Feliz Navidad!
December 25, 2021 El Mundo , NoticiasOrigen de la Palabra.
Primeras Celebraciones
Alejandría
Chipre, Mesopotamia, Armenia, Asia Menor.
Jerusalén
Antioquía
En Roma tenemos la evidencia más antigua en el Calendario de Filocalio (P. L., XIII, 675; puede verse en su totalidad en J. Strzygowski, Kalenderbilder des Chron. von Jahre 354, Berlín, 1888), recopilado en el 354, el cual contiene tres importantes datos. En el calendario civil, el 25 de diciembre figura como “Natalis Invicti”. En el “Depositio Martyrum”, una lista de los primeros y universalmente venerados mártires romanos, el día 25 de diciembre dice: “VIII kal. ian. natus Christus in Betleem Iudeæ”. También menciona en el “VIII kal. mart.” (22 de febrero) la Cátedra de Pedro. En la lista de cónsules hay cuatro entradas eclesiásticas anómalas: los días en que nació y murió Cristo; la llegada a Roma y martirio de San Pedro y San Pablo. Esta significativa entrada dice: “Chr. Cæsare et Paulo sat. XIII. hoc. cons. Dns. ihs. XPC natus est VIII Kal. ian. d. ven. luna XV”, es decir, durante el consulado de (Augusto) César y Paulo, nació Nuestro Señor Jesucristo en la octava antes de las calendas de enero (25 de diciembre), un viernes, el día décimo cuarto de la luna. Los detalles chocan con la tradición y la posibilidad. La epacta , aquí XIII, es normalmente XI; el año es A.U.C. 754, una fecha sugerida por primera vez dos siglos después; el 25 de diciembre no pudo caer en viernes en ningún año entre el 751 y el 754; la tradición es constante al colocar el nacimiento de Cristo un miércoles. Es más, la fecha dada para la muerte de Cristo (duobus Geminis coss., es decir, el 29 d.C.), le deja a Cristo de vida sólo veintiocho años y tres meses. Aparte de esto, estas entradas en una lista de cónsules son interpolaciones manifiestas. Pero, ¿no están estas dos entradas también en el “Depositio Martyrum”? Si allí se hallase solo la fecha del nacimiento de Cristo en la carne, encabezaría el año de los natales espirituales de los mártires; pero el 22 febrero está totalmente fuera de lugar. Aquí, como en el fasti consular, se insertaron luego algunas fiestas populares en aras de la conveniencia. No se añadió el calendario civil, pues dejó de ser útil después del abandono de las fiestas paganas. Por ello, aun cuando el “Depositio Martyrum” date, como es probable, del año 336, no queda claro si el calendario contiene evidencias anteriores al propio Filócalo, es decir, al 354, salvo que, en efecto, se asuma que la celebración popular pre-existente haga posible este reconocimiento oficial. Si el manuscrito Chalki de San Hipólito es auténtico, tendríamos evidencias sobre esta fiesta de diciembre desde aproximadamente el 205. El pasaje pertinente [el cual existe en el manuscrito de Chigi, sin las palabras entre paréntesis, y que siempre fue citado así antes de Jorge Sincelo (c. 1000)] dice así:
He gar prote parousia tou kyriou hemon he ensarkos [en he gegennetai] en Bethleem, egeneto [pro okto kalandon ianouarion hemera tetradi] Basileuontos Augoustou [tessarakoston kai deuteron etos, apo de Adam] pentakischiliosto kai pentakosiosto etei epathen de triakosto trito [pro okto kalandon aprilion, hemera paraskeun, oktokaidekato etei Tiberiou Kaisaros, hypateuontos Hrouphou kai Hroubellionos. — (Comm. In Dan., IV, 23; Brotke; 19)
“La primera venida de Nuestro Señor en la carne [en la que fue engendrado], en Belén, sucedió [el 25 de diciembre, el cuarto día] durante el reinado de Augusto [el cuadragésimo segundo año, y] en el año 5500 [desde Adán]. Sufrió en Su trigésimo tercer año [el 25 de marzo, el parasceve, en el decimoctavo año de Tiberio César, durante el consulado de Rufo y Rubelio]”.
