella azotea donde se despertó una pasión basada en el sonido será este jueves escenario de una transmisión homenaje por parte de Radio Nacional. En tiempos en los que se debate si el podcast integra o apenas roza la categoría radio, la hermana mayor de la televisión resistió con altura, absorbió y se nutrió de otras plataformas para ramificarse y no desaparecer: lejos de lidiar con la imagen, la sumó. Hoy una emisora es una ventana con mil otras ventanitas abiertas, un medio que sin descuidar la actividad esencial primera, ofrece valor agregado.
Estrellas vivas del radioteatro
Para quienes fueron niños de 1950, Mabel Landó siempre será Juana, del radioteatro Las aventuras de Tarzán. De lunes a viernes, a las 17.30, el ciclo paralizaba al segmento infantil del país. Sin demasiadas leyes de marketing, la visionaria empresa de leche chocolatada Toddy auspiciaba por Radio Splendid el programa que marcó la historia infantil auditiva, con César Llanos. Cuenta la leyenda que las toneladas de cartas de los padres de la época lograron cambiar el horario: el éxito terminó moviéndose a las 18 para dar tiempo a los purretes a llegar de la escuela y clavarse al lado del aparato.
A los 88 años, Landó no puede dejar de lagrimear cuando recuerda ese hito. “Todavía tengo presente la emoción del Día de la Primavera en que los empresarios de Toddy decidieron hacernos salir a la calle para paralizar la Avenida Santa Fe”, cuenta a Clarín. “Se habló con la Municipalidad para detener los trolebuses que circulaban por ahí. Iba yo con un vestido corto, saludando a los niños enloquecidos que le ponían por primera vez imagen a mi personaje y al de Oscar Rovito, Tarzanito”.
Son varias las gemas pioneras del radioteatro que acusan noventa y tantos y fueron olvidadas por los medios. La historia viva del aire la cuentan hoy Julia Sandoval, Hilda Bernard, María Duval, Nelly Prince.
“Mi historia radial empezó en 1932 y la tengo grabada a fuego”, dice Prince, de 94 años. “Tenía seis años. Crucé la calle solita, sin ayuda, y entré a Radio Belgrano. ‘Buen día, señor, yo quiero trabajar acá’, dije en puntas de pie para que me vieran desde el otro lado del mostrador. Me dieron un papel en La pandilla Marilyn”. A sus 13 años su continuidad en la radiofonía peligraba, pero entró en acción Eva Duarte. “Evita me vio llorando en un rincón y subió indignada para hablar con las autoridades. ‘Escúchenme bien. A esta chica no sólo la van a devolver al elenco estable: le van a aumentar el pago'”, pidió.
Duval -estrella del cine que se retiró de la actuación en 1948 y decidió el silencio-, reaparece a los 94 para desempolvar joyas que no están en ningún libro: “Soy de Bahía Blanca. Era muy buena declamando y un profesor le aconsejó a mi padre que me llevara a la ciudad a probar suerte. Me contrataron en Radio Mitre y ya con el pago de la primera quincena papá entendió que había un futuro para la familia y los trajo a todos. Luego llegaron las 21 películas que hice. Cambié de vida cuando me casé, pero conservo como un tesoro ese comienzo en la radiofonía”.
Julia Sandoval es otra de las divas silenciosas con un currículum para cuadro. Tiene 92 años y evoca “otro mundo”, el de sus andanzas “en Radio El Mundo, auspiciada por jabón Sunlight, presentada por el locutor Jaime Font Saravia”. También evoca su dupla de radioteatro con Eduardo Rudy. Pisaba el umbral de la emisora y tenía que soportar los ruegos de ‘los caza-autógrafos'”. Tiempos de elegancia. De “frac y vestidos de gala” para enaltecer a parte de una audiencia que se infiltraba para poner imagen a un sueño sonoro.
Hilda Bernard tiene apenas dos meses menos que la radio argentina. Su centenario será en octubre. Ella es “mamarrachito mío”, la mujer a la que Oscar Casco le entregaba su almibarado tono para que los radioaficionados murieran de amor del otro lado del parlante. “Habré hecho 100 radioteatros supongo. Eran tiempos de magia. Con Nené Cascallar, la autora, hacíamos uno de noche en la ventana de Splendid. Todo tan poético que el estudio daba directo a un jardín y se escuchaban hasta los grillos”.
De la azotea de 1920 al techo de 2020
¿Cómo escuchamos los argentinos radio, cuánto? Según Kantar Ibope Media, se registran por día 4.527.890 oyentes (pero el dato sólo corresponde a Capital y Gran Buenos Aires. Imaginemos el número total que arrojaría un estudio a fondo en las otras 22 provincias). El 63% escucha para informarse y un 13% descubrió programas y/o emisoras en la pandemia. El informe revela que en cuarentena “la mayoría de los oyentes comienza a escuchar radio más tarde de lo habitual” (9 a 13 es el horario fuerte) y el 57% de los oyentes prefiere escuchar la radio en soledad.
