¿Y si el envejecimiento fuera una simple enfermedad curable?
October 1, 2019 Bienestar , NoticiasCada vez hay más consenso en torno a esta controvertida idea que, si finalmente se acepta, aceleraría y abarataría la investigación y protegería a los consumidores de productos sin base científica. Aunque ver la vejez como algo evitable podría perjudicar a los esfuerzos por mantener un estilo de vida saludable.
Los Cíclopes tenían un solo ojo porque, según la leyenda, estos gigantes mitológicos intercambiaron el otro con el dios Hades a cambio de la capacidad de ver el futuro. Pero Hades los engañó: la única visión que recibieron los Cíclopes fue la del día en el que morirían. Para estos seres, disponer de esta información se convirtió en una carga: la tortura de conocer ese dato sin tener capacidad de hacer algo para poder evitarlo.
Desde la antigüedad, el envejecimiento ha sido considerado como algo simplemente inevitable, imparable, algo natural. Durante mucho tiempo la muerte de los mayores se ha atribuido a “causas naturales”, incluso aunque hubieran fallecido por alguna enfermedad patológica reconocida. El escritor médico Galen señaló ya en el siglo II d. C. que el envejecimiento es un proceso natural.
Desde entonces, su opinión, la aceptación de que uno puede morir simplemente por viejo, ha sido la dominante. Se considera que el envejecimiento es la acumulación de otras enfermedades que van floreciendo a medida que nos hacemos mayores: cáncer, demencia, fragilidad física. Pero, esto señala que algún día nos pondremos enfermos y moriremos sin que haya ninguna forma de cambiarlo. No tenemos mucho más control sobre nuestro destino que los Cíclopes.
Pero cada vez más científicos han empezado a cuestionar nuestra concepción básica del envejecimiento. ¿Y si pudiéramos desafiar la muerte o incluso evitarla por completo? ¿Y si las enfermedades que nos afectan en la vejez fueran los síntomas, y no las causas? ¿Qué cambiaría si clasificáramos el propio envejecimiento como una enfermedad?
El genetista de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard (EE. UU.) David Sinclair es uno de estos científicos. En su opinión, la medicina no debería tratar el envejecimiento como una consecuencia natural de hacerse mayor, sino como una enfermedad en sí misma. Considera que la vejez es simplemente una patología y puede tratarse con éxito, como todas las patologías. Si cambiamos nuestra forma de ver el envejecimiento, tendríamos una capacidad mucho mayor para abordarlo directamente en lugar de limitarnos tratar las enfermedades que lo acompañan.
El experto detalla: “Muchas de las enfermedades actuales más graves ocurren en función del envejecimiento. Por lo tanto, identificar los mecanismos moleculares y los tratamientos del envejecimiento debería ser una prioridad urgente. Si no abordamos la causa fundamental del envejecimiento no podremos seguir desarrollando nuestro progreso lineal y ascendente hacia esperanzas de vida cada vez más largas”.
Es un cambio sutil, pero con grandes implicaciones. La forma en la que los responsables de salud pública, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), clasifican y tratan alguna enfermedad ayuda a los gobiernos a establecer sus prioridades. Los reguladores tienen reglas estrictas para determinar qué enfermedades están sujetas a tratamientos, y por lo tanto, para cuáles de ellas se pueden recetar y vender medicamentos. El envejecimiento no está en ninguna de estas listas. Sinclair cree que debería figurar como enfermedad, porque de lo contrario será imposible encontrar la masiva inversión necesaria para desarrollar tratamientos contra él.
Sinclair continúa: “El desarrollo de medicamentos para prevenir y tratar la mayoría de las enfermedades importantes va mucho más lento de lo que debería porque el envejecimiento no está reconocido como problema médico. Si fuera considerado como una enfermedad tratable, entonces se destinarían fondos para su investigación, innovación y desarrollo de medicamentos. En este momento, ¿qué compañía farmacéutica o biotecnológica podría luchar contra el envejecimiento como enfermedad si no existe?” Según él, el mercado del envejecimiento debería ser el “más grande de todos”.
