El cerebro nos protege del miedo a la muerte

Proyecta en los demás la amenaza existencial El cerebro está programado para no pensar en nuestra propia muerte y protege al yo de la amenaza existencial: apaga las zonas neuronales que pueden anticipar el miedo a morir y proyecta en los demás esa eventualidad.

Gerd Altmann / Pixabay

El cerebro está programado para no pensar en nuestra muerte, ha descubierto una investigación que se publica en la revista NeuroImage.

Los autores de esta investigación, procedentes de Francia e Israel, explican en su artículo que la mente humana tiene una tendencia automática a evitar darse cuenta de su propia mortalidad.

Lo que hace el cerebro es procesar la información sobre la muerte pensando que es más probable que le suceda a otra persona, en vez de a uno mismo.

Para conseguir este efecto, la actividad cerebral se modifica para protegernos de la amenaza existencial, señalan los autores de esta investigación.

Añaden que, aunque se desconoce cómo se implementa este mecanismo de protección a nivel neuronal, probablemente sea la capacidad predictiva del cerebro la que consigue la negación de la muerte y así proteger al yo del miedo a morir.

El cerebro hace constantemente predicciones sobre eventos futuros que le permiten una rápida adaptación a la cambiante realidad del entorno. Esa capacidad es la que también nos evita que pensemos en la muerte propia.

Esa protección puede activarse desde la infancia, a medida que nuestras mentes se desarrollan y nos damos cuenta de que la muerte nos llega a todos, señalan los investigadores.

Experimento con caras

El descubrimiento se produjo analizando los cerebros de un grupo de voluntarios mientras participaban en un experimento.
Consistía en mostrar a los participantes una pantalla en la que aparecían una serie de caras humanas, algunas de ellas asociadas a conceptos relacionados con la muerte, como entierro o funeral.

Durante el experimento, los voluntarios veían tanto su propia cara como la cara de personas desconocidas.

Esta secuencia se interrumpía de pronto y aparecía una cara inesperada con la finalidad observar la reacción del cerebro ante la sorpresa: parpadeó porque la imagen chocó con lo que tenía previsto (que apareciera solo una cara de la secuencia).

Los investigadores constataron además que, cuando los voluntarios veían su propia cara con una palabra relacionada con la muerte, el cerebro apagó una región de la corteza relacionada con la predicción de resultados, y no mostró sorpresa alguna.
Es decir, la capacidad predictiva del cerebro, que nos permitiría prever nuestra propia muerte, en circunstancias normales se apaga para que no pensemos en el desenlace final y nos concentremos en el presente. Por eso no muestra sorpresa.

Desvincularse de la muerte

En declaraciones a The Guardian, Avi Goldstein, autor principal del artículo, explica “cuando pensamos conscientemente en la idea de que vamos a morir, cerramos las predicciones sobre el yo y proyectamos la reflexión sobre la muerte hacia otras personas, en lugar de hacia nosotros mismos”.

Eso significa que disponemos en nuestra anatomía de un mecanismo primario que nos lleva a desconfiar de las informaciones que nos vinculan con la muerte directamente.

Dor-Ziderman, otro de los autores, señala que la percepción de la propia muerte va en contra de nuestra biología y que esa convicción es la que nos ayuda a mantenernos vivos. Es un mecanismo de supervivencia.

Proporcionamos evidencia de que los procesos predictivos se regulan negativamente durante la percepción de estímulos lingüísticos relacionados con la muerte, ya que este mecanismo puede predecir el miedo a la muerte, señalan los autores en su artículo.