El año en que la ciencia ficción intentó narrar lo humano, y lo logró
December 24, 2019 El Universo , NoticiasEl 2019 ha sido un año prolífico en la producción de películas de ciencia ficción, por lo que vale la pena hacer un repaso a las mejores películas que llevaron a la pantalla grande y a las plataformas streaming, una nueva forma de analizar la fenomenología de lo curioso, lo inexplicable y el poder de la imaginación a partir de la ciencia.
El escritor Arthur C. Clarke insistió una tecnología muy avanzada es indistinguible de la magia, una máxima en la que el cine de ciencia ficción de este año parece reflexionar desde nuevos y estimulantes puntos de vista.
Durante 2019, la ciencia ficción meditó sobre lo tecnológico y también acerca de su relación con lo humano y lo inexplicable, en una combinación prodigiosa que convirtió al año en uno de los más prolíficos del género durante la última década. Ya fuera por su asombroso argumento o por llevar a la reflexión de temas trascendentales sobre la ciencia y la tecnología extraordinaria, algunas de las grandes películas del año dedicaron una considerable atención a la relación —en ocasiones invisible y dolorosa— entre el futuro, la tecnología y la naturaleza humana.
Uno de los más notables intentos por llevar esa idea al cine fue Ad Astra de James Gray. Con su ritmo pausado y una mirada cuidadosa a la noción del ser humano en contacto con lo desconocido, la película de Grey profundiza en el hecho de la capacidad de la naturaleza humana para cuestionar sus puntos más frágiles y oscuros, sino la relación que sostiene con sus inventos y avances más asombrosos. Aunque la película pierde el ritmo hacia la segunda mitad del metraje, la inteligente actuación de Brad Pitt convierte al film en un curioso recorrido interior a partir de una mirada asombrada al espacio profundo.
No obstante, las diferentes miradas sobre la ciencia ficción y lo humano, no fueron siempre alentadoras: I am Mother de Grant Sputore, no solo profundiza sobre esa gran incógnita acerca de los motivos y el sustrato intelectual de la llamada inteligencia artificial, sino que además, recorre el camino inquietante de los vínculos que pueden unir y enlazar a ese gran misterio tecnológico con la naturaleza humana. Ambigua y por momento desconcertante, la película plantea una mirada aguda sobre la naturaleza humana pero también, a la percepción de la tecnología como última frontera de supervivencia. Con un final abierto que da paso a todo tipo de especulaciones, fue una de las grandes sorpresas del año.
La IA también formó parte del argumento de una de las grandes sorpresas del año. La adaptación de Alita: Battle Angel dirigida por Robert Rodríguez y basada en el manga Battle Angel Alita de Yukito Kishiro, es una clara demostración que las adaptaciones sobre historias que requieren una cierta profundidad argumental y el desempeño de una plataforma en particular para funcionar, pueden resultar exitosas. Al menos Alita: Battle Angel dialoga con su naturaleza híbrida entre una historia original basada en la estética y los códigos del manga y el cine, de una forma lo suficientemente fluida para resultar atractiva. Además, hay una percepción directa y contundente, sobre el universo creado por Kishiro que la película conserva de manera casi intacta.
Tal vez se deba a que el director Robert Rodríguez (que ya había adaptado con inteligencia el cómic de Frank Miller Sin City en el 2005) sabe estructurar la percepción de lo sustancial de lo que cuenta, sobre una versión de la realidad ligeramente aumentada. El resultado es atractivo pero también, no depende por completo del material de Kishiro para funcionar de manera eficiente. También es notorio que el productor James Cameron tuvo una enorme influencia en la selección de la estética y el discurso de Alita: Battle Angel: la historia llega casi de manera literal a la pantalla grande y lo hace, porque tanto el argumento como la batería de recursos especiales, recrean el mundo de manga punto a punto, un logro visual que sorprende por su sutileza.
Una y otra vez, la experiencia humana en contraposición de la tecnología, el poder de lo científico y los misterios no resueltos vinculados a herramientas mecánicas de enorme sofisticación, fue el tema central de varias de las mejores películas de género del año. Con su extrañísima reflexión sobre la naturaleza humana, la percepción de la intimidad pero sobre todo, sus enormes riesgos narrativos, la película High Life de Claire Denis es una apuesta osada que medita con cuidado sobre la posibilidad del bien y del mal, el aislamiento y el desarraigo, en clave de oscuridad interior, todo bajo el atractivo envoltorio de un argumento pausado, retorcido y por momentos, agobiante.
Juliette Binoche y Robert Pattinson crean quizás lo que es la comunión más poderosa del año, con la concepción sobre la vida, sus misterios, pero sobre todo, la concepción del miedo invisible como parte de la forma en que nos relacionamos con las grandes preguntas existenciales y la percepción del infinito cósmico. Por supuesto, se trata también de una crítica durísima sobre la compasión y la forma en que el poder puede controlar la vida de quienes están a su cargo. Toda una combinación asombrosa con una puesta en escena brillante y uno de los más extraños guiones de la década.