La interpolación es cierta, y es un hecho admitido por Funk, Bonwetsch, etc. Los nombres de los cónsules están erróneos, pues deben ser Fufio y Rubelio; Cristo vive treinta y tres años; en el genuino de Hipólito, treinta y uno; los detalles menudos son insignificantes en esta discusión con los milenaristas severianos; es increíble que Hipólito conociera estos detalles, cuando sus contemporáneos (Clemente, Tertuliano, etc.) al tratar este tema, lo ignoran o guardan silencio; o, habiéndolos publicado, no se les citara luego (Kellner, op. cit., pág. 104, tiene un excurso sobre este pasaje).
San Ambrosio (de virg., III, 1 en P. L., XVI, 219) conserva el sermón predicado por el Papa Liberio en la Basílica de San Pedro, cuando, el día de Natalis Christi, Marcelina, la hermana de Ambrosio, tomó el velo. Este Papa gobernó desde de 352 hasta el 366, exceptuando sus años de exilio, 355-357. Si Marcelina se hizo monja después de la edad canónica de veinticinco, y si Ambrosio nació en el año 340, lo más probable es que este hecho ocurriera después del 357. Aunque el sermón abunda en referencias apropiadas para la Epifanía (las bodas de Caná, la multiplicación de los panes, etc.), aparentemente se debe (Kellner, op. cit., pág. 109) a la secuencia de pensamiento, y no a que hubiese sido pronunciado el día 6 de enero, una fiesta que sólo fue conocida en Roma bastante después. De hecho, Usener argumenta (pág. 272) que Liberio lo predicó en esa fecha en el 353, instituyendo la fiesta de la Natividad en diciembre de ese mismo año; pero, Filocalio garantiza nuestra suposición que precedió a su pontificado por algún tiempo, aunque la relegación de Duchesne 243 (Bull. crit., 1890, 3, pp. 41 ss.) no le parece confiable a muchos. En Occidente, el Concilio de Zaragoza (380) ignora aún la fiesta del 25 de diciembre (véase can. XXI, 2). El Papa San Siricio, escribiendo en el año 385 (P. L., XII, 1134) a Himerio, en España, distingue las fiestas de Navidad y la Aparición; pero no queda claro si se está refiriendo a la costumbre romana o a la española. Amiano Marcelino (XXI, II) y John Zonaras (Ann., XIII, 11) sitúan una visita de Juliano el Apóstata a una iglesia en Vienne, en la Galia durante la Epifanía y la Natividad respectivamente. A menos que sean dos visitas, Vienne en el año 361 d. C. combinaba estas fiestas, aunque es todavía dudoso en qué día exacto. La fiesta de diciembre se estableció durante la época de San Jerónimo y [[Vida de San Agustín de Hipona|, aunque este último (Epp., II, LIV, 12, en P.L., XXXIII, 200) la omite en una lista de fiestas de primera importancia. A partir del siglo IV, todos los calendarios de Occidente la asignan al día 25 de diciembre. En Roma, por lo tanto, la Navidad se celebraba el día 25 de diciembre desde antes del 354; en Oriente, en Constantinopla, no antes del 379, a menos que con Erbes y contra Gregorio, la reconozcamos allí en el 330. Por lo tanto, se ha aceptado casi universalmente que la nueva fecha llegó a Oriente desde Roma, vía el Bósforo, durante el gran reavivamiento anti arriano, y gracias a los defensores de la ortodoxia. De Santi (L’Orig. delle Fest. Nat., en Civiltæ Cattolica, 1907), siguiendo a Erbes, dice que Roma tomó la fiesta de la Epifanía de Oriente, ahora con un claro sentido Navideño, y, junto con un creciente número de Iglesias Orientales, la celebró el 25 de diciembre; después, Oriente y Occidente dividieron sus fiestas, dejando la Epifanía para el 6 de enero y la Navidad el 25 de diciembre. La primera hipótesis sigue siendo más aceptable.
