El polémico plan de Harvard para llevar la geoingeniería al mundo real
August 5, 2019 Noticias , TecnologíaLa universidad asegura que su enfoque servirá de guía para futuros experimentos. Mientras, los críticos advierten de que podría ser un truco para allanar el camino de esta tecnología y consideran que hace falta más investigación previa.
Varios científicos del clima de la Universidad de Harvard (EE. UU.) llevan años preparando el lanzamiento de un globo capaz de rociar la atmósfera con partículas reflectantes. Su objetivo consiste en extraer información sobre nuestra capacidad para contrarrestar el calentamiento global. (Ver Cada vez hay más apoyos para manipular el planeta contra el cambio climático)
El hecho de que una universidad de tanto prestigio esté involucrada en este experimento al aire libre supone un logro importante para este campo, conocido como geoingeniería y dominado por la polémica. Los críticos temen que el experimento dé legitimidad científica a la idea de que la humanidad puede alterar la situación climática de la Tierra. Y les preocupa que incluso el simple hecho de llevar a cabo estos experimentos suponga el inicio del descenso por una pendiente resbaladiza hacia la creación de una herramienta de enorme poder.
A pesar de las críticas, Harvard está a punto de dar un importante paso adelante con la formación de un comité para garantizar que los investigadores tomen las medidas adecuadas para limitar los riesgos para la salud y el medio ambiente, buscar e incorporar aportes externos y operar de manera transparente.
Es un paso que podría convertirse en el primer ejemplo de cómo se lleva a cabo una investigación de geoingeniería, y tal vez allanar el camino para futuros experimentos.
Una de las razones que impulsó a Harvard a crear un comité asesor (algo poco frecuente) fue que no existe ningún programa de investigación financiado por el Gobierno de EE. UU. en esta área, ni ningún organismo de supervisión pública para sopesar los temas particularmente complejos que rodean a tal propuesta.
La exasesora climática del exgobernador de California (EE. UU.), Jerry Brown, y actual directora ejecutiva del Consejo de Crecimiento Estratégico de California, Louise Bedsworth, será la presidenta del comité. En un comunicado, la responsable afirma: “El Comité Asesor desarrollará e implementará un marco para garantizar que el proyecto SCoPEx se lleve a cabo de manera transparente, fiable y legítima. Esto incluirá el establecimiento de expectativas y medios para escuchar múltiples puntos de vista, opiniones y las partes interesadas“.
La miembro del comité y la directora del Centro de Evaluación Ambiental de la Universidad de Stanford (EE. UU), Katharine Mach, afirmó en una entrevista que el comité esperaba crear un modelo replicable que otras instituciones o países puedan emplear para revisar las futuras investigaciones en este ámbito. Destacó que aunque el proceso aún está en fase temprana, su intención es ir más allá de la simple revisión científica de los riesgos ambientales y de seguridad. Quieren explotar cuestiones más amplias como si, por ejemplo, la investigación de dicha tecnología podría aliviar la presión para reducir las emisiones climáticas.
Mach aseguró que, al final, el comité podría recomendar alguna modificación, retrasar o cancelar la propuesta, y que entendía que el equipo de investigación trataría dicha recomendación con “la mayor seriedad” y “respondería públicamente”.
Pero algunos piensan que, al crear el comité, la universidad se está adelantando al debate público y político sobre este tema. “Se trata de una institución de muy alto perfil que ha decidido no esperar a que los reguladores den su luz verde a esto”, opina el codirector del Instituto de Leyes y Políticas de Eliminación de Carbono de la Universidad Americana, Wil Burns.
Desde el punto de vista de la ingeniería, el equipo podría estar listo para un vuelo de prueba inicial dentro de unos seis meses. El plan actual es lanzarlo desde un sitio en algún lugar de Nuevo México (EE. UU.). Los científicos, sin embargo, han subrayado que no realizarán el experimento hasta que el comité complete su revisión y tendrán en cuenta la decisión de parar.
La necesidad de datos del mundo real
La idea fundamental de lo que se conoce como geoingeniería solar consiste en usar aviones, globos o incluso mangueras muy largas para dispersar ciertas partículas en la atmósfera, capaces de reflejar suficiente luz solar hacia el espacio para enfriar el planeta de forma moderada.
Hasta la fecha, la mayor parte de la investigación se ha realizado mediante simulaciones climáticas de software y experimentos en el laboratorio. Aunque los modelos muestran que la técnica sí reducirá las temperaturas, algunos descubrieron que podría desencadenar impactos ambientales no deseados, como por ejemplo la alteración de los patrones de los monzones y de la producción de alimentos, en función de cómo se haga.
