Hay plantas que saben sumar y otras, dividir

Las habilidades para el cálculo y la aritmética no son exclusivas, por mucho que nos pese, de los Homo sapiens. Se han observado también en otros animales, como los tiburones, las palomas, los macacos, las fochas e, incluso las hormigas.

Y es que hace ya tiempo que los científicos descubrieron que ciertas hormigas de la especie Catapglyphis fortis son capaces de contar sus pasos cuando salen del hormiguero, lo cual les ayudará a encontrar con mayor facilidad el camino de regreso.

Lo que quizás no sea tan conocido es la pericia aritmética de la que hacen gala algunas plantas. Una de ellas, probablemente la más estudiada, es la venus atrapamoscas (Dionaea muscipula), una planta carnívora.

Desde hace tiempo sabemos que cuando los nutrientes del suelo escasean esta planta se alimenta de insectos y arácnidos. Para ello cuenta con la ayuda de unos pelos sensores ubicados en la superficie de sus hojas con los que es capaz de advertir la presencia de una presa. Sin embargo, un primer contacto con el pelo sensor no es suficiente para cerrar la trampa ya que podría tratarse de una falsa alarma y el mecanismo de cierre conlleva un elevado gasto energético que en esos momentos no se puede permitir.

Para evitar el derroche metabólico la planta tiene que ‘contabilizar’ cuantos pelos sensores se han activado antes de ‘dar la orden’ de cerrar. Pero esto tampoco es suficiente, ya que esa activación se tiene que producir en un tiempo no demasiado largo.

Los científicos observaron que cuando se produce un segundo contacto en menos de treinta segundos el órgano de captura de la venus atrapamoscas se activa y se produce el cerrojazo. A continuación, se libera jasmonato, una fitohormona de origen lipídico que estimula la producción de enzimas digestivas al tiempo que se inicia la expresión de ciertos transportadores encaminados a captar nutrientes derivados de la digestión.

Llegado este punto cuantos más sensores se activen -provocados por un intento desesperado por parte de la presa de huir- mayor será el número de enzimas digestivas que se liberen. De alguna forma el ‘recuento matemático’ desequilibra la balanza coste-beneficio del lado del beneficio.

Cálculso para pasar la noche

Durante el día las plantas realizan la fotosíntesis, un proceso esencial para su crecimiento y a través del cual utilizan el dióxido de carbono atmosférico y la energía que aporta la luz solar para sintetizar materia orgánica. Cuando llega la noche la fotosíntesis, por razones obvias, se suspende y la planta tiene que utilizar sus reservas de hidratos de carbono -almidón- para aportar energía a su metabolismo.

Ahora bien, ¿cómo gestiona la planta, de forma eficaz, el stock de almidón? Esta cuestión que no es baladí ya que no siempre el sol se oculta a la misma hora y porque puede suceder que subamos las persianas a horas diferentes a lo largo de la semana, alargando o acortando el ‘sueño’ de nuestras plantas de interior.

Para responder a estas preguntas los científicos estudiaron una planta herbácea, la Arabidopsis thaliana, la favorita de los experimentos de laboratorio. Su estudio, básicamente, consistió en someter a diferentes plantas a noches de longitud variable y ver qué sucedía con los recursos de almidón. Invariablemente, todas las plantas consumieron el 95% de los recursos de almidón que habían acumulado durante el día, sin importar la duración de la noche. Esto significa que, de alguna forma, las plantas eran capaces de evaluar la longitud de la noche y controlar el ritmo del consumo a lo largo de la misma.

Los científicos del Centro John Innes del Reino Unido están convencidos de que la planta realiza divisiones aritméticas entre dos moléculas, una que bautizaron como ‘S’ (starch, almidón), que les informa de la cantidad de azúcar disponible al llegar al ocaso, y otra que denominaron ‘T’ (time, tiempo), que les proporciona información sobre el tiempo que queda hasta la salida del sol. El cociente entre S y T es clave para evitar ‘desfallecer’ durante las horas nocturnas.

Europa Directo