De la inteligencia artificial a la exclusión: el riesgo de un mundo cada vez con más ‘ciberdébiles’

Hemos creado un mundo de infinitas posibilidades. Cada vez es más fácil compartir ideas e incluso ‘ser’ otra persona gracias a la realidad aumentada. Pero el vértigo del cambio obliga también a ser cuidadosos con las personas menos conectadas.

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He aquí algunas cosas que ya son ciertas hoy en día:

-Las inteligencias artificiales son mejores que nosotros en muchas tareas y son capaces de entrenarse a sí mismas para alcanzar aptitudes (en determinados campos como el ajedrez) que nosotros apenas alcanzamos a comprender.

-La utilización controlada de alucinógenos y otras drogas podría convertirse pronto en parte de terapias de uso corriente contra la depresión, el duelo, la ansiedad y otros males.

-Los robots para tener sexo y hacer compañía ya están aquí.

-Ya son posibles formas totalmente nuevas de percepción sensorial, tales como el North Sense [un chip que vibra cada vez que el usuario se gira hacia el norte magnético] y el cerebro humano parece lo suficientemente flexible como para utilizar cualquier corriente de información y forma de control fiables.

-El genoma humano es ahora objeto de control e intervención.

-El género se está haciendo visiblemente más fluido que nunca, y en la sociedad está surgiendo un lugar para un espectro maravillosamente amplio de formas de ser (personal, política y sexualmente hablando).

-Parte de ese espectro se podrá explorar con realidades interactivas virtuales de inmersión, como BeAnotherLab.

-Dispositivos como los móviles y las tabletas se utilizan ya para contrarrestar determinados tipos de daños biológicos como la pérdida grave de memoria, algo que hace sólo unas décadas hubiera convertido al enfermo en una persona dependiente.

-El deporte para personas con discapacidad, ya sea adaptado o paralímpico, está expandiendo nuestro concepto de salud y cuidado físico en formas difíciles de imaginar hace sólo unas décadas.

-El aumento de la capacidad neurológica, su mejora a través de las drogas, el ejercicio o los implantes con actividad mental normal son posibles y pronto pueden ser la norma.

¿Qué significa vivir en un mundo emergente como éste? Es vivir en un mundo marcado más por lo que es posible, la fluidez, el cambio y lo negociable que por imágenes caducas o capacidades y naturalezas inamovibles. Un mundo de extraordinarias posibilidades personales y sociales. Compartir es más fácil que nunca, la solidaridad de grupo más factible y el mapeo comunitario de nuevas huellas digitales está propiciando que múltiples grupos de población antes escondidos inspiren respeto social, comercial y político.

Es un mundo en el que la inteligencia humana se podrá reparar y reinventar. Y uno cuyos cimientos rocosos se están volviendo fluidos a medida que las capas digitales aumentan la realidad con indicadores personalizados. También es un mundo cada vez más penetrado por un grupo creciente de inteligencias no humanas (pregúnteselo al asistente Alexa de Amazon, aunque no lo admitirá).

Todo esto difumina las fronteras entre cuerpo y máquina, entre mente y mundo, entre la realidad estándar y la aumentada y virtual, y entre lo humano y posthumano. Estamos en la cúspide de esta ola de cambio, el momento en el que, de forma creciente, la inclusividad de un tipo (extensiones de la libertad personal, social y sexual) choca con la amenaza de nuevas formas de exclusión, a medida que los ciberpoderosos, fluidos y conectados, se diferencian cada vez más de los ciberdébiles, no aumentados y menos conectados. ¿Quizás sea parte del precio que hay que pagar por toda esa loable relajación social?

Después de todo, hubo una época en la que los textos académicos eran terreno de unos pocos grupos de humanos envidiablemente bien posicionados. Al final (y con la invención de la producción en masa a bajo coste) el potencial transformador del texto se liberó, y transformó el mundo.

Hay que saborear este momento, incluso si, mientras tanto, llamamos a tener cuidado y ser precavidos con la velocidad, la naturaleza y el alcance de estos cambios. Este proceso implica acostumbrarnos a la extraña naturaleza y la capacidad de penetración de muchas de las nuevas subinteligencias que ahora nos rodean. Son algoritmos que hablan con nosotros, que nos observan, que negocian por nosotros, que nos buscan citas, que sugieren qué podríamos comprar, vender o ponernos. Son algoritmos que acumulan información sobre nosotros, y que, poco a poco, irán penetrando en todos los entornos construidos por el hombre, desde puentes a carreteras, pasando por ciudades y dispositivos inteligentes de menor entidad.

Aun así, todavía no son inteligencias como la nuestra. Pero parte de su mayor potencial reside en la forma en que nosotros, los humanos, podríamos cooperar con ellas para formar nuevos sistemas híbridos que sacaran lo mejor de cada uno. Además, un mayor conocimiento y una mejor comprensión de la mente y el cerebro están ayudando a romper las viejas fronteras entre lo psicológico y lo físico, conforme aprendemos no sólo lo importante que es el cuerpo para la mente, sino también cómo el cerebro ayuda a predecir y construir el mundo de la experiencia humana.

Ahora atisbamos los próximos pasos en la evolución cultural y cognitiva humana y continuamos la tendencia que comenzó con la llegada del lenguaje humano y la (mucho más tardía) invención de la escritura y del almacenamiento externo y la transmisión de ideas. Estos nuevos pasos apuntan a una era de fluidez y exigen respuestas a una serie de preguntas y temas que hay que tratar en conversaciones como ésta. Las dos preguntas más importantes son: ¿cómo deberíamos gestionar este espacio abrumadoramente grande de posibilidades humanas? Y, ¿qué precio estamos dispuestos a pagar por el camino?

La primera es una cuestión de práctica; la segunda, de ética. En términos prácticos, en un mundo con tantas posibles maneras de ser, tantas mejoras y aumentos, y tantas prácticas sociales, no será fácil decidir cuál es la nuestra. Aquí, la realidad virtual inmersiva podría jugar un papel importante, al permitir la exploración barata y fácil, aunque algo superficial, de múltiples formas de ser. Por ejemplo, BeAnotherLab utiliza realidad virtual inmersiva, con monitorización corporal, para experimentar (hasta cierto punto) cómo es ser más alto, más bajo o incluso de otro género.

Desde el punto de vista ético, necesitamos preguntarnos qué desigualdades y costes acarrearán los aumentos de algunos para todos los demás. Necesitamos plantearnos si estamos dispuestos a tolerar cierta desigualdad como parte del proceso de lanzamiento a un mundo más fluido e interconectado. Somos conscientes de los problemas con la privacidad y el derecho de control (incluyendo tráfico y venta) de nuestros datos personales. Pero, al no saber exactamente dónde acaba nuestro ser protegido y dónde comienza el mundo a nuestro alrededor, el poder legislativo y el político lo pasa mal para decidir (por ejemplo) si la información almacenada en nuestros teléfonos se parece lo suficiente a la información almacenada en nuestras cabezas como para darles la misma protección. Hoy, la ley, la educación y las políticas sociales van por detrás de muchas olas de cambio interrelacionadas.

Lo que está en juego es qué somos nosotros, los humanos, y en qué nos convertiremos.

© 2018 Andy Clark. Distribuido por The New York Times Licensing Group

Andy Clark es profesor de Lógica y Metafísica en la Universidad de Edimburgo

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