Diez santuarios unidos al Cosmos

Distintas civilizaciones manifestaron un notable interés por los astros, una atracción que se convirtió en toda una “fiebre” cósmica vinculada a cultos religiosos.

Diez enclaves astronómicos del mundo antiguo

En la actualidad, nuestros astrónomos intentan desentrañar los secretos del Universo con la ayuda de potentísimos telescopios –como el James Webb o el Hubble– y avanzados satélites espaciales. Sin embargo, a efectos prácticos, nuestra civilización vive ajena a lo que ocurre en el firmamento. La llegada de la electricidad favoreció el “despegue” de una revolución tecnológica pero, a cambio, el desarrollo de las grandes urbes y la contaminación lumínica nos alejaron aún más del hermoso espectáculo que ofrece el cielo nocturno.

Un escenario radicalmente distinto al que vivieron la totalidad de las civilizaciones que se desarrollaron en la Antigüedad. Los pueblos neolíticos, los antiguos egipcios, mayas, incas, chinos, hindúes… todas aquellas culturas mostraron un inusitado interés por el Cosmos. No en vano, sus creencias religiosas y el desarrollo de su cultura estuvieron, en muchos casos, irremediablemente unidos a los fenómenos astronómicos. Por este motivo no resulta extraño que los sacerdotes de aquellas civilizaciones fueran al mismo tiempo avezados astrónomos, y que sus templos y centros sagrados más importantes fueran erigidos teniendo en cuenta lo que ocurría en el firmamento. Gracias a aquellos complejos conocimientos astronómicos hoy podemos disfrutar de algunas de las construcciones más fascinantes de la Historia, en cuyos cimientos, orientación y dimensiones comenzamos a descubrir un sorprendente simbolismo cósmico.

La enigmática ciudad de Angkor Wat

ANGKOR WAT (CAMBOYA)

En la actualidad, más de un millón de turistas visitan cada año los restos de la enigmática ciudad de Angkor, en las densas y exuberantes selvas del norte de Camboya. Sin embargo, desde su nacimiento en el siglo IX hasta su «redescubrimiento» más de mil años después por el explorador francés Henri Mouhot, sus increíbles construcciones habían permanecido ocultas a los ojos occidentales.

La gigantesca ciudad –es la mayor urbe preindustrial del mundo, y llegó a tener una superficie de 3.000 kilómetros cuadrados– está salpicada por más de mil templos, lo que la convierte en uno de los enclaves sagrados de Asia. Sus orígenes están ligados a la cultura del Imperio Jemer, y vivió una época esplendorosa hasta el siglo XV, cuando la capital se trasladó a Ponme Penh. Pese a la fascinante acumulación de edificios religiosos, entre el patrimonio de la urbe camboyana destaca especialmente el llamado templo de Angkor Wat. Esta construcción data del siglo XII, y fue erigida por orden del rey Suryavarman II (1113-1150) en honor al dios hindú Vishnú. El llamativo templo posee una planta rectangular, y está separado del terreno circundante por un foso inundado. Para acceder a su interior hay que pasar un puente en su lado oeste, que conduce a una calzada recta que lleva al visitante hasta la puerta principal. Básicamente, Angkor Wat está compuesto por tres terrazas, cada una más pequeña que la anterior y situada a mayor altura. En la parte central, la más elevada, destacan cinco torres, una central más alta y otras cuatro que la rodean.

La visión de los templos de Angkot Wat es espectacular y sus secretos se relacionan con los astros

Sin duda, la visión de este templo, enclavado en el paisaje camboyano, resulta espectacular. Sin embargo, sus secretos más fascinantes, relacionados con la astronomía, no son visibles a simple vista. En primer lugar, Angkor Wat es una evocación en la tierra del monte Meru, centro del universo y residencia de las divinidades según la mitología hindú. Un simbolismo cósmico que adquiere forma con las cinco torres del santuario, que evocan los cinco picos de la montaña sagrada.

