La ciencia revela ‘tu otro yo’
September 7, 2018 Bienestar , NoticiasNuestra mente alberga instintos salvajes, deseos oscuros y emociones atávicas. Conocer esos aspectos de nuestra personalidad es el primer paso para aprender a manejarlos.
Nuestra época es la menos cruel de toda la historia de la humanidad. Esa es la tesis que defiende el psicólogo y divulgador Steven Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro (Paidós, 2012). Un ejemplo: se calcula que, en las primeras etapas del ser humano, el 15 % de las personas morían asesinadas. Pero, a partir de la aparición del Estado, la cifra descendió. Incluso en épocas cruentas como la primera mitad del siglo XX, el porcentaje de homicidios no subió del 3 %. Y lo mismo sucede con otros delitos violentos: las violaciones y los genocidios son cada vez menos habituales. Por eso, Pinker utiliza la metáfora de los ángeles que, paulatinamente, van ganando la batalla a los demonios que llevamos ocultos.
Cuando conocemos a alguien, alcanzamos la prodigiosa velocidad de tres mentiras cada diez minutos.
Pero a veces asoma una cara B del ser humano que lo teletransporta al Paleolítico. En ese lado oculto hay violencia salvaje, sexualidad desbocada y pasiones que negamos, como la envidia, los celos y la sed de venganza. Para que nuestra civilización siga adelante, necesitamos ocultar ese yo primitivo a los demás, porque, como recuerda una frase popular, “si se pudieran oír todos nuestros pensamientos, nos mataríamos entre nosotros”.
La forma de esconder nuestras pasiones tabúes es la mentira: las investigaciones de la psicóloga Pamela Meyer arrojan una asombrosa media de cien mentiras al día. Incurrimos en la mayoría de ellas, según esta investigadora, para impedir que nuestros sentimientos políticamente incorrectos salgan a la luz. Sus datos nos ofrecen una prueba de la correlación entre la falsedad y la ocultación de nuestro yo más vergonzoso: cuando conocemos a alguien –el momento en el que cimentamos la imagen ante el otro– alcanzamos la prodigiosa velocidad de tres mentiras cada diez minutos.
Esta necesidad de ocultación no solo nos lleva a engañar a los demás: también nos conduce a escondernos aspectos psicológicos a nosotros mismos. El profesor de la Universidad de Washington Jonathon D. Brown se ha preguntado acerca de los costes y los beneficios de conocer bien nuestro lado oscuro. Su conclusión es que, en las cuestiones que podrían generar culpabilidad, solemos elegir falsear nuestro autoconcepto para salir indemnes y no caer en la autocompasión. Es, por ejemplo, lo que solemos hacer en las acciones pasadas que ya no podemos cambiar. Nos resulta menos doloroso autoengañarnos para poder creer que no fuimos responsables de lo que ocurrió.
El papel de la cultura
Por otra parte, en los tiempos modernos se ha acentuado la tendencia a encontrar canales para sacar a la luz sentimientos tabúes que solemos negar en la vida diaria. Uno de ellos es la cultura: la literatura, el cine, la música y las series de televisión se han convertido en rendijas que utilizamos para colar nuestro yo oculto. No hay más que ver el éxito de personajes como el brutalmente honesto Dr. House (“¿Preferiría un médico que le coja la mano mientras se muere o uno que le ignore mientras mejora?”, pregunta a un paciente que le acusa de poco empático) para darnos cuenta de que ver a alguien manifestando espontáneamente emociones negativas nos genera simpatía.
La misma necesidad de sacar del armario nuestras pasiones ocultas explica la multitud de productos culturales que explotan el morbo que nos causan los asesinos en serie. O las canciones, películas y novelas que extraen su fuerza del cinismo iracundo contra los poderosos a los que muchos desean cualquier tipo de mal: la muerte ridícula de un rico o un político es ya un recurso narrativo trillado para ganarse las simpatías del público.
En su libro Monster Show. Una historia cultural del horror (Valdemar, 2008), el historiador cultural David J. Skal nos recuerda que emociones inconfesables –como la ira sin motivos importantes que nos provocan ciertas personas, el atractivo que nos generan malvados que nos deberían producir repulsión o la necesidad de venganza contra aquellos que nos han superado– son el argumento principal de la cultura popular desde la Edad Media.