Origen de la Fecha
Los Evangelios
Los Evangelios no proporcionan ayuda alguna acerca de la fecha del nacimiento de Cristo; muchos datos contradictorios se basan en su información. Parece imposible que el censo se haya realizado en invierno, pues toda una población no pudo haberse puesto en camino. Además, debió haber sido en invierno, pues el trabajo en el campo sólo se suspendía durante esta época; pero Roma no era tan considerada. Además, las autoridades difieren acerca de si los pastores podían o debían dejar sus rebaños a la intemperie durante las noches de la estación lluviosa.
El servicio de Zacarías en el Templo
No son confiables los argumentos que se basan en el ministerio de Zacarías en el Templo, aunque los cálculos sobre su antigüedad (ver más arriba) han sido reavivados de una manera aún más complicada, por ejemplo, por Friedlieb (Leben J. Christi des Erlösers, Münster, 1887, pág. 312). Se afirma que las veinticuatro clases de sacerdotes judíos servían cada uno en el Templo durante una semana; Zacarías pertenecía a la octava clase, los Abías. El Templo fue destruido en el año 9 Ab, 70 d. C.; la tradición rabínica tardía dice que en ese entonces servía la primera clase, los Jojarib. De estos datos poco confiables, asumiendo que Cristo nació en el año 79 A.U.C., y que esa sucesión semanal no falló en ningún momento durante esos setenta turbulentos años, se calcula que la octava clase sirvió durante la semana del 2 al 9 de octubre del año 748 A.U.C., por lo que se deduce que la concepción de Cristo fue en marzo, y su nacimiento presumiblemente en diciembre. Kellner (op. cit., pp. 106, 107) muestra cuán imposible es el cálculo de la semana de Zacarías partiendo de cualquier punto de referencia anterior o posterior.
Analogía con las fiestas del Antiguo Testamento
Parece imposible, sobre la analogía de la relación de la Pascua judía y Pentecostés con la Pascua y el domingo de Pentecostés, poder relacionar la Navidad con la Fiesta de los Tabernáculos, como lo hizo, por ejemplo, Lightfoot (Horæ Hebr, et Talm., II, 32), argumentando a partir de las profecías del Antiguo Testamento, por ejemplo la de Zacarías 14,16 ss.; combinando, además, el hecho de la muerte de Cristo ocurrido en Nisán, con la profecía de Daniel de un ministerio de tres años y medio de duración (9,27), sitúa el nacimiento en Tisri, es decir, septiembre. Igual de indeseable es relacionar el 25 de diciembre con la Fiesta de la Dedicación oriental (diciembre) (Jos. Ant. Jud., XII, VII, 6).
Natalis Invicti
Sin embargo, la muy conocida fiesta solar del Natalis Invicti, celebrada el 25 de diciembre, tiene un derecho fundado en la responsabilidad de nuestra fiesta de diciembre. Para la historia del culto solar, su posición en el Imperio romano, y su sincretismo con el mitraísmo, véase la obra trascendental de Cumont “Textes et Monuments” etc., I, II, 4, 6, pág. 355. Mommsen (Corpus Inscriptionum Latinarum, 1², pág., 338), ha recopilado la evidencia para la fiesta, la cual alcanzó su clímax de popularidad bajo Aureliano en el año 274. Filippo del Torre, en 1700, fue el primero en ver su importancia; como se ha dicho, estaba señalada sin adición en el Calendario de Filócalo. Nos sería imposible aquí incluso esbozar la historia del simbolismo y lenguaje solar según aplicados a Dios, al Mesías y a Cristo en las obras canónicas, patrísticas, o devocionales cristianas o judías. Los himnos y oficios de Navidad abundan en ejemplos; Cumont ha organizado bien los textos (op. cit., addit. Nota C, pág. 355).
Los primeros acercamientos de los nacimientos de Cristo y del sol aparecen en los escritos de San Cipriano de Cartago, “De pasch. Comp”., XIX, “O quam præclare providentia ut illo die quo natus est Sol… nasceretur Christus ” “¡Oh, qué maravillosamente actuó la Providencia, que en el día en el que nació el Sol. Cristo debía nacer”.