A otro nivel, las sorpresas son aún mayores. En 1976, varios científicos estadounidenses daban a conocer, a través de las páginas de la publicación científica Science, unas conclusiones sorprendentes. Los sacerdotes-astrónomos camboyanos emplearon en la construcción del recinto una medida conocida como «codo camboyano», cuya longitud equivale a 0,43545 metros. Tras examinar concienzudamente las dimensiones del templo, los investigadores descubrieron que los arqueólogos del templo habían codificado en ellas mensajes de naturaleza calendárica. Así, si observamos los muros exteriores del recinto descubrimos que tienen una longitud de doce veces 365,24 codos. Es decir, la duración exacta del año solar. Igualmente, los ejes norte-sur y este-oeste del recinto interior donde se eleva la torre central arroja una cifra casi idéntica: 365,37 codos, un número que vuelve a aludir al ciclo solar anual.

Pero aún hay más. Si medimos la distancia existente entre distintos puntos que aparecen en el recorrido del eje este-oeste del edificio, encontramos varias cifras expresadas en codos: 1.728, 1.296, 864 y 432. Multiplicando por mil cada una de estas cifras, obtenemos exactamente la duración en años de los distintos periodos de tiempo de la mitología hindú: Krita Yuga, Treta Yuga, Dvapara Yuga y Kali Yuga.

El estudio publicado por Science desvelaba también la existencia de varias orientaciones astronómicas con ciertas partes del templo. Los investigadores registraron hasta un total de veintidós alineaciones, aunque destacan especialmente tres. En el equinoccio de primavera, un observador situado al comienzo del puente que conduce a Angkor Wat, observará con asombro que el Sol surge de madrugada justo sobre la torre central del conjunto. Tres días después, el fenómeno se repite si variamos unos metros nuestra posición. Curiosamente, la cultura temer celebraba el año nuevo en el equinoccio de primavera, y por espacio de tres días.

En este misma entrada oeste encontramos otros alineamientos destacados. El día del solsticio de verano, el Sol se eleva para el observador justo sobre la colina sagrada de Phnom Bok, a unos 17 kilómetros  de Angkor Wat. Por el contrario, en el solsticio de invierno, el fenómeno se produce en dirección sudeste, y en este caso el Sol nace justo en el cercano templo de Prasat Kuk Bangro.

El sol ilumina el sancta santorum de Abu Simbel

ABU SIMBEL (EGIPTO)

El templo mayor de Abu Simbel, magistralmente excavado en la roca y con sus esculturas colosales custodiando el acceso al edificio, es hoy uno de los enclaves más visitados por los turistas ávidos de conocer el país de los faraones. Y es precisamente aquí, en este lugar sagrado erigido en la época de Ramsés II, donde encontramos uno de los ejemplos más llamativos y hermosos de edificios orientados astronómicamente.

Su particular ubicación ha permitido que, durante siglos, el sol obrara un curioso «milagro». El 22 de octubre y el 22 de febrero –según algunos autores, dos días después de la fecha de aniversario de su llegada al poder y de su cumpleaños, respectivamente– los rayos del sol naciente atraviesan el umbral del templo, alcanzando e iluminando tres esculturas, correspondientes a Ra Harajti, Amon-Ra y el propio monarca divinizado. Una cuarta estatua, que representa al dios Ptah, permanece siempre a oscuras, seguramente porque en el panteón egipcio, este dios está vinculado con el inframundo. La importancia de este «milagro solar”»obtenido mediante orientación astronómica es tal que, cuando en 1964 el edificio tuvo que trasladarse por las obras de la presa de Asuán, los ingenieros de la UNESCO que dirigían los trabajos escogieron una ubicación concreta en la que se repitiera el efecto lumínico. Esta es la razón de que actualmente el fenómeno se retrase dos días, pues en la época de su construcción tenía lugar el 20 de octubre y el 20 de febrero.

No es la única sorpresa que posee el templo mayor de Abu Simbel. A la derecha de las colosales estatuas sedentes que representan al faraón hay una capilla de reducidas dimensiones, dedicada a Ra Harajti. Este pequeño santuario también está orientado astronómicamente, en este caso a la salida del astro rey en el solsticio de invierno.

