Costa Rica, una tierra de leyenda

Algunas tradiciones que han perdurado desde tiempos remotos reafirman la identidad local y forman parte del patrimonio cultural de este país.

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Costa Rica se halla en el cinturón de fuego del Pacífico, una estructura geológica en forma de anillo que reúne la mayoría de los volcanes del mundo. De hecho, este país cuenta con trescientos focos volcánicos, de los que cerca del 5 % permanecen activos. Uno de ellos, ubicado en el norte, a 27 km de Liberia, se conoce como Rincón de la Vieja y es el elemento central de una apasionante leyenda.

En ella, Curubandá, hija de un jefe tribal, se enamora de Mixcoac, el hijo del caudillo rival. Pero su padre no bendice su unión; es más, asesina al joven y arroja su cuerpo al volcán. Curubandá decide entonces vivir en el bosque y prestar ayuda a los vecinos, pues conoce los secretos medicinales de las plantas. Con el tiempo, su fama se acrecienta y los viajeros comienzan a referirse al lugar como Rincón de la Vieja. Hay quien cree que su espíritu aún frecuenta este volcán, de 1916 m de altitud, que domina un gran parque nacional.

El volcán Poás, cuyo cráter, de 1,32 km de diámetro, se cuenta entre los más grandes del mundo, está activo y puede visitarse, al igual que muchas otras maravillas naturales costarricenses.
No muy lejos, hacia el sur, se encuentra el Tenorio, un conjunto de cuatro picos volcánicos y dos cráteres gemelos que también permanece activo. En el área circundante, de gran belleza, destaca el río Celeste –llamado así por la tonalidad de sus aguas– y su cascada. Este es el escenario de otro de los mitos locales, protagonizado por Tenorí, un valiente guerrero que acudió en defensa de su amada Eskameca y acabó con un monstruo que vivía en un lago. Eskameca esperó en la orilla, pero nada más se supo de Tenorí, y la muchacha se consumió de pena. El recuerdo de su amado quedó en el nombre del volcán Tenorio. Se dice que ciertas tardes puede verse una garza rosada y un galán sin ventura que vuelan hasta su cima. Esta dista 168 km de San José, la capital costarricense, y se halla a 1916 m de altitud, lo que la convierte en la segunda más alta de la cordillera de Guanacaste.

El Poás, uno de los volcanes más visitados del país, cuenta asimismo con su propia fábula. Esta asegura que en sus faldas vivían una doncella y un pájaro rey rualdo que habían trabado amistad. Un día, el Poás entró en erupción. Incapaces de calmar su furia, los habitantes de la zona decidieron darle en sacrificio a la joven, pero, entonces, el ave voló en círculos sobre el cráter y le ofreció la armonía de su voz a cambio de la vida de su amiga. El volcán aceptó, se apagó y de su llanto emocionado nació la laguna que hoy lo corona. El Poás, que alcanza los 2708 m de altitud, se encuentra a solo 37 km de San José y forma parte del impresionante parque nacional que lleva su nombre. Este cubre un área de 5600 hectáreas y está surcado por numerosos senderos que invitan a recorrerlo.

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El misterio de las esferas de piedra

Las espectaculares esferas de piedra del valle del Diquís, en el sudoeste de Costa Rica, son una de las manifestaciones artísticas precolombinas más importantes que han llegado hasta nuestros días. Las hay de muchos tamaños; algunas rondan los 20 centímetros de diámetro y otras superan los 2 metros, pero todas presentan una extraordinaria factura. Sabemos que ya se tallaban hacia el año 400 a. C. y que tal cosa siguió haciéndose hasta que los españoles colonizaron la zona, por lo que debieron de ser muy importantes para la cultura que las erigió. No obstante, se desconoce su propósito, un misterio que trae de cabeza a los arqueólogos.

Entre las hipótesis que estos barajan, una sostiene que podrían haberse usado para marcar un enclave ceremonial; otra, que se empleaban como seña de identidad de una población o como un medio de mostrar cierto nivel social o político. En ocasiones, se disponían alineadas, por lo que algunos expertos creen que estaban relacionadas con los movimientos de los astros o los ciclos agrícolas. En la actualidad, la mayor parte se halla en los yacimientos de Batambal, El Silencio, Finca 6 y Grijalba-2.

En 2014, las petroesferas fueron declaradas Patrimonio Mundial por la UNESCO.

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