Jenaro, el dueño de la Luna
July 1, 2019 El Universo , NoticiasÉsta es la insólita historia de un abogado chileno que en 1954 acudió a una notaría y registró el satélite de la tierra a su nombre. La leyenda cuenta que Nixon le pidió permiso para posar el Apolo XI en su propiedad. Y don Jenaro se lo dio.
Esta es la historia de un lunático. Es el sexto de nueve hermanos, canta ópera, ama los telescopios y se casa tres veces: con una chilena, una española y una suiza. Es amigo de Salvador Allende y un día recitó en casa de Pablo Neruda un poema escrito a las tres de la mañana. Es poeta. Y pintor. Y músico. Pero se gana la vida, bastante mal por cierto, con pleitos pobres de abogado.
Y como todos los extraterrestres, tiene las cejas pobladas.
Se llama Jenaro Gajardo Vera y acaba de salir de una notaría con un papel para la Historia: ha registrado a su nombre el único satélite de la Tierra.
Jenaro, el dueño de la Luna.
Parece algo delirante y quizá lo sea. Pero en la sociedad Los Cóndores de Talca cuentan la aventura insólita del que fuera uno de sus fundadores, una historia que a mediados del siglo XX cuando las naciones del mundo aún no habían desarrollado legislación alguna sobre la no apropiación del espacio invadió Chile, se extendió por América, dio la vuelta al mundo y, probablemente, llegó a la Luna.
Ricardo Melgarejo es uno de los miembros actuales de Los Cóndores y durante una comida en la sede de la sociedad narró con detalle la ocurrencia más brillante de un ser humano para reírse del capitalismo.
Porque don Jenaro registró la Luna por 42 pesos, pero nunca la vendió. “No la inscribí con ese afán. Si obtenía dineros por ella, la historia se echaría a perder. Quise hacer un acto poético de protesta interviniendo en la selección de los posibles habitantes del satélite y sacarle partido para que la Humanidad tuviera un poco más de paz”.
Lo dicho, un extraterrestre.
Una noche de septiembre de 1954, Jenaro Gajardo Vera entró en el Club Talca con intención de hacerse socio. Durante la cena, los responsables le dijeron que por su condición de abogado podía ser aceptado, pero que al carecer de patrimonio quedaba excluido.
“Cuando salí, me fui caminando hasta la plaza. Me molestó que se le diese tanta importancia a las cosas materiales. Me detuve y miré al cielo. Y vi la Luna llena. Qué curioso, me dije, el satélite pertenece a la Tierra, tiene dimensiones y nadie lo ha inscrito a su nombre”.
El bueno de Jenaro se fue a dormir, pero nadie sabe si lo consiguió. El caso es que al día siguiente llevó al conservador de Bienes Raíces y notario de Talca, César Jiménez Fuenzalida, unos documentos con sus pretensiones y los datos de las medidas de la Luna.
– ¿Tú sabes bien lo que estás haciendo, Gajardo?
– Sí.
El profesional revisó los formularios y la argumentación.
– Tienes toda la razón del mundo. La Luna pertenece a la Tierra y tiene deslindes. No creo que nadie la haya inscrito, pero de aquí en adelante te van a tildar de loco.
– No importa.
Jenaro hizo tres publicaciones de aviso en el Diario Oficial y, como nadie contestó oponiéndose, volvió a la notaría de Talca para registrar una mítica escritura. Era el 25 de septiembre de 1954.
“Jenaro Gajardo Vera, abogado, es dueño, desde antes del año 1857, uniendo su posesión a la de sus antecesores, del astro, satélite único de la Tierra, de un diámetro de 3.475.00 kilómetros, denominada LUNA, y cuyos deslindes por ser esferoidal son: Norte, Sur, Oriente y Poniente, espacio sideral. Fija su domicilio en calle 1 oriente 1270 y su estado civil es soltero. Jenaro Gajardo Vera. Carné 1.487.45-K. Ñuñoa. Talca, 25 de septiembre de 1954”.