Pero esta precisa idea es la que preocupa a algunas personas, que piensan que la fiebre del oro por encontrar fármacos “antienvejecimiento” asentará unas prioridades erróneas en la sociedad.
“La discusión científica se volvería comercial o política”, opina la epidemióloga molecular del Centro Médico de la Universidad de Leiden (Países Bajos) Eline Slagboom, especializada en envejecimiento. Para ella, considerar la vejez como una enfermedad tratable perjudica a la idea de llevar una vida saludable. Cree que los responsables políticos y los profesionales médicos deberían trabajar más para prevenir las enfermedades crónicas de la vejez alentando a las personas a adoptar estilos de vida más saludables cuando son aún jóvenes o de mediana edad. De lo contrario, el mensaje es “que no podremos hacer nada hasta que la gente alcance un umbral de enfermedad o empiece a envejecer rápidamente, momento en el que le daremos los medicamentos”.
Otra objeción común a la hipótesis del envejecimiento como enfermedad es que clasificar a las personas mayores como enfermas aumentará el estigma al que ya están sujetas (ver La vejez: un concepto que hemos inventado y que nos perjudica a todos). “El edadismo es el mayor ismo que tenemos actualmente en el mundo”, afirma el director del Instituto de Investigación sobre el Envejecimiento de la Facultad de Medicina Albert Einstein en Nueva York (EE. UU.), Nir Barzilai. “La comunidad envejecida está siendo atacada. Las personas mayores pierden sus puestos de trabajo porque son mayores. No pueden conseguir un empleo. Con todos los problemas que ya tienen, decirles que están enfermas generaría una situación aún peor”, añade.
Pero no todos coinciden. El cofundador de la organización sin ánimo de lucro en Bruselas (Bélgica) Healthy Life Extension Society, Sven Bulterijs, afirma: “Estoy claramente a favor de llamar al envejecimiento una enfermedad”. Para él, el envejecimiento es una “tragedia humana universal” con una causa fundamental que se puede encontrar y abordar para que la gente viva más. “Sería insultante no decir que un paciente de cáncer padece una enfermedad”, añade.
A pesar del comentario de Sinclair sobre el “progreso lineal y ascendente”, el límite de la esperanza de vida humana sigue siendo un tema muy controvertido. La pregunta fundamental subyacente es: ¿Tenemos que morir? Si encontráramos una manera de tratar y vencer el envejecimiento como enfermedad, ¿viviríamos durante siglos, incluso milenios? ¿habría un límite final?
La naturaleza sugiere que la vida infinita no existe. El ejemplo más conocido, quizás, es de los longevos pinos de América del Norte, considerados biológicamente inmortales. Pueden morir a manos de un hacha o por un rayo, pero si nada les molesta, nunca se caerán de viejos. Se estima que algunos tienen 5.000 años; la edad, literalmente, no los afecta. Su secreto sigue siendo un misterio. Otras especies también parecen mostrar signos de inmortalidad biológica, incluidas algunas criaturas marinas.
Tales observaciones han provocado que muchos afirmen que, con las intervenciones adecuadas, la vida útil puede prolongarse y mucho. Pero en 2016, un estudio publicado en Nature demostró que la vida humana tiene un límite de aproximadamente 115 años. Esta estimación se basa en datos demográficos globales que muestran que la supervivencia tiende a disminuir con la edad pasados de los 100 años, y que el récord de longevidad humana no ha aumentado desde la década de 1990. Aunque también hay científicos que han criticado la metodología de este estudio.
Barzilai sostiene que, independientemente de los estudios, los esfuerzos para combatir el envejecimiento son necesarios. El experto señala: “Podemos discutir si el límite es de 115 o 122 o 110 años. Ahora morimos antes de cumplir 80 años, así que nos quedan 35 años que no estamos aprovechando. Así que seamos conscientes de esos años antes de hablar de inmortalidad”.
Creamos en la hipótesis de la enfermedad o en la esperanza de vida máxima, la mayoría de los expertos coincide en que deberíamos cambiar nuestra forma de lidiar con el envejecimiento. El director del Centro de Envejecimiento Saludable de Singapur y profesor de bioquímica y fisiología en la Universidad Nacional de Singapur, Brian Kennedy, detalla: “Si no hacemos nada sobre el aumento drástico de las personas mayores y no encontramos formas de mantenerlos saludables y funcionales, nos enfrentaremos a un importante problema de calidad de vida y a otro económico. Tenemos que encontrar formas de frenar el envejecimiento”.