La pirámide de Kukulcan, en Chichén Itza

PIRÁMIDE DE KUKULKÁN, CHICHEN ITZÁ (MÉXICO)

La ciudad maya de Chichen Itzá, en plena península del Yucatán, fue fundada en las primeras décadas del siglo VI d.C. Galardonada por la UNESCO con el título de Patrimonio de la Humanidad, sus cerca de quince kilómetros cuadrados están poblados con sorprendentes construcciones como la de El Caracol o el Templo de los guerreros. Precisamente, la primera de ellas ha sido señalada por muchos investigadores como un posible edificio destinado a las observaciones y cálculos astronómicos, a los que los mayas eran tan aficionados. Pese a que El Caracol cuenta con una fisionomía que recuerda a nuestros modernos observatorios, no hay evidencias concluyentes de que cumpliera dicha función. Muy distinto es el caso de la pirámide de Kukulkán, bautizada por los conquistadores españoles como “El Castillo”. Este templo, construido por los mayas en el siglo XII, está compuesto por una estructura piramidal de nueve alturas y cuenta con sendas escalinatas en sus cuatro caras. En sus orígenes, la pirámide fue dedicada al dios Kukulkán, término maya que significa «serpiente emplumada», una advocación que resulta evidente al observar las numerosas decoraciones que representan a este animal mítico.

Las cuatro escalinatas de Chichén Itzá están formadas por 91 escalones. Multiplicando esta cifra por las cuatro , obtenemos 364 lo que sumado a la plataforma superior da 365. Los días del año

Al igual que en el caso de Angkor Wat, el templo maya esconde en su forma y dimensiones varias claves astronómicas. Los mayas desarrollaron un calendario solar de carácter agrícola, compuesto por dieciocho meses de veinte días cada uno. Esto daba un total de trescientos sesenta días, a los que se sumaban otros cinco, llamados uayeb, considerados nefastos.

Un vistazo detenido a la pirámide nos desvela datos llamativos en este sentido. Las cuatro escalinatas que ascienden hasta el templo superior están formadas por 91 escalones. Multiplicando esta cifra por las cuatro escalinatas, obtenemos 364 y si le sumamos la plataforma superior, el resultado es de 365, igual al número de días del calendario Haab.

De forma paralela, los mayas contaban con un segundo calendario de carácter sagrado, llamado Tzolkin, formado por trece meses de veinte días, que daban un total de 260 días. Este calendario sagrado se unía al Haab en una rueda calendárica. Esto daba lugar a unas combinaciones de ambos calendarios que se repetían cada 18.980 días (o 52 años).

En cada una de las fachadas de la pirámide, si sumamos los escalones que existen a ambos lados de la escalinata central, obtenemos el número dieciocho, una cifra que coincide con el número de meses del calendario Haab. Además, en el basamento de cada fachada hay veintiséis paneles con decoración en relieve. Una cifra que, sumada a los veintiséis paneles del lado contrario, arroja 52, el número de ciclos del calendario Haab en la rueda calendárica.

Aunque estas llamativas correspondencias numéricas resultan curiosas, hay otro elemento astronómico en la pirámide mucho más espectacular. En la actualidad, Chichen Itzá sufre una auténtica invasión de visitantes coincidiendo con los equinoccios de primavera y otoño. En esos días, al atardecer, se produce un sorprendente fenómeno que revela la importancia astronómica y simbólica del templo mexicano. Cuando esos días el Sol inicia su descenso, parte de las escalinatas del templo comienzan a proyectar un juego de sombras en el lado norte-nordeste. Dichas sombras adoptan la forma de una especie de serpiente geométrica, que con el paso de las horas va descendiendo por la escalinata, como si el propio dios hubiera hecho acto de presencia, hasta llegar a una cabeza de serpiente emplumada que existe en el arranque de la escalinata. El fenómeno tarda en completarse unas cinco horas, y permanece visible durante unos cuarenta y cinco minutos.

Esta simbología cósmico-religiosa se completa con otros fenómenos similares, que se producen en los solsticios. En el de verano, al amanecer, el Sol ilumina durante quince minutos los lados norte-nordeste y sur-sudeste, quedando los dos restantes sumidos en la oscuridad. En el solsticio de invierno, el fenómeno se repite, aunque en este caso al atardecer, y con las fachadas oeste-nordeste y sur-sudeste iluminadas y las contrarias en oscuridad.

Zona arqueológica de Segueda

SEGEDA (ZARAGOZA), UN SANTUARIO ÚNICO

En el año 2003, un grupo de arqueólogos que trabajaba en el yacimiento celtibérico de Segeda, en la comarca de Calatayud (Zaragoza), descubrió por casualidad una plataforma formada por dos muros de grandes dimensiones (10 y 16,6 metros de longitud) construidos por sillares de hasta 500 kilogramos de peso. En un primer momento los expertos creyeron que se trataba de una construcción defensiva, pues se hallaba a las afueras de la ciudad, pero estudios posteriores parecían indicar que se trataba de otra cosa. ¿Pero qué?

