Decir que EE. UU. y China libran una guerra fría ni es cierto ni ayuda a nadie

Es cierto que hay tensiones y competencia entre ambos países, pero en nuestra economía globalizada, también hay una enorme interdependencia entre ellos. Así que el término solo sirve para que las personas de un lado sean más hostiles hacia las del otro.


Nico Ortega

En los últimos meses, The New York Times ha publicado que “las industrias más avanzadas del mundo están librando una guerra fría”, que estamos presenciando “las etapas iniciales de una nueva Guerra Fría económica”, y que el ascenso de China provoca una generalizada “nueva Guerra Fría”. Y un titular de Wired del otoño pasado advertía sobre “la guerra fría por la IA [inteligencia artificial ] que nos amenaza a todos”.

La comparación genera un dramático atractivo porque evoca a dos gigantes que se enfrentan entre sí, para ver cuál de ellos tendrá una mayor influencia. El problema es que equiparar la competencia tecnológica actual con la Guerra Fría ignora la interdependencia que existe entre Estados Unidos y China y alienta los peores instintos de los responsables políticos.

Entonces, ¿por qué seguimos viendo titulares así? Probablemente porque la idea de una guerra fría ofrece una referencia muy conveniente ante una situación muy difícil de describir: el aumento de tensiones ideológicas y geopolíticas en un entorno tecnológico profundamente conectado e integrado.

A diferencia de la pasada relación entre EE. UU. y la URSS, en la que la ciencia y la tecnología se desarrollaron siguiendo rutas en su mayoría independientes, EE. UU. y China conforman parte de un ecosistema global interconectado. Como ejemplo, el fabricante chino de equipos de red y teléfonos inteligentes ZTE estuvo a punto de cerrar en 2017 por una amenaza de EE. UU. de aislarlo de los semiconductores estadounidenses. Mientras tanto, los dispositivos de Apple dependen muchísimo de los componentes y el montaje en China, y una quinta parte de los ingresos de la compañía proceden del país asiático. La empresa tendría grandes problemas si China le cerrara la puerta de sus proveedores o de sus clientes en represalia por los aranceles estadounidenses.

Empresas y emprendedores de ambos países sufrirían si la investigación, el desarrollo y la fabricación internacionales se cerraran. Además, incluso si EE. UU. y China cortaran el comercio entre sí, ambos países todavía tendrían que preocuparse por los riesgos de seguridad de los componentes, ya que los riesgos a lo largo de la cadena de suministro existen en todas partes.

En los próximos años, tanto EE. UU. como China se enfrentarán a dilemas sobre cómo asegurar las cadenas de suministro en un mundo interconectado. Ambos tendrán problemas de privacidad. Los dos deberán descubrir cómo regular los usos proliferantes de la inteligencia artificial. Y junto con todos los demás países del mundo, tendrán que lidiar con los riesgos del cambio climático.

Pero el concepto de la guerra fría no es solo incorrecto; también resulta dañino. Asume una lucha existencial entre dos bloques que compiten entre sí. Alienta a los que toman las decisiones políticas a recurrir a conceptos estratégicos pasados ​​diseñados para adaptarse a la era posterior a la Segunda Guerra Mundial. Hace que las personas de un lado sean más hostiles hacia las del otro.

La analogía sí ofrece un ejemplo de un resultado que debe evitarse: una separación costosa y destructiva entre dos sociedades cerradas. Existe una verdadera fricción entre los dos países, desde los diferentes sistemas de gobierno hasta las tensiones militares sobre los territorios en disputa y los conflictos sobre la propiedad intelectual. No deberíamos dejar de prestar atención a estas rivalidades. Pero tampoco podemos dejar de ser pragmáticos.

*Graham Webster (@gwbstr) es editor asociado y coordinador de DigiChina en ‘New America’.

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