Semmelweis, el médico que descubrió la importancia de lavarse las manos

Fue en la década de 1840, cuando el médico húngaro Ignác Fülöp Semmelweis se trasladó a Viena. Allí, comenzó a trabajar en un hospital y descubrió que las mujeres embarazadas que recibían más visitas de los médicos enfermaban y morían más. Así, se le ocurrió analizar qué pasaría si sus compañeros empezaban a lavarse las manos.

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Semmelweis estudió los datos y alertó devque el 30% de las mujeres que daban a luz en el centro morían. Mientras que la mortalidad de las que lo hacían en sus hogares era solo de un 15%. ¿Cuál podía ser el motivo? Muchos de los médicos que asistían a estas mujeres lo hacían recién salidos del quirófano o de la sala de autopsias.

De este modo, el médico húngaro puso en marcha un proyecto: ¿qué ocurriría si sus compañeros se lavaban las manos con agua y jabón antes de entrar en una nueva sala? El resultado fue sorprendente: las infecciones entre las mujeres embarazadas disminuyeron hasta situarse por debajo del 10%.

Que los médicos comenzaran a lavarse las manos redujo las infecciones y la mortalidad

A pesar de que el estudio de Semmelweis había conseguido muy buenos resultados, el médico fue despedido. Su trabajo se entendió como una acusación de que eran los propios médicos los culpables de los contagios y las muertes de los pacientes.

El médico húngaro, además de no llevarse ningún reconocimiento por el descubrimiento que salvó tantas vidas después, fue desahuciado e ingresado en un psiquiátrico, donde finalmente murió.

Sin embargo, su estudio tuvo repercusiones positivas unos años más tarde. El británico Joseph Lister ejecutó en 1877 la primera operación en buenas condiciones antisépticas. Lo hizo regando la sala quirúrgica con aspersores. Salvador Cardenal importó esta técnica a España en 1880.

Ya en 1952, el médico y escritor francés Louis-Ferdinand Cèline publicó una obra en la que reconocía el trabajo de Semmelweis: “Señaló a la primera los medios profilácticos que deben adoptarse contra la infección puerperal, con una precisión tal que la moderna antisepsia nada tuvo que añadir a las reglas que él había prescrito”. Solo así llegó el reconocimiento que merecía.

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