Con el folio sellado en la mano, Gajardo ya era un lunático. Así que se fue al Club Talca en busca de venganza espacial.
Mire, usted que se interesa tanto por los bienes materiales: he inscrito el satélite lunar de acuerdo a la ley, así que me pertenece. Aquí está la copia de la inscripción autorizada por el notario y el conservador de Bienes Raíces.
Y entró en el club.
El asunto empezó a correr de voz en voz y hasta salió en la prensa chilena de la época.
Y un día, Hacienda, que es igual en todas partes, envió a dos inspectores del Servicio de Impuestos Internos de Chile para cobrar a Gajardo Vera las contribuciones correspondientes.
En una entrevista con la televisión argentina en 1989, el propio don Jenaro lo contaba así:
– Usted es dueño de la Luna pero no la ha declarado, así que es evasión de impuestos. Es un delito.
– Muy bien, no nos vamos a complicar la vida. Ustedes van a tasar la Luna primero y una vez que la tasen, hablamos.
Los inspectores no volvieron a aparecer.
Los años pasaron y nuestro protagonista pasó de persona a personaje, incluso con ofertas suculentas de televisiones que no se concretaron nunca.
Y entonces, a mediados de 1969, ocurrió algo demasiado perfecto para ser verdad. No hay constancia documental de lo que viene a continuación. Sólo la leyenda, el relato de Los Cóndores y el propio testimonio de don Jenaro sostienen este ripio final.
El agregado cultural de la Embajada de EEUU en Santiago de Chile entregó a Gajardo Vera un mensaje del mismísimo Richard Nixon.
Solicito en nombre del pueblo de los Estados Unidos autorización para el descenso de los astronautas Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que le pertenece.
El dueño de la Luna valoró el “gesto democrático” de Nixon y contestó:
– En nombre de Jefferson, de Washington y del gran poeta Withman, autorizo el descenso de Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que me pertenece. Y lo que más me interesa no es sólo un feliz descenso de los astronautas, de esos valientes, sino también un feliz regreso a su patria. Gracias, señor presidente.
El Apolo 11 tenía permiso para aparcar.
Y una noche de 1998, a los 79 años de edad, don Jenaro Gajardo Vera murió. Poco antes, lunáticamente lúcido, había redactado un testamento digno de su genialidad:
“Dejo a mi pueblo la Luna, llena de amor por sus penas”.
¿A quién pertenece realmente la Luna?
Con permiso de Don Jenaro, un centenar de países tienen firmado el Tratado del Espacio Ultraterrestre, un acuerdo que fue rubricado el 27 de enero de 1967 y que prohíbe a cualquier gobierno reclamar el satélite terrestre o cualquier otro cuerpo celeste. El texto declara, además, que sean zonas desmilitarizadas, en las que está prohibido colocar cualquier arma de destrucción masiva.
Al hilo de aquel pacto, se desarrollaron tres instrumentos jurídicos más: el acuerdo de rescate, que establece la cooperación internacional para rescatar astronautas de cualquier nacionalidad; la convención de responsabilidad, que fija la obligación de las naciones a hacerse cargo de los daños que causen, y el tratado de la Luna, que supervisa la extracción de los recursos y que declara que tanto el satélite terrestre como los planetas, “son la herencia común de la Humanidad”.
Con la entrada de empresas privadas en la exploración lunar, hay voces que reclaman una actualización de aquel acuerdo, redactado en plena Guerra Fría. Recientemente, los senadores de EEUU Gary Peters y Ted Cruz han presentado un proyecto de ley en su país para preservar y proteger el lugar histórico del aterrizaje del Apolo 11. “Con empresas comerciales y más países con capacidad de aterrizar en la Luna”, dice el texto, “es necesario asegurarse de la protección de este territorio y otros lugares históricos de los alunizajes por el esfuerzo humano y de innovación que representan”.