El envejecimiento de la población es el “cambio climático de la salud”, afirma Kennedy. Parece una metáfora bastante apropiada. Al igual que con el calentamiento global, muchas de las soluciones para el envejecimiento se basan en cambiar el comportamiento de las personas, por ejemplo, la dieta y el estilo de vida. Pero, al igual que con el calentamiento global, gran parte del mundo parece estar depositando sus esperanzas en la tecnología. Quizás en el futuro no solo tengamos geoingeniería sino también geroingeniería.
Pero la opinión pública está cambiando, y eso podría sentar las bases de los crecientes intentos de reclasificar el envejecimiento como una enfermedad. El historiador médico de la Universidad de Copenhague (Dinamarca) Morten Hillgaard Bülow explica que la situación empezó a cambiar en la década de 1980, cuando se popularizó la idea del “envejecimiento exitoso”. A partir de estudios organizados y financiados por la Fundación MacArthur, los expertos en envejecimiento empezaron a postularse en contra de la aceptación estoica de la vejez de Galen. Creían que los científicos deberían encontrar formas de intervenir. Consciente de las implicaciones del envejecimiento de la población para la salud, el Gobierno de Estados Unidos lo aceptó. Al mismo tiempo, los avances en biología molecular crearon una nueva atención por parte de los investigadores. Todo eso atrajo fondos de investigación para entender qué es el envejecimiento y qué lo causa.
En los Países Bajos, Slagboom intenta desarrollar ensayos para identificar quién envejece a un ritmo normal y quién tiene un cuerpo más viejo del que debería. Para ella, la medicina antienvejecimiento es el último recurso, pero comprende que la edad biológica de alguien puede ayudar a determinar cómo tratar sus enfermedades relacionadas con la edad. Pongamos como ejemplo a un hombre de 70 años con presión arterial un poco elevada. Si tiene el sistema circulatorio típico de una persona de 80 años, la presión elevada podría ayudar a que la sangre llegue a su cerebro. Pero si tiene el cuerpo de un hombre de 60 años, probablemente necesite tratamiento.
Los biomarcadores para identificar la edad biológica son una herramienta popular en la investigación del envejecimiento, afirma el investigador del Hospital Brigham de Mujeres y Niños de Boston (EE. UU.) Vadim Gladyshev. Para él, el envejecimiento es una acumulación de cambios nocivos en todo el cuerpo, que van desde las modificaciones en las poblaciones de bacterias que viven en nuestro intestino hasta diferencias en el grado de cicatrización química en nuestro ADN, conocido como metilación. Se trata de medidas biológicas que se pueden calcular, por lo que también se podrían usar para controlar la efectividad de los medicamentos antienvejecimiento. El experto sostiene: “Si logramos medir y cuantificar su evolución a través del envejecimiento, tendremos una herramienta para evaluar las intervenciones de la longevidad”.
Dos décadas después, los resultados de esa investigación empiezan a notarse. Los estudios en ratones, gusanos y otros organismos han revelado qué sucede en las células que envejecen y han encontrado varias formas de alargar su vida, a veces de forma extraordinaria.
Los objetivos de la mayoría suelen ser más modestos y se centran en mejorar lo que llaman el “ciclo sano”: el tiempo que las personas permanecen independientes y funcionales. Y aseguran que están progresando, con un puñado de posibles tratamientos en preparación.
Uno de los más prometedores es la metformina. Se trata de un medicamento común para la diabetes que existe desde hace muchos años, pero los estudios en animales sugieren que también podría proteger contra la fragilidad, la enfermedad de Alzheimer y el cáncer. Administrarlo a personas sanas podría retrasar el envejecimiento. Pero sin directrices oficiales, los médicos son reacios a recetarlo con ese objetivo.