En el siglo IV, Crisóstomo, en su obra “del Solst. Et Æquin”. (II, pág., 118, ed. 1588), dice: “Sed et dominus noster nascitur mense decembris… VIII KAL. Ian. Sed et Invicti Natalem appelant. Quis utique tam invictus nisi dominus noster?. Vel quod dicant Solis esse natalem, ipse est Sol iustitiæ ”. “Pero, Nuestro Señor, también, nace en el mes de diciembre… en la octava antes de las calendas de enero [25 diciembre]…, pero ellos lo llaman el “Nacimiento del Invencible”. ¿Quién hay que sea tan invencible como Nuestro Señor.? O, si ellos dicen que es el día del nacimiento del Sol, Él es el Sol de Justicia”.
Ya Tertuliano (Apol., 16; cf. Ad. Nat., I, 13; Orígenes. c. Cels., VIII, 67, etc.) tuvieron que afirmar que Sol no era el Dios de los cristianos; Agustín (Tract. XXXIV, in Joan. En P. L., XXXV, 1652) denuncia la identificación herética entre Cristo y Sol.
El Papa San León I Magno (Serm. XXXVII in nat. dom., VII, 4; XXII, II, 6 en P. L., LIV, 218 y 198) reprocha duramente los remanentes del culto solar: los cristianos, en el mismo umbral de la basílica de los Apóstoles, se voltean para adorar al sol naciente. El culto solar ha legado rasgos en el culto popular moderno en Armenia, en donde los cristianos se habían conformado temporal y externamente al culto al sol material (Cumont, op. cit., pág. 356).
Pero incluso el deliberado y legítimo “bautismo” de una fiesta pagana debe verse aquí como no más que lo que se necesita suponga la transferencia de la fecha. El “nacimiento en la montaña” de Mitra y el de Cristo en una “gruta” no tienen nada en común: los pastores adoradores de Mitra (Cumont, op. cit., I, II, 4, pág., 304 ss.) fueron más bien tomados de las fuentes cristianas que viceversa.
Otras teorías de origen pagano
El origen de la Navidad no debe buscarse en los saturnales (1-23 de diciembre), ni tampoco en el santo nacimiento a medianoche de Eleusis (véase J.E. Harrison, Prolegom., pág. 549) con su probable conexión a través de Frigia con los herejes nasenos, o con la ceremonia alejandrina citada anteriormente; ni tampoco con los ritos análogos al culto del solsticio de invierno en Delphi del acunado Dionisio, con su revocación desde el mar a un nuevo nacimiento (Harrison, op. cit., 402 ss.).
La teoría astronómica
Duchesne (Les origines du culte chrétien, París, 1902, 262 ss.) nos presenta la teoría “astronómica” que, dado el 25 de marzo como el de la muerte de Cristo [históricamente imposible, pero tan antigua como Tertuliano (Adv. Jud., 8)], el instinto popular, exigiendo el número exacto de años de una vida Divina, colocaría su Concepción en esa misma fecha y su nacimiento el 25 de diciembre. Esta teoría se apoya mejor en el hecho que ciertos montanistas (Sozomeno, Hist. Ecl. VII.18) celebraban la Pascua el 6 de abril; así, tanto el 25 de diciembre como el 6 de enero se explican simultáneamente. Además, el cálculo está completamente de acuerdo con los argumentos basados en el número y en la astronomía y en la “conveniencia” tan popular en ese entonces. Desgraciadamente, no existe evidencia contemporánea alguna sobre la celebración en el siglo IV de la Concepción de Cristo en el día 25 de marzo.
Conclusión
El presente escritor se inclina a pensar que, ya sea que esta fiesta se originara en Oriente u Occidente, y a pesar de que la abundancia de festivales de invierno análogos podrían indefinidamente haber ayudado a la selección del mes de diciembre, el mismo instinto que colocó el Natalis Invicti en el solsticio de invierno habría bastado, aparte de la adaptación deliberada o de curiosos cálculos, para fijar en ese mismo día la fiesta cristiana.