De momento, solo se han llevado a cabo dos experimentos al aire libre que podrían considerarse dentro del ámbito de la geoingeniería solar. Investigadores de la Universidad de California en San Diego (EE. UU.) rociaron partículas de sal y humo en la costa de California en 2011, y otro equipo ruso dispersó aerosoles desde un helicóptero y un coche en 2009. Reino Unido ideó un experimento al aire libre, conocido como proyecto SPICE, pero fue descartado en 2012, en medio de las críticas públicas y acusaciones de conflicto de intereses.
El experimento de Harvard, propuesto por primera vez en un artículo de 2014, lanzará un globo científico equipado con hélices y sensores a unos 20 kilómetros sobre la Tierra. Ahí liberaría entre 100 gramos y dos kilogramos de partículas de carbonato de calcio, una sustancia que se encuentra de forma natural en conchas y piedra caliza, de tamaño submicrométrico, para crear una columna de aproximadamente un kilómetro de largo. Después, el globo atravesaría esa columna, para que los sensores midan la dispersión de las partículas, cómo interactúan con otros compuestos en la atmósfera y su capacidad reflectora.
Los investigadores esperan que estas observaciones ayuden a evaluar y precisar las simulaciones climáticas, y aporten información sobre la viabilidad y los riesgos de varios enfoques de geoingeniería para el debate en curso.
En un comunicado, el profesor de química y principal investigador del proyecto, Frank Keutsch, afirma: “Me preocupa que los modelos climáticos actuales hagan que la geoingeniería solar parezca demasiado buena. Si queremos predecir cómo la geoingeniería a gran escala afectaría la capa de ozono, o al intercambio de aire entre la troposfera y la estratosfera, necesitamos más observaciones del mundo real“.
El proyecto se financia a través de las subvenciones de Harvard a los profesores involucrados y a través del Programa de Investigación de Geoingeniería Solar de la universidad. Se trata de una iniciativa multidisciplinaria para estudiar la viabilidad, los riesgos, la ética y los temas de gestión. La organización ha recaudado unos 14,5 millones de euros del cofundador de Microsoft, Bill Gates, de la Fundación Hewlett, de la Fundación Alfred P. Sloan y de otros grupos y filántropos.
Los investigadores destacan que el experimento no representa ningún riesgo significativo para la salud o el medio ambiente. De hecho, ni siquiera lo consideran como una acción de geoingeniería, ya que la cantidad del material involucrado no estará ni cerca del nivel necesario para alterar las temperaturas de forma medible. De hecho, según los científicos, se trataría de una fracción de las partículas liberadas en un vuelo comercial estándar, y los materiales estarían tan diluidos al llegar a la superficie que no serían detectables.
Una pendiente resbaladiza
Pero la forma de avanzar de Harvard ha generado preocupaciones. “No supone un riesgo físico, pero sí representa un considerable riesgo social y político al ser el primer paso hacia el desarrollo de la tecnología real para su uso. Un experimento a tan pequeña escala solo ofrecerá información científica limitada, así que, básicamente, es un truco para romper el hielo y hacer que la gente se acostumbre a la idea de los ensayos de campo”, ha dicho sobre el experimento el profesor de física en la Universidad de Oxford, Raymond Pierrehumbert.
Dado que Harvard ha participado en la selección de los miembros del comité, también cabe preguntarse si el organismo será realmente independiente. El decano de ingeniería de la universidad y el vicedirector de investigación crearon un comité de búsqueda externo, compuesto por tres personas que ajenas a la universidad, para seleccionar al presidente del órgano asesor. Bedsworth, a su vez, eligió al resto de los miembros.
Varios trabajos de investigación anteriores han defendido la creación de juntas asesoras gubernamentales para supervisar la investigación de geoingeniería, similar a las juntas que los organismos científicos nacionales han creado para sopesar las preocupaciones éticas y de seguridad en torno a la edición del genoma humano o las tecnologías de ADN recombinante. Los comités creados por los gobiernos ayudan a contrarrestar el problema de la autoselección y aseguran que el organismo sea, como mínimo, indirectamente responsable ante la sociedad.
Para algunos, el hecho de que los organismos gubernamentales aún no hayan establecido un grupo de este tipo ni proporcionado fondos de investigación para la geoingeniería, puede significar que no hay un consenso público o político suficiente para avanzar con los experimentos. “La financiación privada lo cambia todo, y la pregunta sería: ¿es eso bueno o malo?“, sostiene la profesora adjunta de la Escuela para el Futuro de la Innovación en la Sociedad de la Universidad Estatal de Arizona (EE. UU.), Jane Flegal.
