¿Cuándo comenzamos a consumir leche?
January 11, 2020 Bienestar , NoticiasEncuentran la evidencia directa más antigua del consumo de leche en humanos antiguos.
Un equipo de científicos de la Universidad de York (Reino Unido), ha identificado una proteína de la leche llamada β-lactoglobulina (BLG) en la placa dental mineralizada de siete individuos que vivieron en el periodo Neolítico. Se trata de la primera evidencia directa de consumo de leche en adultos encontrada en todo el mundo, pero este descubrimiento arroja nuevas incógnitas.
Una mutación que permite digerir la leche
De manera natural, el ser humano adulto no tiene capacidad para digerir correctamente la leche. Esto se debe a que, al crecer, el organismo deja de producir la lactasa, que es la enzima responsable de procesar la lactosa. Solo aquellas personas portadoras de una mutación genética conocida como persistencia a la lactasa (LP por sus siglas en inglés), mantienen activo el gen de esta enzima y pueden digerir la leche a lo largo de su vida adulta.
Se calcula que un tercio de la población mundial es portadora de la LP, y las mayores frecuencias se encuentran en Europa, África Oriental, África Occidental y Oriente Medio, donde el 75% de la población adulta puede digerir la leche sin problemas. De hecho, la persistencia de la LP se considera un ejemplo muy claro de coevolución entre genes y cultura, y respalda la idea de que las prácticas culturales son capaces de modificar nuestro código genético.
La idea es que las poblaciones neolíticas empezarían a consumir leche a raíz de la domesticación de animales, ideas que han sido respaldadas por diversas evidencias de tipo arqueológico, por ejemplo el hallazgo de residuos orgánicos en cerámicas neolíticas que muestran la presencia de diversos lípidos de la leche. La mayor dependencia de los productos lácteos durante el neolítico habría impulsado la selección natural de la mutación LP durante los milenios posteriores.
Sin embargo, este proceso evolutivo debería haber sido muy lento, y distintas evidencias apuntan a que, en el Neolítico, la frecuencia de personas con la mutación LP y capacidad para digerir la leche sería aún muy baja.
Un biomarcador perfecto
La β-lactoglobulina es una proteína de la leche que se preserva en el sarro humano y se puede usar para detectar el consumo de este alimento en el pasado. Solo se encuentra en la leche, y además sus aminoácidos difieren entre especies, por lo que es un biomarcador perfecto.
El equipo británico, que ha publicado sus resultados en la revista Archaeological and Anthropological Sciences, analizó su presencia en varios individuos que vivieron en Gran Bretaña durante el Neolítico. Además, estas muestras procedían de tres yacimientos arqueológicos distintos, y los resultados son la prueba más antigua encontrada hasta ahora de presencia de BLG en placa dental humana.
“El hecho de haber detectado esta proteína en el sarro de individuos de tres sitios neolíticos diferentes podría sugerir que el consumo de lácteos fue una práctica dietética generalizada en el pasado”, reflexiona Sophy Charlton, una de las investigadoras participantes en el estudio. ¿Cómo explicar este resultado si, como hemos dicho, no parece que en el Neolítico estuviera muy extendida la mutación que permite digerir la lactosa? Los autores opinan que, probablemente, estos individuos aún consumieran cantidades muy pequeñas de leche, o bien de sus derivados.
“La mayoría de personas que vivieron en el Neolítico habrían enfermado al consumir leche, así que una explicación podría ser que estos agricultores la estuvieran procesando y obteniendo alimentos con menor contenido en lactosa como, por ejemplo, el queso”, añade la experta. “Identificar más individuos con BLG nos puede dar más pistas sobre el consumo y procesado de la leche en el pasado, y aumentar nuestra comprensión sobre cómo la genética y la cultura han interactuado para aumentar la persistencia a la lactasa en el mundo”, indica.
Otra línea de investigación prometedora consistiría en buscar algún patrón en el consumo de leche: “quizás la cantidad de productos lácteos o los animales de los que se obtuvieron variaban también según el sexo, la edad o la posición social”, concluye la investigadora.