Los osos de las cavernas aún siguen «vivos»
August 28, 2018 El Mundo , NoticiasInvestigadores descubren que una parte del ADN de estos animales extintos permanece en los osos pardos modernos tras una antigua hibridación.
El oso cavernario (Ursus spelaeus), esa formidable bestia de 3,5 metros de longitud y hasta 500 kilos de peso que habría dado más de un susto a nuestros antepasados europeos en la entrada de las cuevas, desapareció de la faz de la Tierra hace 25.000 años. Sin embargo, un equipo internacional de investigadores, entre ellos varias españolas, ha descubierto que, en cierta forma, aún sigue vivo. Los científicos han encontrado ADN de este gigante icónico del Pleistoceno en osos pardos modernos (Ursus arctos). La causa, según publican en la revista «Nature Ecology & Evolution», es la hibridación ocurrida entre las dos especies, que permitió el flujo de genes.
El caso es muy similar al porcentaje neandertal que todos los humanos modernos, excepto los africanos, llevamos encima, pero es la primera vez que el material genético de un gran mamífero extinto aparece en una población viva fuera del linaje humano.
El equipo de Axel Barlow, de la Universidad de Potsdam, Alemania, analizó las secuencias genómicas de los huesos fósiles de cuatro osos cavernarios que vivieron hace entre 71.000 y 34.000 años. Tres son europeos -los restos de uno de ellos aparecieron en la cueva de Eirós, en Triacastela (Lugo), y los otros dos en sendas cuevas de Austria- y el último fue encontrado en el Cáucaso, Armenia. Los investigadores compararon el ADN de estos ejemplares con el de distintas especies: osos pardos, negros, de anteojos, pandas y polares estadounidenses y asiáticos.
Según Aurora Mª Grandal-d’Anglade, del Instituto de Geología de la Universidad de La Coruña, «el cruzamiento no fue un hecho puntual, sino algo más frecuente». A su juicio, los osos pardos heredaron de los cavernarios fragmentos que tienen que ver con genes relacionados con la eficacia a la hora de producir energía en las células o con diversas rutas metabólicas. «Sin embargo, no hemos llegado todavía a determinar con seguridad estas cualidades, como sí se ha hecho con la herencia neandertal. Estamos trabajando en ello», explica.
Precisamente, los científicos ya conocían que los humanos no africanos modernos compartimos pequeñas cantidades de ADN con antiguas poblaciones de homínidos extintos, como los neandertales y los denisovanos, pero esta es la primera vez que se observa algo parecido fuera del linaje humano.
El regreso a la cueva
Los osos cavernarios comían principalmente hierbas, bayas y raíces, a diferencia de los osos pardos actuales, que son más carnívoros. A pesar de ello, apunta Grandal-d’Anglade, alcanzaban tamaños muy grandes. «Se han llegado a dar cifras de 1.000 kilos, pero eso es muy exagerado. Los estudios osteológicos indican unos 400 o 500 kilos para los machos y hasta 350 para las hembras», señala. Además, tenían un esqueleto más masivo y huesos muy robustos que indican un ritmo de vida tranquilo. «En su momento apenas tenían enemigos naturales y, de hecho, existen muy pocas evidencias de que los hombres primitivos cazaran a estos animales. Ni los cazaban ni eran objeto de culto», subraya. En sus cuevas, los osos pasaban los inviernos en hibernación, época en la que también nacían las crías, muy pequeñas, que permanecían junto a su madre «dormida» hasta la primavera.
Sin embargo, la investigadora destaca que los humanos sí pudieron tener un papel activo en la extinción de esta especie. «Cada cueva albergaba un linaje, lo que quiere decir que los osos volvían a la cueva donde habían nacido para hibernar. Por esto, probablemente, la expansión de los humanos primitivos hace unos 45.000 años marcó un declive en su variabilidad genética, al competir por los territorios más propicios, por los alimentos y por las mejores cuevas», explica. En cambio, el oso pardo se adapta a hibernar en cualquier sitio y su alimentación varía dependiendo de lo que haya disponible.
Los investigadores creen que el ADN de otras especies de grandes mamíferos extinguidos (lo que se conoce como megafauna) podrían persistir en la actualidad en especies receptoras debido a pasados episodios de hibridación. A nivel genético, dicen, las especies pueden sobrevivir y participar en el teatro de la evolución durante cientos de miles de años después de desaparecer del registro fósil. «Este podría ser el caso de los bisontes. A veces tendemos a contemplar las distintas especies animales como grupos muy claramente delimitados, cuando en la naturaleza las cosas no tienen límites tan tajantes», recuerda Grandal-d’Anglade.