¿Qué emisoras prefieren los argentinos? En FM -según el trimestre mayo/junio/julio relevado por Kantar Ibope- La 100, Aspen, Metro, Disney y Pop, en ese orden. En AM, Mitre, La Red, Radio 10, y la 750 y Rivadavia, también en ese orden. La 100 cuenta con un 17,94 del share. Mitre, 38,80.
¿Qué es la radiofonía nacional hoy, más allá de numeritos, entre emisoras que se achican, deudas salariales y la costilla del podcast? Es también lo imposible, lo quimérico, lo inverosímil hecho carne: que un chico mudo haga aire. Que gracias a una aplicación Gonzalo Giles escriba sus ideas y el celular emita una voz que le arranque de adentro lo que tiene para decir.
Giles es tal vez el ejemplo menos conocido y poderoso de estos 100 años: amar el aire tanto que no haya limitación suficiente para involucrarse, para reencarnar en la proeza de los Locos de la azotea. A los cinco meses contrajo una meningitis. Las secuelas fueron “una hemiparesia derecha, apraxia de los músculos del cuello, mandíbula y lengua, y compromiso del habla”. La vocación pudo más que semejante diagnóstico. En 2015 descubrió que el teléfono podía ayudarlo a decir lo que tenía para decir y se lanzó a eso que llaman éter. Hoy opera, produce, conduce y dirige lo que para muchos puede ser una radio de pueblo, pero para él es una espada comunicacional, Celeste y blanca (FM 102.1 de Dolores).
Solo entre las 20 radios más populares de Capital y GBA suman más de 350 programas al aire. Si pensáramos en relevar las 10 emisoras más importantes de cada provincia, esa cifra se elevaría aproximadamente a unos 5 mil ciclos.
En una era en la que se achican la pauta publicitaria y los recursos humanos, la fe por la radio no se apaga. Si nos volviéramos realmente federales y calculáramos también los oyentes y las producciones incesantes de las emisoras “hormiga” de cada pueblo, el número sería monstruoso. En la era en que creemos reinas a las plataformas como Netflix o Amazon, no hay compañía de streaming que pueda contra el volumen del menú radiofónico.
De las orquestas en el estudio y los radioteatros al Instagram en vivo en los estudios, la curva de la radio pudo haberse aplanado pero nunca desapareció. Hay un sonido que permanece encantadoramente viejo, guetos que siguen escuchando la quiniela, esperando el “ooochoooo” al estilo Riverito, el zumbido de los motores de Turismo Carretera, el Rotativo del aire siempre con la verdad, el dato rockero ochentoso de Rock & Pop. Es más, el gran icono que anda con planes de jubilarse todavía no lo hizo para alegría de su rebaño: Don Héctor Larrea (Nacional) es todavía el conductor popular con más años de aire.
Dice Larrea, amagando con fijar el difícil 2020 como última página de su almanaque radial: “Confinado, es la primera vez en la historia que hago aire desde casa varios meses, por teléfono. Un espanto. No hay línea de orden. Mi teléfono produce reverberación. Me provoca angustia, pero el oyente igual agradece la compañía”. El aislamiento tuvo para él una pequeña alegría, coincidir con el aniversario 130 del nacimiento de Carlos Gardel, por lo que se despacha con perlas y estudios sobre “El Zorzal”.
El centenario marca varios progresos y algunas cuentas pendientes. De aquella primera radio “fundada” por varones estrictamente pasamos a una en la que la presencia femenina abunda, aunque en el rol conducción el cupo no es equitativo. En el relevo de emisoras, abundan las locutoras, columnistas y productoras, pero no las que ejercen un rol de dueñas de un ciclo en horarios no marginales.
De los cuatro “locos de la azotea” impulsando la primera transmisión radial de la Argentina a esta radio con visibilidad trans, hubo un giro. La radiofonía 2020 intenta lentamente cambiar el paradigma. Un ejemplo significativo: el programa más escuchado de la FM, El club del Moro (La 100), tiene en sus filas a Costa y tuvo en algún momento también a Lizy Tagliani.
“¿Dos travestis en un programa? ¿Dos?, decían. Nadie cuestiona a dos mujeres o dos hombres, sí a dos trans. Y lo gracioso también es la respuesta de Santiago Del Moro: el nunca nos contrató por nuestra condición, sí por responsables y graciosas. Nos desexualizó“, juzga Costa. “El verdadero triunfo es haber llegado a los más pequeños. En época escolar yo contaba cuentos a los niños. Pidieron que los hiciera más breves; los chicos no querían bajarse del auto”.