Fue el profesor Martín Almagro Gorbea quien, recordando otros yacimientos europeos, decidió probar suerte con la arqueoastronomía. Tras contactar con Manuel Pérez Gutiérrez, profesor de astronomía y geodesia de la Universidad de Salamanca, tomaron datos exhaustivos en el enclave y, al traspasarlos a programas informáticos de simulación astronómica, descubrieron que el ángulo formado por los muros descubiertos señalaba claramente al cercano cerro de la Atalaya, pero también a la puesta de sol en el solsticio de verano hacia el año 200 a.C., probable fecha de la construcción. Para confirmar los datos arrojados por los ordenadores, el equipo se desplazó el 21 de junio de 2009 hasta el lugar, presenciando in situ el fenómeno. «Fue algo impresionante, un momento mágico», explicó Francisco Burillo, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Zaragoza y director de las excavaciones.

Segueda alberga el primer santuario celtíbero con construcciones dedicadas a los solsticios y equinoccios

Con aquellos datos, los científicos determinaron que el enclave podía considerarse “el primer santuario celtíbero identificado y vinculado con una ciudad”, lo que le dotaba de mayor importancia si cabe. Con el paso de los meses y la continuación de los estudios, esta consideración no sólo se vio confirmada, sino ampliada. Durante un Congreso Internacional de Astronomía Cultural celebrado en Alejandría en octubre de 2009, Burillo y su equipo presentaron los hallazgos realizados hasta la fecha, destacando que el santuario de Segeda «es único en su género».

«Queríamos confirmar lo que intuíamos, y es que habíamos encontrado algo de lo que no existe paralelo en la Antigüedad en el Mediterráneo», explicó Burillo. «Y sí, aunque en la Antigüedad hubo construcciones dedicadas al solsticio y al equinoccio, no hay nada como lo que hemos encontrado», añadió. Además de la alineación de la plataforma con el solsticio de verano, fecha en la que el sol se pone exactamente sobre el cercano cerro de La Atalaya, los arqueólogos han determinado también otras llamativas alineaciones astronómicas. Así, la piedra angular de la construcción está orientada de forma perfecta con la puesta de sol en los equinoccios, lo que se produce sobre otro cerro, el de Valdehornos –algo que pudieron comprobar también in situ en septiembre de 2009–, y el resto de los muros de la estructura señalan perfectamente al norte geográfico y a la llamada «Parada Mayor» o Ciclo Metónico de la Luna (que se produce cada 19 años), respectivamente.

Por todos estos motivos, los arqueólogos consideran que la estructura hallada a las afueras de Segeda constituye un «ejemplo único» de calendario lunisolar, utilizado además con fines religiosos. «Allí se construyó un calendario monumental, un espacio abierto de ritualización astronómica, especialmente con el Sol, lo que ratifica la importancia que éste tuvo en la cultura celtibérica. Va a contribuir a conocer mejor la sacralidad en el Mediterráneo durante la Antigüedad», explicó Burillo.

Puesto que aún hay parte del yacimiento sin excavar, los expertos no descartan nuevos hallazgos que demuestren, por ejemplo, alguna alineación más, en este caso relacionada con las estrellas.

Chanquillo – Perú

CHANKILLO (PERÚ)

Las ruinas de Chankillo, en el desierto de la costa peruana, y a unos 400 kilómetros de Lima, poseen el honor de ser el observatorio solar más antiguo de América, pues sus orígenes se remontan al siglo IV a.C.

Básicamente, Chankillo consiste en una especie de fortificación elevada sobre una colina, cerrada mediante tres gruesos muros concéntricos de forma ovalada. En el interior del último muro destacan dos construcciones redondas y una rectangular. Lo más interesante de este yacimiento, sin embargo, se encuentra a un kilómetro de la fortaleza, en dirección Este. Allí, en lo alto de una loma de trescientos metros de longitud con una orientación norte-sur, destaca una hilera de trece «torres», separadas entre sí por una distancia de unos cinco metros.