Un grupo de investigadores tratan de cambiar eso. Uno de ellos es Barzilai, quien dirige un ensayo en humanos llamado TAME (Targeting Aging with Metformin) que planea administrar metformina a personas de entre 65 años y 80 años para ver si retrasa problemas como el cáncer, la demencia, el derrame cerebral y los ataques cardíacos. Aunque el ensayo ha tenido dificultades para recaudar fondos (en parte porque la metformina es un medicamento genérico, lo que reduce los posibles beneficios de las compañías farmacéuticas), Barzilai asegura que ya está listo para reclutar a pacientes y comenzar a finales de este año.
La metformina es un fármaco perteneciente a una clase más amplia de medicamentos llamados inhibidores de mTOR. Afectan a una proteína involucrada en la división y el crecimiento celular. Al disminuir la actividad de la proteína, los científicos creen que pueden imitar los conocidos beneficios de las dietas de restricción calórica. Estas dietas pueden hacer que los animales vivan más tiempo. Se cree que el cuerpo se protege ante una falta de alimento. Las pruebas preliminares en humanos sugieren que estos medicamentos pueden estimular el sistema inmunológico de las personas mayores y evitar infecciones.
Otros investigadores se han centrado en investigar por qué los órganos dejan de funcionar bien a medida que sus células envejecen, un proceso llamado senescencia. Entre los principales candidatos para encontrar y eliminar estas células decrépitas de tejidos sanos se encuentra una clase de compuestos llamados senolíticos que estimulan a las células envejecidas a autodestruirse de forma selectiva para que el sistema inmunitario pueda expulsarlas.
Los estudios preliminares han encontrado que los ratones mayores que reciben estos medicamentos envejecen más lentamente. En los humanos, las células senescentes provocan enfermedades que van desde la aterosclerosis y cataratas hasta el párkinson y la osteoartritis. Ya se están realizando pequeños ensayos humanos con senolíticos, aunque no están oficialmente destinados al envejecimiento en sí, sino a las enfermedades reconocidas de la osteoartritis y a la enfermedad pulmonar llamada fibrosis pulmonar idiopática.
La investigación sobre estos medicamentos ha resaltado una pregunta clave sobre el envejecimiento: ¿existe un mecanismo común que modifique y deteriore los diferentes tejidos? Y casi afirmativo, ¿seríamos capaces de crear medicamentos para atacar a ese mecanismo en lugar intentar tratar las enfermedades individuales cuando surgen? Sinclair opina que sí, y cree que ha encontrado una nueva y sorprendente forma de rebobinar el reloj del envejecimiento.
En un estudio inédito que aparecerá en su próximo libro Lifespan, explica que la clave de su trabajo está en la epigenética. Este campo de rápido crecimiento se centra en cómo los cambios en la forma en la que se expresan los genes, en vez de las mutaciones en el ADN en sí, pueden producir cambios fisiológicos como la enfermedad. Algunos de los mecanismos epigenéticos propios del cuerpo trabajan para proteger sus células, por ejemplo, mediante reparaciones de daños en el ADN. Pero estos mecanismos pierden eficacia con la edad. Sinclair afirma haber utilizado la terapia génica para reactivarlos en ratones, y asegura que puede “lograr que las células dañadas del nervio óptico se vuelvan jóvenes de nuevo” para restaurar la vista a los animales ciegos de edad avanzada.
Pero a pesar de su optimismo, no sería la primera vez que un científico asegura que ha encontrado la fuente de la juventud en sus estudios con animales. El problema es que esos resultados nunca se han podido replicar en humanos. Sin embargo, Sinclair está seguro de que ha encontrado algo y afirma que pronto publicará sus hallazgos en una revista científica para que otros investigadores los analicen.
Dado que el envejecimiento no es oficialmente una enfermedad, la mayoría de las investigaciones sobre estos medicamentos se encuentran en un área gris: no abordan, u oficialmente no pueden abordar el envejecimiento. Por ejemplo, el proyecto de metformina de Barzilai, que en este momento es lo más parecido a un ensayo clínico para un medicamento centrado en el envejecimiento, tiene como objetivo prevenir las enfermedades asociadas con el envejecimiento en lugar del propio envejecimiento en sí. Y lo mismo pasa con los ensayos con senolíticos. “Y uno de los efectos secundarios es que podríamos vivir más tiempo”, sostiene.
