Enfermedades extremas causadas por la mente humana

Las emociones intensas y negativas pueden desencadenar reacciones en el cuerpo humano tan extremas como hasta el punto de provocar ceguera, parálisis e incluso la muerte. Para la medicina, muchos de los mecanismos detrás siguen siendo un misterio.

En “Los enfermizos poderes de la mente humana”, explicábamos cómo la mente es capaz de desencadenar enfermedades en el ser humano, hasta el punto de causar daños en tejidos u órganos. Son los denominados trastornos somatomorfos y las enfermedades psicosomáticas. A pesar de los tabús sobre estos problemas de salud y que a menudo se tachen de “imaginarias”, estas enfermedades provocan dolores y sufrimientos muy reales.

Tan reales y extremos como los variados casos que la literatura médica ha descrito con el paso de los años. Parálisis, ceguera, anestesia, dolores insoportables… Son síntomas de pacientes en los que un fuerte escrutinio médico no aportaba ninguna explicación biológica. Sin embargo, tampoco estaban simulándolos ni haciendo teatro, los sufrían con todas sus consecuencias. De la misma forma que nuestro cerebro, al estar nerviosos, nos hace sudar o incrementar nuestra tensión arterial, o cuando estamos avergonzados podemos ruborizarnos, también puede provocar respuestas patológicas.

Cuánto más intensa y negativa sea la reacción emocional ante sucesos impactantes de la vida, mayores probabilidades existen de que se desarrollen enfermedades psicosomáticas o trastornos somatomorfos. De hecho, hasta un tercio de los pacientes que acuden al médico tienen síntomas cuyas causas no pueden explicarse mediante pruebas y reconocimientos médicos. Una de las expertas mundiales en el campo de las enfermedades de causas psicológicas es la neuróloga irlandesa Suzanne O’Sullivan. En su libro “Todo está en tu cabeza”, que la hizo merecedora del premio literario Wellcome Book Prize, narra sus experiencias diagnosticando a pacientes que sufrían estas peculiares enfermedades.

Ceguera

En uno de los episodios de su libro, O´Sullivan describe el caso de Yvonne. Tras un accidente en el trabajo, en el cual le habían rociado en los ojos con un limpiador de cristales, la paciente acude al hospital para tratarse. Parece que todo va bien, pues los daños oculares son superficiales. Sin embargo, a los dos días Yvonne no es capaz de ver lo que está a su alrededor: está ciega. Cuando vuelve al hospital, los médicos le realizan multitud de pruebas que sugieren que sí que puede ver (parpadea, sigue el movimiento con los ojos, mira a la cara de las personas…). Además, su sistema visual, su cerebro y cualquier otro elemento neurológico son normales, sin ningún signo que pudiera explicar una ceguera así. Tan sólo existía una explicación posible: su ceguera estaba desencadenada por el estrés.

 

En otras palabras, Yvonne era, en teoría, perfectamente capaz de ver, pero en la práctica ella no era consciente de su visión al no procesar lo que estaba frente a sus ojos. La información visual le llegaba de forma inconsciente, pero no a nivel consciente; un fenómeno que la medicina no puede explicar en la actualidad. Por fortuna, la paciente pudo recuperar la visión tiempo después gracias al tratamiento psiquiátrico de la causa (el estrés).

Casos como el de Yvonne no son, ni mucho menos, excepcionales. Tanto es así que se estima que aproximadamente el 1 % de los problemas visuales que detecta un oftalmólogo no tienen ninguna explicación biológica detrás. La ceguera psicosomática aparece con más frecuencia entre jóvenes y mujeres y puede presentarse con diferente gravedad: desde una visión borrosa, reducción del campo visual  o dificultades para leer hasta los casos más raros en los que existe una ceguera total. Por suerte, con los tratamientos adecuados, entre el 45 % y el 78 % de los pacientes pueden recuperar totalmente la visión con el tiempo.