Hasta hace unos años, la atención de los arqueólogos e investigadores se había dirigido casi por completo a la fortaleza, sobre la que aún hay dudas respecto a su auténtica función. Pero en el año 2007, un equipo internacional de arqueólogos de las universidades de Yale (EE UU) y Leicester (Reino Unido), descubrió que las «torres» de Chankillo tenían una importancia mucho mayor de lo que aparentaba a simple vista.

Los arqueólogos descubrieron que las torres de Chankillo están orientadas en función de la salida y puesta de Sol en los solsticios y equinoccios

Desde el siglo XIX, distintos autores habían sugerido un posible significado astronómico para aquellas estructuras, pero nadie elaboró una hipótesis de trabajo, ni se desarrollaron estudios más completos. Fue Ivan Ghezzi, un estudiante de la Universidad de Yale quien, en 2001, decidió profundizar en la cuestión mientras realizaba una tesis sobre construcciones bélicas de la región. Seis años más tarde, en 2007, su trabajo dio sus frutos con la publicación en la revista Science de sus conclusiones y las de sus colegas de investigación. Tras realizar distintas mediciones, los arqueólogos descubrieron que las torres están orientadas en función de la salida y puesta de Sol en los solsticios y equinoccios. Tales alineamientos son visibles desde sendas estructuras ubicadas a ambos lados de la hilera de torres, y en las que se han encontrado restos de utensilios empleados en sacrificios.

Desde el punto de observación situado al oeste de las torres –el mejor conservado– era posible contemplar la salida del Sol en los solsticios, que coincidía con la primera torre en el caso del solsticio de verano, y con la última en el caso del solsticio de invierno. Desde el punto de observación ubicado al Este, por el contrario, era posible contemplar la puesta de Sol. Pero además, las trece torres tenían también otro cometido: registrar el movimiento solar a lo largo del año, de forma que cada diez días, el Sol surgía por un hueco distinto de los existentes entre las trece torres.

Entrada al túmulo de Newgrange en Irlanda

NEWGRANGE (IRLANDA)

El túmulo de Newgrange es una de las tumbas de tipo corredor más célebres y singulares que se conservan. Sus piedras han visto pasar, desde su construcción por los pobladores neolíticos de Irlanda, la friolera de 5.300 años. En realidad, no se trata más que de un dolmen –de gigantescas dimensiones, eso sí–, cubierto por un túmulo circular de tierra, rodeado en su parte inferior por piedras de cuarzo blanco que realzan su estampa.

El túmulo alcanza los cincuenta metros de diámetro, mientras que el corredor o pasillo que conduce desde la puerta hasta la zona de enterramiento –en forma de trébol–, se alarga por espacio de diecinueve metros. Su función era, por tanto, funeraria, aunque con unas características poco habituales.

En la fecha de su construcción, hace más de cinco milenios, y sólo durante el solsticio de invierno, tenía lugar un auténtico «milagro solar». En el amanecer de esos días, los primeros rayos del Sol se abrían paso a través de un ventanuco existente en la puerta, atravesando limpiamente los diecinueve metros de corredor para terminar iluminando un muro de cierre, en el que está grabada una hermosa espiral triple. Un instante mágico y único, pues no volvía a repetirse hasta el año siguiente, siempre y cuando el clima lo permitiera.

Han pasado más de cinco mil años desde que sus constructores erigieran Newgrange, y en ese tiempo el cambio de posición del eje terrestre ha provocado que el fenómeno ya no sea visible en la fecha de los solsticios. A cambio, en la actualidad los responsables que custodian el monumento megalítico han instalado un sistema eléctrico que reproduce artificialmente el «milagro del Sol».

Se han barajado muchas hipótesis para explicar la curiosa orientación astronómica del túmulo. Algunas sugieren que Newgrange fue utilizado como observatorio para determinar la fecha del solsticio de invierno, y de este modo elaborar el calendario. Sin embargo, este punto parece poco probable. Si tenemos en cuenta la función de la construcción (enterramiento), y puesto que el solsticio de invierno marca el momento del año en el que el Sol «renace» y se inicia un nuevo año, es muy probable que el fenómeno solar tuviera una función simbólica, relacionada con un mensaje de resurrección o de la vida en el más allá. Una posibilidad nada descabellada si tenemos en cuenta que el único “capaz” de presenciar el milagro solar en primera persona era el difunto allí enterrado.