Liturgia y Costumbres
El calendario
La fijación de esta fecha, determinó también las de la Circuncisión y de la Presentación; la de la Expectación y, quizás, la de la Anunciación de la Santísima Virgen María; también la del Nacimiento y Concepción del Bautista (cf. Thurston en Amer. Eccl. Rev., diciembre, 1898). Hasta el siglo X la Navidad era considerada, en los cómputos papales, como el inicio del año eclesiástico, como se sigue haciendo en las Bulas; el Papa Bonifacio VIII (1294-1303) restauró temporalmente esta costumbre, la cual Alemania sostuvo durante algún tiempo más.
Fiestas populares
En el año 425 el códice Theod., II, 8, 27 (cf. XV, 5,5) prohíbe los juegos del circo durante el 25 de diciembre; aunque no fue hasta el Códice de Justiniano III, 12, 6 (529) que esta prohibición fue realmente impuesta. El Segundo Concilio de Tours (can. XI, XVII), en el año 566 ó 567, proclama la santidad de los “doce días” desde la Navidad hasta la Epifanía, y el deber de ayunar durante el Adviento; el de Agde (506), en los cánones 63-64, ordena una comunión universal, y el de Braga (563) prohíbe el ayuno durante el Día de Navidad. Pero, las celebraciones populares navideñas aumentaron tanto, que en 1110 las llamadas “Leyes del Rey Cnut”, decretaron un ayuno desde Navidad hasta Epifanía.
Las tres Misas
Los sacramentales gelasiano y gregoriano dan tres Misas para esta fiesta, y éstas, con un martirologio especial y sublime, y dispensa de la abstinencia, si es necesario, todavía distinguen nuestra costumbre. Aunque Roma da tres Misas sólo para la Navidad, Ildefonso, un obispo español, en el 845, alude a una triple Misa en Navidad, Pascua, Pentecostés, y la Transfiguración (P.L., CVI, 888). Estas Misas, a medianoche, al alba, e in die, estaban místicamente relacionadas con la religión aborígen, judaica y cristiana, o (como lo dice Santo Tomás de Aquino, Summa Theol., III:83:2) al triple “nacimiento” de Cristo: en la eternidad, en el tiempo, y en el alma. Los colores litúrgicos variaban: negro, blanco, rojo, o (por ejemplo en Narbona) se usaba el rojo, blanco, y violeta (Durand, Rat. Div. Off., VI, 13). Al principio el Gloria se cantaba sólo en la primera Misa de ese día.
El origen histórico de esta triple Misa es probablemente de la siguiente manera (cf. Thurston, en Amer. Eccl. Rev., enero, 1899; Grisar, Anal. Roms… I, 595; Geschichte Roms… im Mittelalter I, 607, 397; CIV. Catt., 21 de septiembre de 1895, etc.): La primera Misa, celebrada en el Oratorium Præsepis en Santa María La Mayor —una iglesia probablemente inmediatamente similar a la basílica de Belén— y la tercera en la Basílica de San Pedro, reproducían en Roma el doble Oficio de Navidad mencionado por Eteria (véase arriba) en Belén y Jerusalén. La segunda Misa era celebraba por el Papa en la “capilla real” de los oficiales de la Corte Bizantina en el Palatino, es decir, la iglesia de Santa Anastasia, originalmente llamada, al igual que la basílica en Constantinopla, Anastasis, y como ella, fue construida para reproducir la basílica Anastasis de Jerusalén—y como ella también, finalmente abandonó el nombre de “Anastasis”, por el de la mártir Santa Anastasia. La segunda Misa pudo ser, por consiguiente, una deferencia papal a la iglesia imperial en su fiesta patronal. De este modo se pueden explicar las tres estaciones, pues por el año 1143 (cf. Ord. Romani en P. L., LXXVIII, 1032) el Papa salía de la distante Basílica de San Pedro, y celebraba la tercera Misa en el altar mayor de Santa María La Mayor. En esta tercera Misa, el Papa San León III inauguró, en el año 800, por la coronación de Carlomagno, el Sacro Imperio Romano. Ese día se convirtió en el favorito para las ceremonias de la corte, y en él, por ejemplo, Guillermo de Normandía fue coronado en Westminster.
