Disfrute del viaje espacial, si puede pagarlo
March 21, 2022 El Universo , NoticiasLos vuelos espaciales comerciales ya son una realidad. ¿Serán algo al alcance de las masas o solo otra forma de que los ricos puedan presumir?
Los ciudadanos corrientes llevan décadas buscando una forma de alcanzar el cielo. En los años 80 Charles Walker, ingeniero de McDonnell Douglas, se convirtió en la primera persona que viajó al espacio sin ser parte de una agencia gubernamental, gracias a su empresa, que le compró un asiento en tres misiones del transbordador espacial de la NASA. En 2001, el empresario estadounidense Dennis Tito pagó 20 millones de dólares (17,64 millones de euros) para volar en el cohete ruso Soyuz a la Estación Espacial Internacional (EEI) y pasar ocho días flotando en microgravedad.
Pero no sucedió mucho más tras esos vuelos.
Al menos no hasta el año pasado. Tras décadas de desarrollo y varios accidentes graves, tres compañías (SpaceX, Blue Origin y Virgin Galactic) lanzaron sus primeros vuelos turísticos en 2021. El actor William Shatner subió en octubre del año pasado en el vehículo de Blue Origin hasta el borde del espacio. Michael Strahan, exestrella de la NFL y presentador de Good Morning America, realizó un viaje similar en diciembre. Incluso la NASA, que antes estaba en contra del turismo espacial, ha dado a conocer su política de precios para las misiones de astronautas privados, ofreciendo llevar a alguien a la órbita por unos 55 millones de dólares (48,50 millones de euros).
Así que ha empezado una nueva era, pero ¿qué significa? ¿Representan estas incursiones un futuro en el que incluso un ciudadano medio podría permitirse un vuelo espacial y disfrutar del esplendor de la Tierra vista desde arriba? ¿O es solo otra forma de que los ultrarricos despilfarren su dinero, al tiempo que ignoran y empeoran nuestros problemas existenciales aquí abajo? Casi todas esas escapadas de 2021 fueron el resultado de los esfuerzos de tres multimillonarios: Elon Musk, Jeff Bezos y Richard Branson. Branson es ‘solo’ milmillonario, mientras que Bezos y Musk tienen una riqueza valorada en cientos de miles de millones.
“La excesiva influencia de la riqueza en EE UU es, para mí, el centro de mis dudas respecto a este desarrollo del turismo espacial”, afirma Linda Billings, investigadora de comunicaciones y consultora en la NASA. Billings lleva más de 30 años escribiendo sobre los impactos sociales de los vuelos espaciales y considera que estamos “muy lejos” de poner estos vuelos a disposición del ciudadano medio.
Cada plaza en el avión espacial suborbital de Virgin, la forma más barata de viajar al espacio en estos momentos, cuesta 450.000 dólares (396.835 euros). Un asiento individual en el lanzamiento suborbital inicial de Blue Origin se vendió en una subasta por 28 millones de dólares (24,7 millones de euros), y el precio no revelado de la misión Inspiration4 de SpaceX, compuesta totalmente de personas civiles y que pasó tres días en órbita antes de aterrizar en la costa de Florida, se ha estimado en 50 millones de dólares (44 millones de euros) por pasajero.
Dichos vuelos no solo están obscenamente fuera del alcance de una persona normal, según Billings, sino que no están logrando ningún objetivo real y están lejos de ser ideales, dados nuestros problemas terrestres de desigualdad, crisis ambiental y pandemia global. “Realmente no estamos aprendiendo nada”, resume Billings, quien no cree que las personas que participan en estas misiones de turismo espacial muestren mucha consideración ni conciencia.
Laura Forczyk, propietaria de la consultora espacial Astralytical cree que es un error centrarse estrictamente en el aspecto económico. “La narrativa [del año pasado] era sobre los multimillonarios en el espacio, pero es mucho más que eso”, opina Forczyk, quien escribió el libro Becoming Off-Worldly, publicado en enero, en el que entrevistaba a astronautas tanto particulares como profesionales sobre por qué iban al espacio.
