Una tormenta geomagnética masiva que ocurrió alrededor del año 774 después de Cristo y que produjo el mayor y más rápido aumento de carbono-14 jamás registrado, sirve como ejemplo para describir las consecuencias que podría tener en la Tierra una nueva gran erupción solar. Según indica el científico estadounidense David Wallace en un artículo publicado recientemente en The Conversation, un evento de esa magnitud o incluso algo menor podría interrumpir el servicio eléctrico y las comunicaciones a escala mundial.
Incluso, la semana pasada ya se registraron un par de erupciones solares de importancia, consideradas como el evento más fuerte en casi seis años: una gran nube de partículas cargadas salieron del Sol a aproximadamente 7,2 millones de kilómetros por hora, indicando que el astro rey está en la fase ascendente de su ciclo de 11 años. Se espera que el pico de intensidad se registre en 2023, según un artículo publicado en Wionews.
La furia del Sol
Una tormenta geomagnética es una perturbación temporal de la magnetosfera terrestre, el “escudo” que nos protege de las agresiones del clima espacial, provocada por una eyección de masa coronal o por acción del viento solar. Al estar desprotegido en ese momento, el planeta queda así a merced de las consecuencias de estas intensas emanaciones solares.
Además, las tormentas geomagnéticas desencadenan altas cantidades de rayos cósmicos que inciden en la atmósfera superior de la Tierra. Dichas interacciones producen carbono-14, un isótopo radiactivo del carbono que los científicos utilizan con distintos fines. En este caso, sirve como un indicador de la intensidad de las tormentas geomagnéticas que impactaron en la Tierra en el pasado.
Según Wallace, el llamado evento Carrington de 1859 es el mayor relato registrado de una tormenta geomagnética, pero no es un evento aislado. En esa ocasión, fallaron los sistemas de telégrafo de todo el mundo y se apreciaron auroras que pintaron el cielo en sitios en los cuales estos fenómenos no ocurren habitualmente. Sin embargo, esta tormenta no fue la más intensa: sobre el año 774 después de Cristo, el denominado evento de Miyake golpeó a la Tierra con una fuerza mucho mayor, según pudo confirmarse gracias al carbono-14. Lógicamente, en ese momento el fenómeno no pudo registrarse.
La predicción es un desafío
El científico de la Universidad Estatal de Mississippi, en Estados Unidos, mencionó también otros eventos de menor intensidad que han ocurrido a lo largo de la historia del planeta, y remarcó que es imposible evitar que en algún momento otra tormenta geomagnética intensa afecte a la Tierra. Según otras investigaciones, no es tan sencillo predecir su llegada: incluso podrían ocurrir sorpresivamente tormentas solares de magnitud considerable en los períodos de menor actividad solar.
Aunque un evento de las características del ocurrido en el año 774 sería aún más catastrófico, Wallace sostiene que una tormenta como la registrada en 1859 ya podría ser fatal para las comunicaciones globales. Si solamente pensamos en la cantidad e importancia de los servicios de salud, seguridad y otras áreas que dependen directamente de la red de comunicaciones, podemos tener una idea del impacto que tendría una tormenta geomagnética de ese tipo en este momento de nuestra historia.