Parálisis

De forma similar a la ceguera, el cerebro puede desencadenar parálisis en personas que, aparentemente, están completamente sanas. Un evento traumático y/o una historia de trastornos psiquiátricos suelen estar detrás de estas angustiosas parálisis, aunque no siempre. Son pacientes que no pueden mover manos, brazos o piernas y que se sienten impotentes y aterrados ante la expectativa de poseer una grave enfermedad. Sin embargo, la medicina no arroja una explicación biológica para su discapacidad por muchas pruebas médicas que se realicen. Además, cuando se realizan determinados exámenes, se pueden observar ciertos reflejos musculares involuntarios que no se corresponden con una parálisis de causa biológica. Aun así, ello no significa que sean parálisis menos reales, pues los pacientes  son incapaces de mover dichas extremidades. En la práctica, pueden sufrir el mismo grado de discapacidad que una persona con una parálisis “convencional”.

En absoluto se trata de personas haciendo teatro, realmente algo va mal en sus cerebros, pero no existe nada en la actualidad que nos permita indicar exactamente el qué. De hecho, estudios de resonancia magnética funcional  muestran que los patrones de actividad cerebral de pacientes con parálisis psicosomática son muy diferentes de aquellas personas que sí están simulando tener una parálisis. Estos pacientes han perdido, de alguna manera, la capacidad para mover los músculos de sus extremidades paralizadas. Por eso, el tratamiento psiquiátrico también se combina con fisioterapia para que los enfermos aprendan cómo utilizar sus extremidades de nuevo.

Muerte

Sabemos que nuestras emociones  influyen involuntariamente en multitud de facetas de nuestro cuerpo: el ritmo cardíaco, la frecuencia respiratoria, la tensión arterial, los niveles en sangre de varias hormonas como la adrenalina y el cortisol… ¿Pero es posible que un evento extremo que desencadene una respuesta emocional de grandes proporciones llegue a producir la muerte de una persona previamente sana?  Diferentes casos descritos en la literatura médica no sólo indican que podría ser posible sino que hacen preguntarnos hasta qué punto el cerebro podría estar actuando en la producción de otras muchas enfermedades.

 

El médico Clifton Meador explica en un artículo publicado en la revista The Southern Medical Journal el caso de un hombre diagnosticado de cáncer de esófago. Tanto este paciente como sus médicos y familia creían firmemente que se estaba muriendo por el grado de extensión de su cáncer. Cuando el paciente falleció, la autopsia señaló que su muerte no había sido provocada, en absoluto, por el cáncer, cuya metástasis se limitaba a un nódulo de 2 centímetros en su hígado. ¿Pudo ser la convicción de una muerte cercana por parte del paciente la que desencadenó su  propia muerte? El Dr. Meador apuntaba a esta posibilidad.

Otro fenómeno que señala la capacidad del estrés o las emociones intensas para provocar una enfermedad e incluso la muerte es el síndrome del corazón roto o síndrome de TakoTsubo. Este síndrome suele presentarse en mujeres (9 de cada 10 pacientes) postmenopáusicas que informan de un evento en sus vidas increíblemente estresante o traumático (como la muerte de un ser querido). Su respuesta emocional es de tal calibre que desencadena un daño transitorio en el músculo cardíaco (miocardio), que debilita la habilidad del corazón para bombear sangre temporalmente. Varios de los signos y síntomas del síndrome de TakoTsubo son comunes a un infarto agudo de miocardio, pero sin la presencia de placas de colesterol y trombos que bloqueen la circulación de los vasos que irrigan al corazón. En la amplia mayoría de los casos las pacientes se recuperan sin secuelas para el corazón. Sin embargo,  el 4-5% de ellas muere como consecuencia de este síndrome.

Aunque la medicina ha avanzado enormemente en el diagnóstico de las causas de las enfermedades, el papel que el cerebro y las emociones juegan en ellas es aún una caja negra con muchos detalles desconocidos. Sin embargo, a la vista está que no deberíamos subestimarlos. Si la mente humana es capaz de desencadenar cegueras, parálisis y muertes… ¿en qué otras enfermedades con causas aparentemente biológicas podría estar también influyendo?

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