El argumento en contra es que el sistema político de Estados Unidos en torno al calentamiento global está roto. La incapacidad de recaudar fondos públicos para investigación y para aprobar una legislación estricta, no tiene que ver con los méritos de la ciencia o la importancia del tema, sino con las políticas envenenadas sobre el cambio climático, opina la exdirectora asociada del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore, Jane Long, que formó parte del comité de búsqueda.
La experta, quien desde el principio presionó para que los investigadores crearan una junta directiva, detalla: “Somos muy disfuncionales desde el punto de vista político. No sé cómo se puede llegar a la conclusión de que hemos recibido una señal democrática de que no deberíamos hacer esta investigación”.
El comité está compuesto por una mezcla de científicos sociales y expertos legales y técnicos. Entre ellos destacan el profesor de derecho en la Universidad de Columbia (EE. UU.) Michael Gerrard; la miembro de la Unión de los Científicos Preocupados Shuchi Talati; el investigador principal en RAND Robert Lempert; y el director de Thriving Earth Exchange, Raj Pandya.
Pero el comité no incluye a ningún representante de la sociedad, por ejemplo, de Nuevo México, donde es probable que ocurra el experimento, o, señala Burns, a ningún crítico abierto de geoingeniería. También es notable que todos vivan en Estados Unidos. Flegal ha criticado previamente a los defensores de la investigación en geoingeniería por no invocar suficientes voces de los países en desarrollo. Esto es importante si se tiene en cuenta que las herramientas podrían ser especialmente importantes para ayudar a abordar el impacto desproporcionado del cambio climático en los pobres del mundo.
El profesor de Harvard David Keith, una de las figuras principales detrás del experimento, reconoció que las preocupaciones sobre la independencia eran razonables. Pero subrayó que la universidad ha hecho un esfuerzo de buena fe para crear un comité bastante separado de los investigadores. Agrega que no será la única forma de supervisión, y señala que el proyecto también tendrá que ser aprobado por el comité de seguridad de Harvard, por las regulaciones de la Administración Federal de Aviación de EE.UU. y por las disposiciones de la Ley Nacional de Política Ambiental.
Keith también cuestiona la suposición de que la financiación pública de un organismo científico federal implique una supervisión más estricta, y señala que tales propuestas generalmente se evalúan para determinar la seguridad y el impacto ambiental, y no la intención de la investigación, que es el verdadero problema que complica este experimento.
¿Riesgos de una reacción negativa?
El principal investigador asociado de ingeniería mecánica y aeroespacial especializado en geoingeniería en la Universidad de Cornell (EE. UU.), Douglas MacMartin, cree que el experimento podría proporcionar importante información científica sobre el comportamiento y la química del carbonato de calcio en la estratosfera. Y opina que también podría ayudar a responder a algunas preguntas básicas sobre lo difícil o fácil que será dispersar una columna de partículas y controlar su comportamiento. Pero no tiene claro si un proyecto como este debe ser la máxima prioridad en un campo con fondos tan limitados.
En un artículo publicado en Proceedings of the National Academy of Sciencesa principios de este año, él y un colega suyo señalaron que los científicos apenas han tocado la superficie de lo que las simulaciones informáticas. MacMartin cree que primero tendría sentido centrarse en descubrir las incertidumbres de los modelos existentes que más necesitamos abordar para comprender mejor la geoingeniería. Después, habría que usar esas preguntas para decidir sobre los más importantes y alcanzables experimentos al aire libre a pequeña escala.
Añade que avanzar demasiado rápido en el mundo real podría crear el riesgo de una reacción pública negativa (ver “No debatir alimenta la teoría de la conspiración de los ‘chemtrails'”). MacMartin cree que es importante que Harvard se tome en serio las cuestiones de gestión, pero que esperar un programa de investigación federal más amplio disipe algunas de las preocupaciones.
Keith está de acuerdo en que el campo debe hacer mucho más trabajo de modelado, pero subraya que es crucial probar las simulaciones con observaciones directas. De lo contrario, se pueden cometer errores, trabajar sobre ellos y acabar muy lejos de la realidad.
Agrega que es posible que el experimento genere una reacción negativa, pero también podría animar a la gente a tomarse más en serio el calentamiento global, aunque opina que es imposible saberlo en esta etapa. Un estudio anterior de la Universidad de Yale (EE. UU.) encontró que las personas expuestas a información sobre geoingeniería se preocuparon más por los peligros del cambio climático.
Finalmente, Keith concluye que es importante que la ciencia avance, porque existe una posibilidad real de que la geoingeniería pueda reducir sustancialmente los riesgos climáticos en las próximas décadas. Por eso, queremos comprender lo máximo posible qué pueden hacer, cuáles son sus límites y qué tipo de riesgos podrían presentar.