¿Qué pasa con el agua radiactiva de Fukushima?

Hace pocos días, Japón anunciaba la posibilidad de efectuar vertidos controlados de agua contaminada en el océano cuando se supere la capacidad de almacenaje de la misma. Hemos intentado averiguar algo más sobre la composición de esa agua, sus posibles impactos medioambientales y si existen alternativas viables al vertido.

Hace unos días, y poco antes de dejar su cargo, Yoshiaki Harada, ex ministro de Medio Ambiente de Japón, anunciaba que para el año 2022 ya no se dispondrá de más espacio para almacenar el agua contaminada procedente de la central nuclear de Fukushima y que, probablemente, será necesario ‘tirarla al mar y diluirla’. Aunque Harada recalcó que se trata simplemente de su opinión, y que aún se debe discutir más sobre la cuestión, lo cierto es que actualmente el vertido al océano parece la única opción viable que tiene Japón.

¿De dónde procede al agua radiactiva?

Tras el terremoto de 2011 se originó un enorme  tsunami que acabó perjudicando a la central nuclear de Fukushima y dañando varios de sus reactores, que ahora necesitan una refrigeración constante para evitar explosiones. A consecuencia del daño, los muros de los reactores ya no son herméticos, y por ello esta agua queda contaminada. Por otro lado, tras el accidente también hubo filtraciones de agua subterránea debajo de los reactores que se mezcló con material radiactivo y quedó también afectada.

El agua se va almacenando en grandes tanques con el objetivo de que pase el tiempo y la actividad radiactiva de los contaminantes disminuya, pero la cantidad generada es tal que se ha sobrepasado la capacidad de almacenaje, por lo que Japón tiene que buscar alternativas ya que se calcula que en tres años no habrá espacio para almacenar más agua.

¿Por qué se habla tanto del tritio?

Como nos explica Begoña Quintana, investigadora del Laboratorio de Radiaciones Ionizantes de la Universidad de Salamanca, “estas aguas ya han sido tratadas mediante resinas y diversos procesos químicos que consiguen eliminar muchos de los radionucleidos que contienen. La mayoría son relativamente sencillos de retirar, a excepción del tritio”.

Esto sucede porque el tritio es un isótopo radiactivo del hidrógeno, un elemento que forma parte de la propia molécula de agua. “Hay algunos procesos de tipo electrolítico que sí que te permiten concentrar las moléculas de agua que contienen el tritio, pero se realizan en los laboratorios, a una escala mucho menor”, indica la investigadora. Pero, en este caso, las cantidades de agua a tratar son de tal magnitud que probablemente este procedimiento sea inviable.

Con respecto a los efectos del tritio, hablamos de un isótopo radiactivo con una vida media de unos doce años, un periodo de tiempo relativamente corto, además de que no tiene una energía muy alta, por lo que no es de los isótopos más peligrosos. “En realidad, se hacen con mucha frecuencia vertidos controlados de tritio, pero siempre en cantidades muy bajas”, nos explica Quintana. El problema aquí, señala la experta, se producirá a nivel local: “los peces y las plantas acuáticas del medio en el que se vierta el agua tritiada van a asimilar y concentrar el tritio, y seguramente se superen los umbrales a partir de los cuales se considera que un alimento no es apto para el consumo. En lo que se refiere a contaminación radiactiva la política es la de reducir al mínimo el riesgo, por lo que estos umbrales son muy bajos”, explica la investigadora.

“Eso es un efecto a nivel muy local. A nivel global, estamos hablando de que el mar tiene millones de toneladas de agua, evidentemente eso se va a terminar diluyendo y el riesgo es mínimo. El principal problema aquí es para Japón y para los países del entorno”. Debido a ello, el sector pesquero de la zona de Fukushima, ya de por sí muy perjudicado por la catástrofe, va a tener un problema añadido al no poder comercializar la pesca durante un tiempo, y este es el motivo por el que las asociaciones de pescadores han criticado la propuesta del ministro. Según informa el diario El País, solo hace dos años que se reanudaron las subastas de pescado en la zona, y aun así las ventas están un 20% por debajo con respecto a los niveles previos a la catástrofe.

