El poder dormido que despertó la maldición de Tutankamón
May 8, 2019 El Mundo , NoticiasEl microbiólogo Raúl Rivas relata en «La maldición de Tutankamón y otras historias de la microbiología» varios episodios en los que los microorganismos marcaron la historia.
Uno de ellos está relacionado con un hongo que desencadenó la leyenda de los faraones cuando se abrió la tumba del famoso rey egipcio.
El 26 de noviembre de 1922 la expedición del arqueólogo Howard Carter y financiada por el aristócrata Lord Carnarvon, hizo un hallazgo excepcional: el de la tumba del faraón Tutankamón, rey de Egipto, entre los años 1332 y 1323 antes de Cristo, en un estado de conservación increíble. Junto a la momia, en una cámara insólitamente pequeña para alguien de su rango, se encontraron 5.398 objetos, incluyendo un majestuoso ataúd de oro, una impresionante máscara mortuoria dorada, tronos, arcos, trompetas, cofres, joyas, vino, comida, sandalias, ropa interior de lino y una daga hecha de hierro de meteorito. Carter pasó una década catalogando los objetos con los que el faraón debía viajar al más allá.
Si el faraón, que reinó de los nueve a los 18 años es tan famoso, no es porque fuera un gran rey, sino porque su tumba está entre las mejor conservadas, tal como escribió el escritor Jon Manchip: «El faraón que en vida fue uno de los menos apreciados en Egipto, en muerte se hizo el más famoso».
A su fama también contribuyó el hecho de que después del hallazgo de la tumba, algunos de los descubridores comenzaran a morir en extrañas circunstancias. En poco tiempo, comenzó a hablarse de la maldición de Tutankamón: ¿Estaba el faraón vengándose desde el más allá, de aquellos hombres que habían osado perturbar su descanso? ¿Habían los investigadores liberado un poder dormido durante milenios?
«Pocos meses después de la apertura de la cámara real se sucedieron una serie de muertes en circunstancias inexplicables de personas vinculadas a la exhumación de la tumba», escribe Rivas. «Estos acontecimientos avivaron la imaginación de la prensa, que transmitió la idea de que las extrañas muertes eran consecuencia de la profanación de la tumba».
Aparte de la prensa, a la que se culpa con cierta facilidad de la mitad de los males del mundo, lo cierto es que el rumor corrió como la pólvora entre lectores inclinados a lo esotérico. Personalidades como sir Arthur Conan Doyle contribuyeron a propagar la creencia de que, efectivamente, una terrible maldición venida del más allá estaba matando a los profanadores.
Sorprendentemente, los periódicos ingleses llegaron a atribuir hasta 30 muertes a la maldición del faraón. Entre ellos, destaca la del propio Lord Carnarvon, mecenas de la expedición. El aristócrata murió de neumonía en el hotel Continental Savoy, de El Cairo, el 5 de abril de 1923, tan solo cuatro meses de abrir la tumba.
La lista de muertes
Después, llegaron las muertes de otras personas que habían «profanado» la tumba o que habían participado en el movimiento de los utensilios o restos del faraón. En septiembre de 1923 murió el hermano de Carnarvon, Aubrey Herbert y, más tarde, sir Archibald Douglas Reid, que había sido el encargado de radiografiar la momia.
Poco después murió Arthur Mace, uno de los que abrió la cámara real junto a Howard Carter, en circunstancias no aclaradas. Más tarde falleció el magnate de los ferrocarriles George Jay Gould, presente también en la apertura de la tumba, por una neumonía.
Richar Bethell, secretario de Carter, murió de forma extraña en 1929. Por si fuera poco, su padre y la mujer de Bethell se suicidaron. Alby Lythgoe, del Museo Metropolitano de Nueva York, murió de un infarto, y el egiptólogo George Bennedite murió de una caída en el Valle de los Reyes. Para cerrar el círculo de muertes, los directores del Departamento de Antigüedades del Museo de El Cairo, que intervinieron en las exhibiciones de los restos del faraón en París y Londres, murieron de sendas hemorragias cerebrales.
A pesar de todo, tal como recuerda Raúl Rivas, «Howard Carter siempre rechazó la teoría de la maldición, y a todo aquel que se lo insinuaba le replicaba: “Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas”».
Lo cierto es que los estudios posteriores revelaron que de las 58 personas que estuvieron presentes durante la apertura de la tumba y del sarcófago, solo ocho murieron, y que además lo hicieron en un plazo de 12 años.
¿Qué mató a Lord Carnarvon?
Además, otros de los que estuvieron en la tumba no murieron hasta muchas décadas después. El arqueólogo principal, Howard Carter, no murió hasta 1939, aquejado de un linfoma, y con la edad de 64 años. Los últimos en morir y que pisaron la tumba de Tutankamón fueron Lady Evelyn Herbert, hija de Lord Carnarvon, fallecida en 1980, y el arqueólogo J.O. Kinnaman, en 1961.
Entonces, ¿por qué se extendió el rumor de la maldición de Tutankamón? La historia comenzó con la muerte de Lord Carnarvon, semanas después de abrir la tumba: «La explicación más aceptada es que Carnarvon murió de una septicemia bacteriana derivada de una erisipela», según escribe el autor. «La erisipela es una enfermedad infecciosa de la piel, producida por estreptococos, fundamentalmente Streptococcus pyogenes». Tal como parece, la infección se originó y se extendió porque se cortó, cuando se afeitaba, una picadura de mosquito.