Otro logro del medio fue la gala propia de entrega de Martín Fierro. La radio pasó de ser La Cenicienta cuyas figura hacían “un cameo” en una fiesta con supremacía televisiva, a ganar en espacio, ternas y visibilidad.
El poder del jingle radial y otras yerbas
La radio hoy es simple, hipermostrada, con selfies hasta desde la antena, pero al fin y al cabo parecida a esa primera. “Mate, café, harina y palmitos, yerba, mermelada, cacao, picadillo”…
El jingle más poderoso de los últimos años demuestra que habrán pasado 100 años, pero la publicidad radial no pierde fuerza.
La mujer que puede dar fe de cómo el mar radial puede engendrar un tsunami auditivo es Andrea Báez, “la señora Marolio“, avezada cantante de jingles y corista de Ciro y Los Persas. A casi 20 años de esa cancioncita pegajosa que terminó en remeras y tazas, ella también se siente parte del centenario: “La radio es hábitat natural de jingle, el mejor espacio para desarrollarlo incluso hoy, un jingle de radio es recordabilidad asegurada”, se entusiasma Báez.
“La historia del jingle se remonta a músicos en vivo en los estudios. Esta grabación es de 2001 y se convirtió en un fenómeno raro. Es un caso de estudio publicitario: dura mucho para lo que es un jingle radial, todo tiende al audio-logo, a una palabra cantada. El jingle se convirtió en himno”.
Por la mañana cerca y temprana como una rosa, un duendecito, frágil, chiquito salió a pasear. Si usted lee esa línea cantando (la cortina de Rapidísimo), entenderá que la colonización auditiva que ejerce la radiofonía no pasa de moda. Aunque quieran hacernos creer que reina el algoritmo, la radio es en sí su propio algoritmo, con reglas nostálgicas/emocionales imbatibles.
La radiofonía española cumplirá su centenario recién en 2024. En un país que cuenta con análisis radiofónicos exhaustivos y una audiencia “monstruosa” (la mitad de los habitantes escucha diariamente), conocer números y el desarrollo de ese modelo pueden servir como guía para entender dónde estamos parados.
Según el periodista, consultor y formador en Comunicación y Radio Gorka Zumeta, son 23.823.000 oyentes diarios los contabilizado en España a fines de 2019. “Los más preocupante no es que la grandísima mayoría son mayores de 50 años: lo peor es que no se produce la renovación generacional”, analiza. “Los jóvenes tienen otros canales de entretenimiento, de información. La radio está en pleno proceso de redefinición. En el futuro va a acaparar un enorme protagonismo en soporte podcast. En el fondo no es más que radio grabada”.
El coronavirus impulsó la escucha, pero también puso al descubierto problemáticas: “La radio ha hecho un papel enorme durante la pandemia. Estudios avalan que ha aumentado su consumo, sobretodo en digital, una circunstancia que ha favorecido el teletrabajo, pero paradójicamente la radio ha sufrido males”, agrega Zumeta. “Por ejemplo: el parón del confinamiento ha hecho que la publicidad se retraiga y las pérdidas han sido millonarias en los primeros meses del año. Ya se ha empezado a recuperar la inversión, poco a poco, pero las cifras hablan de decenas de millones de euros que la radio ha dejado de percibir”.
“El otro gran mal ha sido la medición. En España se realiza a través del Estudio general de Medios, que se basa en encuestas presenciales hechas en los domicilios de los encuestados. Durante el confinamiento ha sido imposible realizarlo. La paradoja es que la radio se ha escuchado más, pero no se pudo medir ni se pudo medir, ni se pudo rentabilizar”, explica Zumeta.
¿Qué tiene ese aparatito centenario llamado radio que todavía nos conecta -no en el sentido de lo inalámbrico/electrónico-? Tal vez sirva una anécdota de los últimos días que apuñaló el corazón de los oyentes deportivos. Con horas de diferencia, se apagaron para siempre las voces de Marcelo Baffa y de Osvaldo Wehbe, dos iconos de la compañía amena del hincha.
Los que sintonizaban La Red (y las emisoras cordobesas) dejaban en el contestador radial el llanto con ahogo incluido. “Me acaban de arrancar al amigo de madrugada que me hacía olvidar del virus”. “Le quitaron el grito al gol, sin el cordobés, el gol sonará vacío”. Tal vez la radio sea lo contrario al vacío, una secta, un páramo, ese pastor que predica en base a una fe que sólo puede entenderse carne adentro. En la era del ombligo y el Yo-Yo visual, quizá sea -milagrosamente- nuestro costado menos ególatra e invisible: dejar al otro hablar, escucharlo, reconocer la existencia de una compañía desde el más allá. Felices 100, Señora de las 10 décadas.