La llamada Torre de los Vientos, Grecia

TORRE DE LOS VIENTOS (ATENAS)

Uno de los edificios de planta octogonal más antiguos que se conservan es la llamada Torre de los Vientos, una singular y bella edificación situada en el ágora romana de Atenas, justo a los pies de la Acrópolis. Esta curiosa torre data de mediados del siglo I a.C., y fue construida por el arquitecto macedonio Andronikos de Khyrros. La torre, de unos 12 metros de altura y ocho de diámetro, está realizada en mármol pentélico, y en cada uno de los lados de su octógono –que están orientados a los puntos cardinales y los intermedios– aparecen representados, una a una, las divinidades griegas de los vientos: Bóreas, Apeliotes, Euro, Noto, Cecias, Lipso, Escirón y Céfiro.

Esta peculiar «rosa de los vientos» pétrea estaba coronada por una cúpula de madera, rematada con una pequeña escultura de bronce que cumplía las funciones de veleta y que señalaba en todo momento qué viento era el que estaba soplando. Casi todas las fuentes de la época lo citan como un horologionun sofisticado artefacto destinado a medir el tiempo de distintos modos. Aún hoy pueden contemplarse en algunos de sus lados, y justo debajo de las representaciones de cada dios del viento, varillas metálicas y surcos grabados en el mármol que servían para calcular la hora y, también, la posición de los planetas. En el interior de la torre existía un complejo reloj de agua mediante el que era posible realizar los cálculos durante la noche y en los días nublados. Y un detalle significativo: muchos siglos después de su construcción, durante la ocupación turca de Grecia, los mevlevi o derviches giradores, utilizaron habitualmente el edificio para llevar a cabo sus sema, danzas-meditación que realizaban dando vueltas en torno a la torre, cumpliendo así un ritual que busca la ascensión espiritual.

Los moáis de Isla de Pascua

ISLA DE PASCUA (CHILE)

Las célebres y enigmáticas estatuas pétreas de la isla de Pascua podrían estar erigidas siguiendo una llamativa alineación astronómica. Esa es la conclusión a la que han llegado, tras un estudio preliminar, el antropólogo chileno Edmundo Edwards y el astrónomo español Juan Antonio Belmonte, uno de los mayores expertos mundiales en arqueoastronomía.

Los dos investigadores estudiaron la disposición de treinta ahus –plataformas sobre las que se colocaban los moáis– y llegaron a la conclusión de que, pese a lo que se creía hasta ahora, las estatuas no están orientadas a la salida o la puesta de sol durante solsticios o equinoccios (salvo excepciones), sino que más bien podrían estar «mirando» a estrellas de las Pléyades o a la constelación de Orión, conjuntos estelares que tuvieron gran importancia para los antiguos pobladores de Rapa Nui.

Precisamente, la investigación surgió a raíz de que Edwards escuchara a los más ancianos de la isla curiosas historias sobre el cinturón de Orión (llamado tautoru, «los tres bellos») y las Pléyades (matoriki o «pequeños ojos»). Según las antiguas creencias de la isla, el principio del año estaba marcado por la «salida» de las Pléyades antes del amanecer durante el solsticio de invierno, mientras que su visión en el atardecer durante la estación de Hora Nui coincidía con la temporada de pesca, una época en la que también se celebraban importantes rituales a los antepasados (representados por los moáis).

Además, los investigadores destacaron la existencia de dos curiosas piedras en un rincón de la isla. Una de ellas es conocida como «piedra para observar las estrellas», mientras que la otra parece representar un mapa estelar, que aludiría a las Pléyades en relación con la temporada de pesca. Pese a todo, el astrónomo español señaló que puesto que hay más de un centenar de ahus en la isla, sería necesario un completo estudio de todos ellos para confirmar sus hallazgos preliminares.

El tesoro, Petra, Jordania

PETRA (JORDANIA)

Ubicada al sur de los actuales territorios de Palestina y Siria, la cultura nabatea –que vivió su mayor desarrollo entre los siglos III a.C. y II d.C.–, no goza hoy de la popularidad de otras civilizaciones mediterráneas de la Antigüedad. Y, sin embargo, este pueblo nos legó una de las más hermosas construcciones realizadas jamás por la mano del hombre: la ciudad de Petra, capital del reino nabateo.