Barzilai no se arriesga a afirmar que el envejecimiento deba ser reclasificado como una enfermedad, pero sí cree que, si lo fuera, los descubrimientos se acelerarían. En los estudios como TAME, primero se administra el medicamento y luego hay que esperar varios años para ver si realmente impide que algún paciente desarrolle una enfermedad relacionada con la edad. Y como es probable que su efecto sea relativamente pequeño, hace falta un gran número de personas para poder demostrar algo. Si el envejecimiento se considerara una enfermedad, los ensayos podrían centrarse en cosas más rápidas y baratas de probar, como por ejemplo si el medicamento frena la evolución de una etapa de envejecimiento a otra.
Healthy Life Extension Society forma parte de un grupo que el año pasado solicitó a la OMS que incluyera el envejecimiento en la última revisión de su Clasificación Internacional de Enfermedades, ICD-11. La OMS lo rechazó, pero sí incluyó “relacionado con el envejecimiento” como un código de extensión que se puede aplicar a una enfermedad, para indicar que la edad aumenta el riesgo de contraerla.
Otro grupo de científicos se está preparando para volver a tratar el tema con la OMS para intentar que la investigación en tratamientos que tengan como objetivo el envejecimiento tenga una base más científica. La propuesta detallada, a la que MIT Technology Review ha tenido acceso, sugiere que cada tejido, órgano y glándula del cuerpo debe puntuarse, por ejemplo, del 1 al 5, según su susceptibilidad al envejecimiento. Este llamado proceso de estadificación ya ha ayudado a desarrollar tratamientos contra el cáncer. En teoría, podría permitir la autorización de medicamentos si se demuestra que detienen o retrasan el envejecimiento de las células en una región del cuerpo. La propuesta ha sido coordinada por el exasesor de la Fundación de Investigación SENS (que promueve la investigación sobre el envejecimiento) Stuart Calimport.
Reclasificar el envejecimiento como una enfermedad podría tener otro gran beneficio. El profesor de biología del envejecimiento del University College de Londres (Reino Unido) David Gems cree que este cambio permitiría tomar medidas enérgicas contra los actuales productos antienvejecimiento. “Protegería a las personas mayores del remolino explotador del negocio antienvejecimiento, el cual se atribuye todo tipo de afirmaciones porque no es legalmente una enfermedad”, explica Gems.
En febrero, por ejemplo, la Administración de Medicamentos de EE. UU. se vio obligada a advertir a los consumidores que las inyecciones de sangre de personas más jóvenes, algo que cuesta miles de euros y cada vez es más popular en todo el mundo, no cuentan con ningún beneficio clínico comprobado. Pero la administración no podía prohibirlas directamente. Al clasificarlo como un tratamiento antienvejecimiento, las empresas evitan la estricta supervisión aplicada a los medicamentos centrados en enfermedades específicas.
Al igual que los Cíclopes, en Singapur puede verse lo que está por venir y parece que a nadie le gusta demasiado esta predicción. Esta nación isleña está en la primera línea del envejecimiento poblacional. Si las tendencias actuales se mantienen, para 2030 solo habrá dos personas en edad de trabajar por cada jubilado (en comparación, Estados Unidos tendrá tres personas en edad productiva por cada residente mayor de 65 años). Por eso, este país trata de cambiar el guión, para encontrar un final más feliz y saludable.
Con la ayuda de voluntarios, Kennedy está preparando los primeros grandes ensayos en humanos con tratamientos centrados en el envejecimiento. Pretende probar entre 10 y 15 posibles intervenciones (aunque de momento no quiere decir cuáles) en pequeños grupos de personas de 50 años. El experto afirma: “Creo que empezaré con tres o cuatro medicamentos y algunos suplementos, y luego compararé las modificaciones en el estilo de vida”.
El Gobierno de Singapur ha priorizado las estrategias para lidiar con el envejecimiento de la población y Kennedy quiere crear un “banco de pruebas” para tales experimentos humanos. El responsable concluye: “Hemos logrado grandes avances con los animales, pero necesitamos empezar a hacer estas pruebas en humanos”.