El Tortuga, el sumergible del siglo XVIII iluminado con hongos

Un hongo del género «Armillaria» ejerció las labores de antorcha natural en un ingenioso vehículo monoplaza.

Corría el año 1775 cuando la mayoría de los ciento sesenta y cuatro estudiantes del colegio universitario de Yale abandonaron las aulas para coger un arcabuz o un espadín. Y es que ese año fue el pistoletazo de salida de la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos.

Uno de los alumnos que antepuso sus estudios a las armas y que, por tanto, acabó graduándose fue David Bushnell. Paradójicamente desde su primer curso universitario había sentido un inexplicable magnetismo hacia todo lo relacionado con las operaciones militares bajo las aguas.

Sus primeras invenciones consistieron en diseños de explosivos y detonadores subacuáticos. Pero en el horizonte de su imaginación pernoctaba un invento mucho más ambicioso, un artefacto capaz de transportar militares bajo el agua.

El submarino Tortuga

Bushnell diseñó un pequeño submarino monoplaza cuyo casco estaba fabricado en madera e íntegramente acolchado por planchas de cobre. Su tecnología de abordo era muy rudimentaria, apenas un manómetro para conocer la profundidad y un compás.

La parte superior de este curioso submarino constaba de una cúpula revestida con visores circulares que permitían al tripulante observar el exterior cuando se encontraba a ras del agua. En ella había dos tubos de ventilación que se taponaban de forma automática con el fin de evitar la entrada incontrolada de agua al interior del submarino.

El invento de Bushnell se impelía por dos hélices, que giraban al accionar unos pedales que permitían alcanzar -en el mejor de los casos- una velocidad de hasta cinco kilómetros a la hora.

En el reducido habitáculo había, además, doscientas libras de plomo –poco más de noventa kilos– que podrían ser liberadas en caso de que fuese necesario incrementar la flotabilidad.

El Tortuga –que fue el nombre con el que se bautizó a este armatoste- fue el primer submarino de guerra de la historia, y su nombre se debía a que su forma recordaba al caparazón de los quelónidos.

La verdad es que cuando uno observa con detenimiento la réplica que hay de este submarino en el Connecticut River Museum, lo primero que nos viene a la mente es una almeja y no una tortuga.

Luminiscencia natural producida por hongos

Uno de los problemas a los que tuvo que enfrentarse Bushnell fue cómo resolver la iluminación a bordo. Por indicación del polifacético Benjamin Franklin se incorporaron piezas de bioluminiscentes foxfire que, además, señalaban su posición en la oscuridad.

El ingenioso invento tenía sus limitaciones, ya que no era posible la iluminación cuando la temperatura era demasiado baja.

El término foxfire se emplea para referirse a la bioluminiscencia provocada por algunas especies de hongos a partir de la madera en descomposición. Este fenómeno se observa en algunos miembros del género Armillaria –el hongo de la miel-.

Hasta el momento se han identificado más de cuarenta especies diferentes con esta singularidad. Uno de los casos más llamativos se ha descubierto en la República del Congo, allí los lugareños conocen a la misteriosa fuente lumínica como «fuego chimpancé».

Es fácil imaginar la mitología que se ha creado en torno a esta luminaria refulgente en todos los lugares donde tiene lugar, y es que los Armillaria son candidatos idóneos para imaginar reuniones de hadas o elfos llegados de todos los confines del planeta.

ABC