Sin embargo, otros investigadores establecieron otra causa para la muerte de Lord Carnarvon: un deceso por una infección fúngica. En concreto, se ha sostenido que algunos patógenos, como Aspergillus niger, Aspergillus terreus o Aspergillus flavus pudieron permanecer milenios encerrados en la cámara de Tutankamón y atacar a un inmunodeprimido Carnarvon. «Estos hongos son capaces de formar esporas de resistencia que pueden permanecer viables durante siglos», escribe Rivas. «Según algunas teorías (…) fueron inhaladas por el aristócrata, penetrando en sus vías respiratorias y provocando una aspergilosis pulmonar de tipo invasivo».
Hongos asesinos
¿Qué pudo ocurrir después? Tal como escribe el microbiólogo, «esta enfermedad es una infección grave, que hoy en día sigue siendo una causa importante de morbilidad y mortalidad en pacientes inmunodeficientes severos». En el caso de esta persona, «podría haber desembocado en una neumonía, como consecuencia del sistema inmunitario debilidado que arrastraba desde que sufrió un grave accidente de coche unos años antes, y que repercutía en el padecimiento de infecciones pulmonares recurrentes».
Estas teorías sobre el origen fúngico de la maldición de Tutankamón recibieron un empujón con estudios recientes que encontraron, de forma habitual, diferentes especies de estos hongos Aspergillusviviendo sobre diversas momias en Croacia o Chile.
«Por tanto, la presencia constatada y generalizada de diversas especies de Aspergillus sobre diferentes tipos de momias presupone factible que tanto la cámara real como la momia de Tutankamón portaran esporas de este hongo, pudieran infectar a los visitantes y manifestaran una especial virulencia en los asistentes inmunocomprometidos, como Lord Carnarvon», concluye Raúl Rivas.
Es más, el hecho de que las esporas de Aspergillus puedan permanecer latentes durante largos periodos de tiempo en los pulmones explicaría que Lord Carnarvon no presentara síntomas de infección durante los cinco meses posteriores a su entrada en la tumba. Esto concuerda también con la infección que sufrió en sus ojos y fosas nasales.
La famosa maldición de Tutankamón volvió a aparecer en otro sepulcro mucho menos célebre. El 13 de abril de 1973 la apertura la tumba del gran duque de Lituania y rey de Polonia, Casimiro IV, llevó a que, de los 12 científicos presentes, 10 murieran al poco tiempo. Años después se demostró la presencia de hongos del tipo Aspergilllus sobre objetos presentes en la sala. Hoy se sabe que pueden ser muy abundantes en espacios cerrados, oscuros, con una temperatura moderada y con condiciones estables, exactamente tal como se espera en una tumba olvidada.
El faraón adolescente
Las muertes asociadas a la maldición de Tutankamón no son el único misterio que rodea a este faraón. Reinó durante el periodo del Nuevo Imperio, cerca del apogeo del Antiguo Egipto, y no está claro por qué murió cuando solo tenía 19 años o quiénes eran sus familiares.
En general, se sostiene que era hijo de Akenatón y de la «Dama Joven», una momia hallada en el Valle de los Reyes. Su mujer, Ankesenamón, fue hija de Akenatón y de Nefertiti.
Su mandato se caracterizó porque revirtió muchas de las medidas adoptadas por su padre, probablemente bajo la supervisión de su visir y sucesor, Ay. Por encima de todo, puso fin a la veneración al dios Atón, y restauró a Amón como dios supremo, recuperando también los privilegios tradicionales de los sacerdotes.
Tutankamón movió la capital a Tebas y abandonó la ciudad de Ajetatón. Para resaltar su cambio religioso, su nombre pasó de ser Tutankatón a Tutankamón. Además, dedicó muchos templos a esta divinidad, sobre todo en Karnak.
Además, el faraón prestó especial atención a mejorar las relaciones con potencias vecinas, aunque acabó luchando contra los nubios y los asiáticos. Por eso, probablemente, fue enterrado con una armadura de escamas de cuero y con varios arcos, si bien es cierto que probablemente no llegara a luchar, a causa de su condición física.
Escoliosis, cojera y enfermedades genéticas
Tutankamón medía cerca de 1,67, tuvo escoliosis, necrosis en su pie izquierdo y sufrió de malaria. Múltiples investigaciones han tratado de arrojar luz sobre su vida y su muerte. Se ha sugerido que murió a causa de las heridas de su pie, en combinación con la malaria, que fue asesinado o que fue atropellado por un carro. Otros han presentado evidencias de múltiples enfermedades genéticas.
A la vista de los sostenido por la mayoría de los investigadores, lo más probable es que Tutankamón sufriera defectos genéticos que le debilitaran, ya que sus padres eran primos, y que estos se sumaron a complicaciones con su pierna lesionada y a la malaria para acabar perdiendo la vida.
Sea como sea, parece claro que la temprana muerte del faraón fue imprevista, porque fue enterrado en una tumba pequeña para alguien de su estatus. Quizás se le dio un lugar de descanso originalmente destinado a otra persona, siempre con la finalidad de enterrarle en el plazo máximo de 70 días, marcado por la tradición.
Algunos investigadores señalaron que la momia entró en combustión en el pasado en el interior del sarcófago, lo que explicaría su color negro y su estado, a causa de la reacción de las sustancias que se usaron para embalsamarla.
En la actualidad, la momia de Tutankamón descansa en el Valle de los Reyes, en un sarcófago de cristal sellado y sometido a un ambiente controlado, bajo la atenta mirada de cientos de turistas, quizás todavía intrigados por el misterio que le rodea.