Cuando se decapitó a cuatro personas para quitar varias astillas del cerebro del rey de Francia

Enrique II fue gravemente herido en una justa contra un conde inglés en el año 1559. Varios reos fueron ejecutados para tratar de averiguar cómo salvarle la vida.

Representación del momento del accidente en la justa

Durante mucho tiempo los torneos y las justas eran el deporte de la nobleza, al tiempo que servían para ensalzar el espíritu caballeresco. El 30 de junio de 1559 Paris se engalanó y durante tres días acogió un sinfín de justas, a las que acudieron lo más granado de las cortes europeas.

La ocasión se lo merecía, se celebraba el tratado de Cateau-Cambrésis, que ponía fin a un conflicto armado entre Inglaterra, Francia y España. Uno de los puntos del acuerdo de paz fijaba una alianza matrimonial entre la princesa francesa Isabel de Valois –hija de Enrique II- y Felipe II, rey de España y viudo por aquel entonces.

La desafortunada liza entre el rey y el conde

El monarca galo participó en las justas, enfrentándose en un primer lance al conde Gabriel de Montgomery, un joven capitán de la Guardia Escocesa. Tras sufrir una ominosa derrota, el soberano exigió un segundo envite para resarcirse del desagravio, al que el escocés, por motivos obvios, no pudo oponerse.

En esta ocasión la suerte se alineó en contra del francés, la lanza de Montgomery se quebró contra el yelmo del monarca y las astillas impactaron en su globo ocular, rompiéndolo y anclándose en la sustancia gris cerebral.

Ante la mirada atónita de los asistentes Enrique II cayó al suelo entre gritos de dolor y enormes aspavientos. Con la velocidad del rayo fue llevado a los aposentos reales y se procedió a una primera cura, que puso de manifiesto la gravedad del traumatismo.

Los mejores cirujanos del momento

La reina Catalina de Médicis se hizo cargo de la situación y mandó llamar a una de las mentes más brillantes del momento, al tiempo que el mejor cirujano francés: Ambroise Paré (1510-1590). La elección no pudo ser mejor, ya que pasaría a los anales de la Historia de la Medicina como el padre de la cirugía moderna.

Cuando Felipe II, el que iba a ser el consuegro de Enrique II, se enteró de lo sucedido envió a uña de caballo a uno de sus médicos personales, al belga Andreas Vesalio (1514-1564). Otro de los grandes espadas de la medicina renacentista, al que debemos los primeros estudios completos de anatomía humana.

Astillas en el cerebro

La verdad es que el monarca francés no podía estar en mejores manos. Sin embargo, los dos insignes médicos coincidieron en que el pronóstico no podía ser más infausto, algunas astillas estaban alojadas en el cerebro, pero no había forma de saber ni dónde ni cómo extraerlas. En el siglo XVI no se disponía de la moderna tecnología de radiodiagnóstico actual.

Ante este desconsolado dictamen Catalina pasó a la acción, había que proveer cobayas humanas a los galenos para que experimentasen antes de proceder a una hipotética intervención quirúrgica en la testa real.

A la reina gala no le tembló el pulso, ordenó decapitar a cuatro condenados a muerte y «meter lanzas rotas en los ojos de los cadáveres con un ángulo de penetración adecuado».

Los intereses espurios y la irracionalidad triunfaron ante los fundamentos serios y rigurosos que deben conducir la brújula de la ciencia, la cual está indisolublemente ligada a la ética.

Aquellas muertes no sirvieron para nada, Ambroise Paré y Andreas Vesalio desestimaron realizar una trepanación –perforación en la cavidad craneal–, con ella no conseguirían más que acelerar el fallecimiento del monarca. Si había alguna esperanza de supervivencia había que dejar a la naturaleza que actuase.

Causa de la muerte: infección cerebral

Ninguno de los galenos se retiraron del tálamo real y Vesalio aprovechó la ocasión para recoger de forma pormenorizada la evolución clínica del enfermo, un importantísimo documento que nos permite afinar el diagnóstico del éxitus:

«…desde el cuarto día de su lesión hasta su muerte, el Rey tuvo fiebre. Antes de morir, su brazo y su pierna quedaron paralizados y una convulsión de larga duración se observó en el lado derecho de su cuerpo…»

Estos datos clínicos nos hacen sospechar que a partir de la herida inicial se produjo una infección que acabó provocando la aparición de un absceso cerebral. El fallecimiento se produjo diez días después. De esta desconsolada forma se despedía de sus contemporáneos Enrique II, con tan sólo cuarenta y dos años de edad.

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