Las representaciones dramáticas
La historia de la dedicación del Oratorium Præsepis en la basílica de Liberio, de las reliquias allí guardadas y sus imitaciones, no pertenece a esta disertación (cf. pesebre; reliquias). Los datos están bien expuestos por Bonaccorsi (Il Natale, Roma, 1903, ch. IV)], pero la práctica de dar una expresión dramática, o por lo menos espectacular, a los hechos de la Navidad pronto hicieron surgir los misterios más o menos litúrgicos. Por ejemplo, el ordinaria de Ruán y el de Reims, colocan el officium pastorum inmediatamente después del Te Deum y antes de la Misa (cf. Ducange, Gloss. med. et inf. Lat., s.v. Pastores); la Iglesia de Reims celebraba un segundo misterio “profético” después de tercia, en la que Virgilio y la Sibila se unían a los profetas del Antiguo Testamento para honrar a Cristo. (Para más detalles sobre Virgilio y dramas y profecías de Navidad, vea las autoridades en Comparetti, “Virgil in Middle Ages”, pág. 310 ss.). La obra “To out-herod Herod”, es decir sobreactuar, se remonta a la violencia de Herodes en estas obras.
La cuna (pesebre) o escena de la natividad
En 1223 San Francisco de Asís dio origen a los pesebres de hoy día al laicizar una costumbre hasta ese momento eclesiástica, haciéndola de ahí en adelante extra-litúrgica y popular. La presencia del buey y del burro se debe a una errónea interpretación de Isaías 1,3 y de Habacuc 3,2 (versión “Itala”), aunque aparecen en el magnífico “Pesebre” del siglo IV, descubierto en 1877 en las catacumbas de San Sebastián. El burro en el que Balaam montó, en el misterio de Reims, hizo que la fiesta recibiera el nombre de Festum Asinorum (Ducange, op. cit., s.v. Festum).
Los himnos y villancicos
La degeneración de estos dramas ocasionó la difusión de noeles, pastorales y villancicos, a los cuales se les ha otorgado en ocasiones una posición cuasi-litúrgica. Prudencio, en el siglo IV, es el primero (y único en su siglo) en escribir himnos para la Navidad, pues los himnos “Vox clara” (himno para Laudes en Adviento) y “Christe Redemptor” (Vísperas y Maitines de Navidad) no pueden ser atribuidos a San Ambrosio. Sin embargo, el himno “A solis ortu” ciertamente pertenece a Sedulio (siglo V). Los primeros Weihnachtslieder alemanes datan de los siglos XI y XII; los primeros noeles, del siglo XI, y los primeros villancicos, del siglo XIII. El famoso “Stabat Mater Speciosa” se le atribuye a Jacopone da Todi (1230-1306); “Adeste Fideles” es, lo más temprano, del siglo XVII. Pero, estos aires esencialmente populares, e incluso palabras, deben, sin embargo, haber existido desde mucho tiempo antes de haber sido puestos por escrito.
Tarjetas y regalos
Las costumbres paganas centradas en las calendas de enero influyeron en las de Navidad. Tiele (Yule and Christmas, Londres, 1899) ha recopilado muchos ejemplos interesantes. La strenæ (eacute; trennes) del 1 de enero romano (condenada duramente por Tertuliano, de Idol., XIV y X, y por San Máximo de Turín, Hom. CIII, de Kal. gentil., en P.L., LVII, 492, etc.) sobrevivió en la costumbre de las cajas, regalos y tarjetas navideñas.