Sus templos y monumentos excavados en la roca, en muchos casos semiocultos por los desfiladeros, alcanzaron una gran popularidad tras su aparición en una de las aventuras de Indiana Jones, y hoy son un atractivo destino turístico para millones de turistas llegados de todos los rincones del globo. Sin embargo, pocos visitantes conocen las complejas claves astronómicas que se esconden en este recóndito enclave del desierto jordano.

Al igual que en la Antigüedad, el primer edificio de importancia que recibe hoy al visitante es «El Tesoro» o Al Jazna. Se trata de un monumento excavado en la roca rosácea sobre el que todavía se discute si fue la tumba del rey Aretas IV (9 a.C.-40 d.C.), un templo dedicado a Isis-Al Uzza (una divinidad nabatea identificada con el planeta Venus), o ambas cosas a un mismo tiempo. Los estudios realizados por el investigador español José Antonio Belmonte –a quien ya hemos citado antes–, revelan que el edificio está orientado en dirección al desfiladero de As Siq, y desde su fachada era posible observar una porción celeste donde se producía la salida más septentrional de la Luna o el planeta Venus.

Continuando el paso en dirección hacia el centro de la ciudad, el visitante se encuentra con las tumbas reales talladas en la cara oeste de la montaña Yebal al Jubza. Lo más curioso en términos astronómicos es que dichas tumbas están orientadas de tal forma que desde su ubicación es posible contemplar directamente la puesta de Sol en los equinoccios. Estas fechas tenían una gran importancia para los nabateos, pues el tiempo que coincidía con la primera Luna posterior a los equinoccios estaba relacionado con el culto a los muertos, algo que parece encajar con la orientación de las tumbas reales.

Otro de los elementos arqueoastronómicos de la ciudad se encuentra cerca de las tumbas reales. Se trata de dos obeliscos de unos seis metros de altura, dedicados a las divinidades Dushara y Al Uzza, que tienen la peculiaridad de estar orientados en función de los equinoccios. Por esta circunstancia, al amanecer y al atardecer de estas fechas del año, la sombra proyectada por uno de ellos se superpone sobre el otro. El significado de este espectáculo de luz y sombra, tal y como explica Belmonte, es todavía desconocido.

Las claves astronómicas de Petra se completan con el llamado Templo de los Leones, dedicado a la diosa Al Uzza. Fue construido en el siglo I d.C., y su orientación parece estar relacionada con la puesta de la estrella Canopo, un astro que gozó de gran importancia entre los pueblos árabes preislámicos. Finalmente, el Castillo de la Princesa o Ksar Al Bint, estaría orientado, a falta de estudios más detallados, a una de las estrellas de la constelación de la Osa Mayor.

El templo de la Coricancha, Cuzco – Perú

KORICANCHA, CUZCO (PERÚ)

La ciudad de Cuzco, capital actual de Perú y del antiguo Imperio Inca, fue desde su fundación una urbe sagrada. Según algunas tradiciones, el propio término de «Cusco» significaría «centro» en lengua quechua, y en ella confluirían los tres niveles cósmicos: el mundo inferior, el mundo visible o terrenal y el mundo superior.

Gracias a los trabajos realizados en los últimos años por investigadores como Brian Bauer o el matemático y arqueoastrónomo Giulio Magli, se ha podido saber que los antiguos incas diseñaron la ciudad en función de ciertas «líneas sagradas» llamadas ceques. Estas líneas, hasta un total de cuarenta y dos, confluían en un punto central donde, curiosamente, los incas construyeron el Koricancha o Templo del Sol, en la actualidad convertido en templo cristiano bajo el nombre de Convento de Santo Domingo. Además de confluir en dicho templo, los ceques conectaban también con otros puntos de la geografía local, que eran considerados sagrados por los antiguos habitantes de Cuzco. Curiosamente, muchos de estos ceques contarían además con otra peculiaridad, pues estarían orientados a la salida del Sol en los solsticios de verano o invierno. Esta peculiar mezcla de elaboración de un paisaje sagrado y orientación astronómica se completaría, según el ya citado Magli, con la recreación en la disposición urbanística de la ciudad de una «constelación» con forma de puma, visible en una parte de la Vía Láctea, porción del firmamento que tenía una gran importancia para los antiguos incas.

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