Forczyk ve estos vuelos privados como una buena oportunidad para realizar experimentos científicos. Las tres empresas de turismo espacial han llevado a cabo proyectos de investigación, estudiando distintos aspectos como la dinámica de fluidos, la genética de las plantas y la reacción del cuerpo humano a la microgravedad. Y sí, los ricos son el público objetivo, pero los pasajeros de Inspiration4 de SpaceX incluyeron a la artista y científica Sian Proctor y al ingeniero de datos Chris Sembroski, quienes ganaron sus asientos a través de concursos, así como a Hayley Arceneaux, embajadora del Hospital de Investigación Infantil St. Jude, cuyo viaje le ayudó a recaudar 200 millones de dólares (176,4 millones de euros) en donaciones para el centro. Blue Origin ofreció viajar gratis a la pionera de la aviación Wally Funk, a quien, como mujer, se le había negado convertirse en astronauta del Apollo, y a Laura Shepard, hija del astronauta de la NASA Alan Shepard.
Forczyk también menciona a la turista espacial iraní Anousheh Ansari, quien voló a la EII en 2006. “Hablaba sobre cómo había crecido en una zona de conflicto en Irán y cómo [ese vuelo] le ayudó a ver el mundo como algo interconectado“, resalta Forczyk.
Billings cree que el valor de tales testimonios es bastante reducido: “Todas estas personas hablan con la prensa sobre lo maravillosa que fue la experiencia, pero escuchar a otra persona contando lo emocionante que fue escalar el monte Everest no transmite la experiencia real”.
Al igual que con el ejemplo del Everest, hay que considerar el riesgo de muerte. Históricamente, los vuelos espaciales han tenido una tasa de mortalidad de algo menos del 4%, 266.000 veces mayor que la de los aviones comerciales. Virgin sufrió dos grandes desastres durante las pruebas que se llevaron la vida de un total de cuatro empleados e hirieron a cuatro más. “Ocurrirá un accidente de gran nivel; es inevitable”, destaca Forczyk, que predice, sin embargo, que ni siquiera eso acabará con el turismo espacial. “La gente sigue escalando el Everest a pesar del peligro”.
Otra cuestión es cómo el turismo espacial podría afectar al planeta. Una excursión de 90 minutos en el avión espacial suborbital de Virgin Galactic es tan contaminante como un vuelo transatlántico de 10 horas. Otros cálculos sugieren que el lanzamiento de un cohete puede producir de 50 a 75 toneladas de dióxido de carbono por pasajero, en comparación con solo un par de toneladas por pasajero de un avión comercial.
Los expertos advierten que incluso el New Shepard de Blue Origin, que quema hidrógeno y oxígeno y emite principalmente agua, podría afectar el clima ya que sus productos de combustión se inyectan en la estratosfera, donde aún no se conoce su impacto final.
La Administración Federal de Aviación supervisa todos los vuelos espaciales en EE. UU. y podría endurecer las normas ambientales y de seguridad. La agencia actualmente tiene una moratoria de regulación hasta 2023, pensada principalmente para dar tiempo a la naciente industria a desarrollarse antes de que los legisladores aplicaran demasiada burocracia. Pero pocos legisladores o ciudadanos claman por más regulación.
“Hay muchas otras cosas que le preocupan a la gente más que si solo los multimillonarios pueden volar al espacio”, destaca la fundadora y editora del sitio web de noticias SpacePolicyOnline.com, que emite programas sobre el espacio en todo el mundo, Marcia Smith.
Nadie ha articulado una razón convincente para gastar enormes sumas de dinero en vuelos espaciales privados. Es posible que tenga un valor secundario para la ciencia y la ingeniería, o para ofrecer a un pequeño número de personas una sensación de trascendencia.
Pero por ahora, parece que es algo que se está haciendo principalmente porque creemos que es genial.