El nochebueno (leño)
Las fogatas durante las calendas eran un escándalo en Roma, y San Bonifacio logró que el Papa San Zacarías las aboliera. Pero, probablemente el nochebueno, en sus muchas formas, originalmente se encendió sólo debido al invierno. Sólo a partir de 1577 se convirtió en una ceremonia pública en Inglaterra; sin embargo, su popularidad creció inmensamente, sobre todo en la Provenza; en la Toscana, a la Navidad se le llama simplemente ceppo (tajo, leño -Bonaccorsi, op. cit., pág. 145, n. 2). Además, estuvo también relacionada con otras costumbres; en Inglaterra, un inquilino tenía el derecho a alimentarse a expensas de su señor, durante todo el tiempo que durase el fuego de una rueda de madera, que su señor le entregaba; el señor también entregaba a su siervo una carga de madera cuando nacía un niño; Kindsfuss era un regalo que se le daba a los niños cuando les nacía un hermano o hermana, e incluso a los animales de la granja, el día del nacimiento de Cristo, el hermano menor universal (Tiele, op. cit., pág. 95 ss.).
El árbol de Navidad
Gervase de Tilbury (siglo XIII), narra que en Inglaterra en la noche de Navidad se exponía el grano para que adquieriera la fertilidad del rocío que cae en respuesta al “Rorate Coeli”; la tradición de que los árboles y las flores florecían durante esta noche, es citada por primera vez por un geógrafo árabe del siglo X, y se extendió por toda Inglaterra. En una épica francesa del siglo XIII, se ven velas en el árbol floreciente. En Inglaterra, el bastón de José de Arimatea era el que florecía en Glastonbury y en otros lugares; cuando el 3 de septiembre se convirtió en 14 de septiembre, en el año 1752, dos mil personas estuvieron observando si el espino Quainton (cratagus præcox) brotaría en el Nuevo Estilo de Navidad; y como no lo hizo, se negaron a celebrar el festival Nuevo Estilo. De esta creencia de la práctica de las calendas de decorar de verde (prohibido por el arzobispo Martín de Braga, c. 575, P. L., LXXIII—el muérdago fue legado por los druidas), surgió la del árbol de Navidad, mencionado por primera vez en el año 1605 en Estrasburgo, e introducido en Francia e Inglaterra, recién en el año 1840, por la princesa Helena de Mecklenburg y el príncipe consorte respectivamente.
El visitante misterioso
Sólo con mucha cautela debemos atribuir el misterioso bienhechor de la noche de Navidad—Knecht Ruprecht, Pelzmärtel en un caballo de madera, San Martín en un blanco corcel, San Nicolás y su equivalente “reformado”, el Padre de la Navidad— con la presencia de un santo en los zapatos de Woden, quien, junto con su esposa Berchta, desciende en las noches entre el 25 de diciembre y el de 6 enero, en un caballo blanco, para bendecir la tierra y los hombres. Las fogatas y las ruedas encendidas iluminaban las colinas, se adornaban las casas, se suspendían los juicios y se celebraban fiestas (cf. Bonaccorse, op. cit., pág. 151). Knecht Ruprecht, de todos modos (mencionado por primera vez en un misterio de 1668 y condenado en 1680 como un demonio) era sólo un siervo del Divino Niño.
Celebraciones no católicas
Sin duda alguna, los nuclei aborígenes cristianos atrajeron la adhesión de los paganos. Pues las mascaradas de las calendas, el extraordinario y obsceno Modranicht, el pastel en honor de la “placenta” de María, condenado por el Concilio in Trullo (692), canon 79; el Tabulæ Fortunæ (comida y bebida ofrecidas para obtener alzas, condenado en el 743), véase Tiele, op. cit., cap. VIII, IX —los datos de Tiele son quizá de mayor valor que sus deducciones— y Ducange (op. cit., s. vv. Cervula y Kalendæ).
En 1644 el Parlamento inglés prohibió la Navidad mediante un Acta; debía de ser considerado día de ayuno y de mercado; se obligó a las tiendas a abrir, se condenó a los budines de ciruela y los pasteles de carne como paganos. Los conservadores se resistieron; en Canterbury se derramó sangre; pero después de la Restauración, los disidentes continuaron llamándola Yuletide “Fooltide” (Pascua de Navidad, Pascua de Tontos).