“Lo que sí parece claro es que el alcance de la contaminación radiactiva sería muy corto y muy puntual. Desde el momento de emisión, el agua empezaría a diluirse en el océano, por lo tanto, a nivel local sería problemático, pero no a nivel global”, matiza Quintana.

El problema del agua contaminada no es nuevo

A pesar de todo, son muchas las voces que muestran sus recelos con respecto a la decisión de verter el agua contaminada de  Fukushima al mar. “Realmente, esto no es una cuestión nueva, desde que tuvo lugar el accidente tenemos un problema continuo con los vertidos de aguas radiactivas al mar”, nos explica Eduardo Rodríguez Farré, investigador en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona (CSIC) y experto en neurotoxicidad. “Hay un problema con las filtraciones, que han intentado controlar congelando el agua, pero aun así ya se ha ido vertiendo gran parte en el mar”.

Efectivamente, desde marzo de 2011 ya se han dado casos de fugas de agua contaminada, y el año pasado Tepco, la compañía que gestiona Fukushima, admitió que el 80% agua almacenada en los tanques contiene más contaminantes además del tritio, y algunas de estas sustancias radiactivas se encuentran en cantidades por encima de los niveles legales.

“Japón tiene un problema de vertidos continuos que va a durar décadas, y en estas aguas hay radionucleidos que tienen vidas medias de muchos años y que se están incorporando a las cadenas tróficas”, explica el investigador, que cita el caso de los atunes del océano Pacífico, publicado en la revista PNAS en 2015, que analizó la presencia de distintos isótopos radiactivos en atunes pescados en las costas de California. “Se detectaron niveles de cesio 137, que se acumula en los músculos, y de estroncio 90, que se acumula en los huesos, muy superiores a los que tenían de forma previa al accidente”, nos indica el experto. Con respecto al impacto sobre la salud pública, que aún está por determinar, el investigador recuerda que “ya hay publicaciones en revistas de epidemiología que apuntan a un aumento, como era de esperar, en la incidencia de cáncer de tiroides por exposición al yodo 131”.

En un tema tan polémico como es el de la energía nuclear y los accidentes asociados a la misma, que genera debates encendidos con opiniones muy polarizadas y que está sujeto a presiones políticas y económicas de todo tipo, es difícil dar con información y datos 100% objetivos, tanto en lo que respecta a lo que contiene en realidad el agua almacenada como a sus consecuencias sobre los ecosistemas marinos.

Pero lo que parece claro, y en eso coinciden los expertos, es que ahora mismo Japón no tiene mucho más margen de maniobra en lo que respecta al agua contaminada. Si efectivamente la capacidad de almacenaje ha llegado a su límite, las posibilidades se reducen.

Otra de las alternativas de las que se habla consistiría en evaporar el agua. “Eso es posible siempre que tengas el proceso electrolítico puesto a punto”, nos explica Quintana. “Lo que se hace es evaporar el agua a temperaturas muy frías empleando campos magnéticos, y así el agua con tritio, que es más pesada, queda abajo y el agua sin tritio, más ligera, se evapora. Pero volvemos al tema de la escala, yo no soy ingeniera y no sé si es factible poner a punto este procedimiento, porque hablamos de cantidades enormes de agua. Además, al final, lo único que se haría es dividir el problema, porque en lugar de un solo tipo de efluente tendrías dos:uno acuoso y otro gaseoso”, indica la experta.

Rodríguez Farré coincide en que no parece haber otras alternativas para la gestión del agua radiactiva. “El tema es saber cuáles serán las consecuencias del vertido. Japón, sometido a una enorme presión en la gestión de la catástrofe de Fukushima con motivo de la celebración de los Juegos Olímpicos en 2020, tiene un problema muy grave con esto, y es un problema que va a durar años”, concluye.

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