Quizás, la más dura y cruel de todas las propuestas de ciencia ficción del año, la película Aniara de Pella Kågerman y Hugo Lilja analiza las posibilidades de supervivencia del ser humano fuera de nuestro planeta y también, la responsabilidad moral que atañe la pérdida de la inocencia, en medio de la búsqueda por un lugar en que prosperar. Luego que se hiciera evidente que la Tierra es de hecho, inhabitable, la emigración a Marte —que en la película se muestra como un proceso burocrático lujoso y cómodo— reflexiona sobre la identidad a través del uso de la realidad virtual para profundizar sobre los terrores y miserias individuales. El duo de directores no escatima esfuerzos en elaborar una mirada casi violenta sobre la naturaleza humana y sobre todo, el hecho que el destino final de nuestro planeta fue para bien o para mal, fruto de nuestras acciones.
Desde otras fronteras y visiones, el miedo a lo desconocido y los pequeños misterios inquietantes del futuro.
Este año también llegó a occidente, la gran producción del género de ciencia ficción de China: The Wandering Earth de Frant Gwo es una laboriosa combinación entre un existencialismo doloroso y profundamente pesimista y también, una aventura galáctica que sorprende por su eficiente puesta en escena. Basada en el relato del mismo nombre del escritor Cixin Liu, cuenta la historia de los acontecimientos que ocurren una vez que se hace evidente que el Sol comenzará a apagarse en un lapso muy corto de tiempo, lo que provoca que todas las naciones de la Tierra deban unir esfuerzos para convertir al planeta en una especie de nave de colosales proporciones que cruzará el espacio profundo en busca de un nuevo sistema solar en que la especie humana pueda prosperar. Pero la insólita premisa sólo es el comienzo de una de las películas más extrañas del género que combina con acierto horror, drama y suspenso con una buena dosis de vistosos efectos especiales.
2019 también fue uno en que la experimentación argumental llevó a los géneros a nuevas fronteras y dimensiones que lograron resultados de asombrosa calidad. Cuando la ciencia ficción y el terror se combinan, el resultado son pequeñas maravillas como Freaks de Adam B. Stein y Zach Lipovsky, un film que desafía cualquier expectativa o hipótesis previa sobre su singular argumentos, giros argumentales e inesperados final. Desde la primera escena (que muestra una casa en ruinas, sin que indica cuando, dónde o por qué se encuentra en semejante estado), hasta la lenta mirada sobre una situación inexplicable que la película no explica de inmediato, Freaks es una combinación de suspenso con una idea mucho más profunda sobre el terror como hecho psicológico. Con su inteligente guión y magníficas actuaciones (la química entre la pequeña Lexy Kolker y el actor Emile Hirsch, es asombrosa y conmovedora), convierten a la película en un recorrido inquietante por la raíz de lo desconocido y más allá, la necesidad de la mente humana por encontrar explicación a la incertidumbre.
Por supuesto, en a selección de lo mejor de la ciencia ficción del año no podía faltar los viajes en el tiempo. See you yesterday —basada en el corto de 15 minutos dirigido en 2017 por Stefon Bristol— es un recorrido emocional e intrigante, por líneas temporales alternativas y la teoría del multiverso, llevado a un nivel mucho más íntimo, intuitivo e incluso, con alguna que otro acento en la crítica social y cultural. La combinación podría resultar improbable, pero Bristol crea una puesta en escena en que todos los elementos funcionan con una cuidadosa elegancia y al final, crean un recorrido casi visceral por la noción del tiempo, los vínculos que nos unen a nuestra época y la concepción sobre la naturaleza de la individualidad contemporánea. ¿Dato curioso? Su productor es el director Spike Lee.
Con su aire levemente onírico, surreal y desconcertante, Starfish de A.T. White es un recorrido por la ciencia ficción a través de las emociones humanas, una combinación que podría haber resultado vaga, un poco agobiante y quizás incluso caricaturesca, a no ser por los riesgos que toma White para crear una atmósfera escindida en que la batalla contra seres interdimensionales, es solo una pieza de algo más enrevesado, amargo y duro sobre la supervivencia como percepción de la naturaleza humana. El director además agrega algunas dosis de horror, que convierten al argumento en una combinación inclasificable pero que de alguna forma, sostiene un discurso inteligente sobre el bien, el mal y las pequeñas líneas que evaden explicación sencilla sobre el comportamiento y la mente del hombre común. ¿Suena excesivo? Lo es, aún más cuando el director toma la consciente decisión de transgredir la mitología habitual de la ciencia ficción para crear algo por completo novedoso.
ambién, hubo producciones en que la preocupación por el medio ambiente, se traduce en argumentos que intentan reflexionar a través del género sobre los grandes problemas actuales. Io de Jonathan Helpert busca profundizar en uno de los problemas más pertinentes de la actualidad, a través de un argumento tecnológico que intenta metaforizar los terrores modernos a través de símbolos más o menos efectivos. En esta ocasión, el resultado no es del todo consistente y en realidad, la película dedica mucho más tiempo a meditar sobre el miedo y la culpa de los sobrevivientes a las grandes devastaciones medioambientales que a mostrar posibles soluciones. El argumento termina convertida en una mezcla poco convincente de sentimentalismo y un cierto aire amargo, que sin embargo, tiene algunos buenos momentos que convierten a la película en un producto irregular, pero con una premisa digna de análisis y reflexión.
Sin duda, el 2019 fue una año atípico para la ciencia ficción especulativa y sobre todo, una búsqueda de una forma de reinterpretar el género hacia algo más extraño, profundo y humano. ¿Qué nos espera en el 2020? Con la adaptación de Dune a la vuelta de la esquina y la promesa de un año en que la exploración de lo tecnológico será la premisa, solo nos queda esperar por las sorpresas que nos aguardan a unos meses de distancia.